lunes, 30 de junio de 2008

¡Campeones!... del fútbol europeo profesional

¡Sí, señoras y señores, “ganamos”! Anoche las calles de Madrid fueron una fiesta y supongo que las de otras ciudades y pueblos también. Cuando la selección pierde, pierde…, pero cuando gana, “ganamos”. Hoy, esta tarde, ha llegado el avión con la selección victoriosa ante un despliegue de medios informativos apabullante. Me lo venían advirtiendo cada pocos minutos en la cadena de televisión en la que intentaba ver un “western” (uno de mis vicios secretos).

Por unas horas o unos días no se hablará de crisis económica, ni del precio del petróleo, ni de la subida de las hipotecas. Los romanos lo descubrieron hace más de dos mil años: “Panem et Circensis”. Luego fue “Pan y Toros”. Ahora “Pan y Fútbol”.

Bienvenido sea cualquier evento capaz de relegar al olvido momentáneo las miserias y agobios personales. Me pregunto: ¿qué sucedería si todos los medios de comunicación se pusieran de acuerdo para hablar constantemente de lo bella que es la vida, de lo bien que vivimos, de lo majos que somos, etc.? ¿Conseguirían cambiar la realidad o sólo ocultarla? ¿Pero..., seríamos más felices?

viernes, 20 de junio de 2008

Ministerio de Igualdad

¡Ja, ja, ja, ja…! Ciertamente estoy en el mundo para que se haga verdad el dicho popular de que “de todo hay en la viña del Señor”. Esta mañana, leyendo de reojo una noticia del periódico que me ponía ante el hocico un vecino en el metro a hora punta, me he enterado de que en España tenemos un Ministerio de Igualdad, creado en la actual legislatura de ZP. Me ha parecido algo tan… extraordinario que cuando he vuelto a casa después del trabajo le he preguntado a la Wiki, que se lo sabe todo. ¡Es cierto, tenemos un Ministerio de Igualdad!

Igualdad, claro está, como reivindicación de la mujer en las esferas del trabajo, la protección frente a la violencia, etc. Al principio me ha hecho gracia. Luego, pensando más serenamente, me he quedado un tanto perplejo.

Pertenezco desde hace muchos años a ese extraño mundo del funcionariado, desempeñando mi carrera en dos centros de trabajo: un gran museo y la universidad. En el museo, por lo que se refiere a técnicos superiores, ellas nos ganan en número en una proporción de 20/6. En el resto de personal, unas 150 almas, la proporción hembras/varones es aproximadamente de 2/1. Hay una sección en particular, la de mozos de movimiento de obras de arte, en la que trabajan dos mujeres y dos hombres (¡vaya, aquí si hay igualdad!). Pero resulta que las féminas, aduciendo su condición de tales, no pueden (o quieren, ¿quién sabe?) realizar esfuerzos, lo cual sobrecarga de trabajo a los varones por un mismo sueldo y, en casos extremos, obliga al museo a contratar temporalmente mozos (varones) de fuera para realizar ciertos trabajos, digamos, pesados. ¿Igualdad? En el claustro de la universidad ellas nos ganan en la proporción 3/2.

No quiero decir con esto que esté en contra de las reivindicaciones de la mujer. Nada de eso. Pero sí estoy rotundamente en contra de la tiranía de la estadística. Ya no es cierto, al menos en la Administración, que sea el reino y gobierno del macho. Mires hacia donde mires ellas nos ganan en número y a menudo en galones. Pero no me parece injusto porque, para la mayoría de las tareas administrativas o de investigación y docencia, el cerebro de la mujer está en igualdad de condiciones que el del varón. Bueno, en realidad pienso que los cerebros no se diferencian genéricamente; son otras cualidades las que establecen diferencias. Pero es en ese terreno de profesionales que usan, digamos, predominantemente la cabeza donde se cargan las tintas del nuevo empleo para que salgan las estadísticas globales, porque en otros terrenos en los que la fuerza física es requisito se suele preferir al hombre, especialmente en la empresa privada.

Soy un defensor a ultranza de la igualdad de oportunidades, pero no de la igualdad por ley. Me parece una memez esto último. Para manejar una grúa tanto vale un hombre como una mujer, pero para descargar a hombros la carga de un camión de mercancías no (salvadas las excepciones de rigor). Hoy por hoy hay trabajos en los que su perfil requiere fuerza y resistencia física y, por tanto, parece obvio que las mejores oportunidades las tengan los hombres. En los demás, que gane quien mejor preparación tenga, no el sexo (en el sentido genérico, claro; y esto me recuerda una encuesta cachonda que hizo mi amiga Reme hace unos años, de la que hablaré en el próximo artículo).

sábado, 7 de junio de 2008

Suicidas

Escribo todavía bajo la fuerte impresión que me ha producido el artículo de Humberto Acciarressi sobre un suicida anónimo. Una vez más me pregunto qué profundo drama hace que una persona tome la radical decisión de quitarse la vida para liberarse de esa pesada carga que le abruma.

He tenido la desgracia de vivir de cerca, en el entorno de mis amistades, dos suicidios de jóvenes hijos de matrimonios amigos. Uno de ellos, M., con 22 o 23 años no fue capaz (pienso) de soportar la responsabilidad de ser hijo de un prestigioso catedrático de fama internacional en su especialidad y hermano de un brillante estudiante (hoy también catedrático). Porque M. no conseguía centrarse en los estudios. Tampoco se lo exigía nadie: me consta. Podía haber escogido el camino que hubiera querido para su vida y todos le hubiéramos apoyado. Peregrinó al Tibet durante varios meses, siguió por Europa los conciertos de Roxy Music, sus ídolos… Sólo mantuve con él una larga conversación una noche de su último verano, recién llegado del Tibet, regada con abundante cerveza. Me pareció un joven lleno de ilusiones. No me explico por qué una mañana de primavera, después de desayunar, decidió alojarse una bala del calibre 22 en el cerebro.

El segundo, A., manifestó desde los 13 o 14 años un rechazo patológico al sistema. Devoto de la liturgia punk, abandonó el colegio para vivir en sucesivas comunas madrileñas, dejando a unos padres angustiados e impotentes. Finalmente volvió a casa, hastiado. Sus padres le pusieron en manos de psicólogos para ayudarle. Un Día de Reyes, con 17 o 18 años, escribió una nota y se llenó el estómago de pastillas.

Ningún ser vivo decide su nacimiento. En el caso del ser humano, es fruto de la voluntad de otros. Pero una vez instalado en la vida, quizás tampoco debe decidir su propia muerte. Pero algunos lo hacen. Hoy, ahora, siento una tristeza inmensa al recordarles.