martes, 22 de diciembre de 2009

Desde mi higuera (7)

Hoy hace un frío “que pela” debajo de mi higuera, aunque menos que estos días pasados. Llovizna. Pero es el día del sorteo extraordinario de la Lotería de Navidad, es decir, el comienzo oficial de las Navidades según el cómputo ancestral de la España de alpargata y pandereta. Tal día como hoy, hace muchos años, vivíamos pendientes de la retrasmisión por la radio del sorteo, mientras las mujeres andaban cacharreando por la cocina preparando los dulces de Navidad. Todo casero. No había otra posibilidad. En la llar ardían unos troncos de naranjo dando calor y aromatizando la casa. Recuerdo aquellas sensaciones de niño con cálida añoranza.
Para quienes paséis estos días por esta página:

¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!
Froehliche Weihnachten und ein gluckliches Neues Jahr!
Felices Navidaes y prosperu Añu Nuevu!
Bon Nadal i Feliç Any Nou!
Merry Christmas and Happy New Year!
Zorionak eta Urte Berri On!
Joyeux Noël et Bonne Année!
Bo Nadal e Prospero AniNovo!
Kala Christougenna Kieftihismenos O Kenourios Chronos!
Mo'adim Lesimkha!
Buon Natale e Felice Anno Nuovo!
Boas Festas e um feliz Ano Novo!
Pozdrevlyayu s prazdnikom Rozhdestva is Novim Godom!
Etc.

martes, 8 de diciembre de 2009

Desde mi higuera (6)

Desde mi higuera no se ve la Albufera, pero basta salir al balcón de la casa para tener una amplia panorámica de la laguna, brillando bajo los reflejos del primer sol de la mañana. Y me he puesto a recordar…

Andaba yo por el final de mis “teens”, allá por 1961, cuando se produjo el secuestro del buque trasatlántico “Santa María” por un comando capitaneado por el portugués Henrique Galvao. Fue un intento de llamar la atención del mundo contra las dictaduras ibéricas, la de Salazar en Portugal y la de Franco en España, aunque la prensa española maquilló el suceso con otros tintes patrioteros. Se ha sabido luego que Franco ordenó al buque de guerra español “Canarias” que fuera en su busca con orden de hundirlo en cuanto lo avistara. Pero parece ser que todo fue una bravuconada y un paripé de los militarotes bigotudos de aquellos tristes años, el “Santa María” arribó a Recife en Brasil y los piratas se acogieron al derecho de asilo político.

Digo esto porque mi cuadrilla de amigos, aficionados a la pesca y a navegar en barca por la Albufera, nos autodenominamos desde entonces “Los Galvaos”. No es que en nuestras correrías anduviéramos secuestrando barcas de agua dulce. Tampoco que el nombre llevara detrás ningún matiz político (¡pobres infelices, nosotros, adoctrinados en la monolítica Formación del Espíritu Nacional!). Fue, simplemente, que Galvao nos cayó simpático (y no fuimos los únicos).

Pero, hablando de piratería, me viene ahora a la memoria la piratería musical y las gilipolleces que ventosean en la SGAE sus jerifaltes y acólitos desde sus poltronas, fincas multimillonarias y otras menudencias. ¡Hatajo de inmorales subidos al carro de la abundancia! Soy pirata. Soy pirata desde los 16 años, desde que cayó en mis manos mi primer magnetófono de carrete, un entonces ya viejo Ingra. Desde entonces hasta ahora mi estudio de pirateo musical se ha modernizado mucho. He grabado para mi disfrute y el de mis amistades decenas de miles de canciones. Y lo seguiré haciendo. También he comprado (y sigo comprando) algunos miles de discos de vinilo (mi debilidad) y unos cientos de CDs, que todo no va a ser piratear.

Me jode que la música en cualquier formato se considere un artículo de lujo y vaya cargada con impuestos abusivos “ad hoc”. La cultura no puede ser tratada como un artículo de lujo. Pero, en el caso particular de la industria discográfica, el volumen de negocio es de tal calibre que los márgenes de beneficios son sencilla y llanamente una inmoralidad resultante del atraco a las magras economías de la mayoría de aficionados. ¿De dónde, si no, saldrían las sustanciosas fortunas de los quejumbrosos “ídolos” y de quienes a ellos se arriman a comer la sopa boba? Pero por lo visto quieren más, lo quieren todo.

Con la ley en la mano, la piratería musical y videográfica es un delito sin paliativo. Pero hay leyes justas, menos justas y del embudo. Así que, al igual que hacían cuando les convenía aquellos señorones feudales frente a ciertos decretos reales, “acato pero no cumplo”. Favor que hago al decir esto al legislador y a la cohorte de plañideras que berrean por aumentar su peculio a costa de mi bolsillo y del de otros muchos, porque el señorón medieval al decir “acato” reconocía la superioridad moral y de rango de quien podía legislar, pero yo no estoy nada convencido de que esos tales de la SGAE merezcan tal consideración.