lunes, 16 de septiembre de 2013

Desde mi higuera (35)

He estado unos días en Roma, aunque sería más preciso decir que he estado en el Vaticano, por asuntos profesionales. Apenas si he cruzado la raya blanca de la frontera para entrar en Roma en dos o tres ocasiones para tomarme un "stretto" en una cafetería que me encanta de la Via della Conciliazione, junto a la iglesia de Santa María in Transportina. No sé si la cercanía de la embajada de Brasil tendrá algo que ver con la gran calidad de su café.

La plaza de San Pedro es un hervidero de gente casi a cualquier hora del día. Gente multirracial con una participación numerosa de orientales. No deja de ser curioso. El Vaticano y las fabulosas colecciones de arte que posee son un fábrica de dinero que no cesa de producir. Cuestiones de fe aparte, la materialidad del negocio se me antoja de unas dimensiones gigantescas. Y, aunque me viene a la memoria el pasaje neotestamentario en el que Jesús arma la marimorena contra los mercaderes instalados frente a la entrada del Templo de Jerusalén, en realidad no es mi intención ahora criticar el trinomio Religión-Poder-Dinero, tan viejo como el ser humano y sus miedos escatológicos.

Mis visitas a la Ciudad Eterna sirven, entre otras cosas más importantes, para revitalizar un poco mi oxidado latín: por doquier uno encuentra lápidas e inscripciones en latín clásico o eclesiástico con las que poner a prueba viejos saberes casi olvidados. Pero, más allá del simple ejercicio lingüístico, lo que hasta cierto punto sobrecoge es el deseo de los poderosos por permanecer en la memoria viva de la ciudad. La basílica de San Pedro del Vaticano, por ejemplo, no sería menos bella sin la inscripcción que recorre el friso del entablamento de la fachada principal, con la que el papa Pablo V deja bien claro que aquello lo hizo él (aunque las obras las comenzó mucho antes Julio II, terminaron varios pontificados después del suyo y los "paganos" fueron los cristianos), porque los arquitectos de tanta maravilla fueron Bramante, Miguel Ángel y Bernini, principalmente. Menos mal que existen los registros históricos (con sus no pocas carencias y arbitrariedades) para situar a cada cual más o menos en su sitio. Pero, a ver quién es capaz de quitar del escaparate al tal Pablo V.