como hizo con sus hijos.
(Viejo cliché de 1970)
Hace unos días leía de soslayo, en el diario que tenía abierto otro viajero del autobús, un titular que decía, poco más o menos, que seis de cada diez parejas con hijos admitían no tener tiempo para ocuparse de la educación de sus retoños. No pude leer las razones que aducían para ello pero me las puedo imaginar y se podrían reducir a un par de argumentos: su tiempo se consumía entre la dedicación al trabajo y a ellos mismos. No quedaba tiempo para dedicarlo a los hijos.
Imagino que ese 60% de parejas pertenece a una clase media inmersa en el tráfago de la vida moderna, acosada por la imperiosa necesidad de conquistar y mantener una posición de relumbrón dentro de su ambiente; una clase media cuyos miembros están dispuestos a vender a diario su alma al diablo con tal de conseguir metas y objetivos que les permitan destacar de entre la masa de seres uniformizados por esos mismos deseos irrefrenables de tener más. Entienden la vida como una lucha sin cuartel por conseguir apropiarse de una parcela mayor de bienes con la idea, creo que equivocada, de que ello significa mayor bienestar. Y como el pastel tiene un tamaño limitado, esa lucha no se traduce en una actividad realmente creativa para engrosar el pastel sino en buscar la mejor estrategia para enajenarle su porción a otro menos espabilado. La competitividad y sentido de la emulación, tan antiguas como la Humanidad, toman ahora tintes a menudo dramáticos.
El sistema de vida que aceptamos en los países del "primer mundo" está configurado de tal manera que requiere la plena dedicación laboral de la pareja para poder conseguir y mantener una cierta posición de bienestar, medida no por los botes de pastillas contra la angustia, el estrés y el insomnio que consume la unidad familiar o por las visitas a la consulta del psicólogo sino por las cosas de las que puede presumir en y ante su entorno. El resultado es una familia raquítica, con escasa convivencia familar, constituida por seres forzosa y "justificadamente" independientes que habitan un espacio confortable (pero compartimentado), repleto de artilugios con los que distraer su obligado onanismo. No hay tiempo para ocuparse de los hijos más allá de proporcionarles cachivaches para que se entretengan y no den problemas. Porque de poco sirve disponer de esos elementos de bienestar si uno no puede disfrutarlos hedonistamente y eso requiere también su inversión de tiempo disponible.
Y mientras tanto, de la educación de los hijos se encargarán en los jardines de infancia, en los colegios, en los institutos o en la universidad, sometiéndolos a cargas lectivas y a actividades extraescolares suficientes para que no anden sueltos por la calle mientras los padres se matan a trabajar para pagar la casa, el nuevo coche, la segunda vivienda en la playa o en la montaña, las vacaciones pasadas antes de que lleguen las próximas, etc.
No os podéis imaginar cómo agradezco haberme criado de niño en un pueblo, en el seno de una familia modesta con frecuentes estrecheces. No os podéis imaginar con qué alborozo recuerdo haberme aprendido de memoria, de labios de mi padre, los cuentos de Caperucita Roja, Los Tres Cerditos, Las Cabritas, Juan Sin Miedo y otros muchos que su imaginación fabulaba para mí, sentado sobre sus rodillas cuando regresaba de su trabajo de mecánico, en una silla a la puerta de casa tomando el fresco en verano o al amor del brasero en invierno, y no de una máquina que emitiera sonidos e imágenes artificiales. No os podéis imaginar mi ilusión las pocas veces que fui de niño al cine de verano con mis padres (recuerdo con fijación la película de Disney Dumbo), y me viene con placer a las papilas gustativas el sabor aceitoso de un bocadillo casero con lonchas de berenjena rebozadas y un par de longanizas...
Sé que muchos pensaréis: "Yayo, los tiempos han cambiado...". Es verdad, han cambiado y no quisiera pareceros retrógrado. A cada tiempo, su cosa. Pero creo que el ser humano no ha cambiado tan rápidamente como los tiempos y creo que los hijos de ese 60% de familias con poca convivencia familiar son diferentes de los del 40% restante. Diferentes. No digo ni mejores ni peores. Por ahora.
PS Nada mejor, para ilustrar musicalmente esta entrada, que el soberbio cántico pagano a la diosa Fortuna con que Carl Orff abre y cierra sus Carmina Burana.