lunes, 29 de mayo de 2006

Televisión



No soy televidente habitual. Algún noticiario..., algún concierto..., alguna película... Hoy han "proyectado" La mala educación, de Almodóvar, un film de 2004. No me cuento entre los forofos de los "temas Almodóvar", aunque reconozco que tiene buen estilo y valentía para presentarnos personajes y situaciones no tan marginales como algunos sectores del establishment pretenden. Esta película me ha recordado historias que se comentaban sottovoce cuando era chaval, de un colegio de frailes de mi pueblo. Aunque ese no es el meollo del drama; sólo parte de su origen.

Pero no es de la película de lo que quiero hablar. Es de la televisión. Los cortes publicitarios me parecen absolutamente desproporcionados: cerca de 30 minutos de bombardeo, una eternidad cuando uno trata de seguir el argumento con cierta seriedad. Me he tomado la molestia de hacer una modesta estadística: más de la mitad de anuncios, coches; otro buen número, aparatos de aire acondicionado; el resto, anuncios varios.

El precio que he pagado por ver la película ha sido tragarme una ensalada de imágenes y mensajes con los que los vendedores me tientan para que, con sus productos, mis viajes sean más seguros, cómodos y envidiables, mi casa más fresca y confortable, mi depilación más perfecta y duradera, mi "salvaslips" más adaptable, etc. etc. Y, entrecruzándose con tanta maravilla, las vidas dolientes o rotas del planeta Almodóvar.

Me voy a la cama, pero antes de dormir leeré unas páginas de Terenci Moix.

1 comentario:

Mari dijo...

Tengo la solución:
te presto a mi hija y miran juntos (que es lo que yo hago) algo para nenas de nueve años. Después ella se duerme, y no sé bien lo que miro pero disfruto mucho sintiéndola ahí al lado mío.
Si no fuera por esos momentos la televisión podría dejar de existir para mí.
Dejo saludos.