jueves, 5 de mayo de 2011

Desde mi higuera (20)

Dicen los norteamericanos que han matado a Bin Laden. Si es así, un canalla menos sobre la faz de la tierra. Pero el suceso tiene todo menos transparencia, de ahí que se hayan levantado muchas voces reclamando una claridad que los organismos oficiales norteamericanos no están dispuestos a proporcionar y otras apuntando ciertas ilegalidades de la acción que lesionan el Derecho Internacional.

Uno, que es perro viejo y desconfía del altruismo de las políticas y las acciones internacionales, no puede quitarse de la cabeza que el suceso ocurre en un momento en el que Obama se encontraba acorralado, perdiendo popularidad a manos llenas ante sus votantes y con el escándalo de la prisión de Guantánamo (que había prometido cerrar) estallándole en la cara. La sociedad norteamericana, simplona donde las haya, con la eliminación de su enemigo público nº 1 adecuadamente orquestada por la CIA ante los medios de comunicación, consagra de nuevo a su líder en el altar de la popularidad y mira a otro lado en el asunto de Guantánamo. Bueno, allá ellos.

Lo que me preocupó del primer discurso de Obama al dar oficialmente la noticia de la muerte de Bin Laden fue una frase que no recuerdo literalmente pero cuya idea venía a ser: Los EE.UU. tienen libertad de acción en cualquier parte del mundo para defender sus intereses. Y eso me recordó la tristemente célebre Doctrina Monroe de 1823 que se resumía, entonces, en “América para los americanos”, luego en “América para los norteamericanos” y ahora en “El mundo para los norteamericanos”, justificando así su intervención allí donde ve lesionados sus intereses.

En política, desde mucho antes de que Maquiavelo lo pusiera en solfa, el fin justifica los medios. Así de claro y de sencillo, aunque almas cándidas como la mía no consigan tragarse ese sapo.