miércoles, 31 de enero de 2007

De la educación de los hijos

Mi padre con dos nietos sentados en las rodillas,
como hizo con sus hijos.
(Viejo cliché de 1970)


Hace unos días leía de soslayo, en el diario que tenía abierto otro viajero del autobús, un titular que decía, poco más o menos, que seis de cada diez parejas con hijos admitían no tener tiempo para ocuparse de la educación de sus retoños. No pude leer las razones que aducían para ello pero me las puedo imaginar y se podrían reducir a un par de argumentos: su tiempo se consumía entre la dedicación al trabajo y a ellos mismos. No quedaba tiempo para dedicarlo a los hijos.

Imagino que ese 60% de parejas pertenece a una clase media inmersa en el tráfago de la vida moderna, acosada por la imperiosa necesidad de conquistar y mantener una posición de relumbrón dentro de su ambiente; una clase media cuyos miembros están dispuestos a vender a diario su alma al diablo con tal de conseguir metas y objetivos que les permitan destacar de entre la masa de seres uniformizados por esos mismos deseos irrefrenables de tener más. Entienden la vida como una lucha sin cuartel por conseguir apropiarse de una parcela mayor de bienes con la idea, creo que equivocada, de que ello significa mayor bienestar. Y como el pastel tiene un tamaño limitado, esa lucha no se traduce en una actividad realmente creativa para engrosar el pastel sino en buscar la mejor estrategia para enajenarle su porción a otro menos espabilado. La competitividad y sentido de la emulación, tan antiguas como la Humanidad, toman ahora tintes a menudo dramáticos.

El sistema de vida que aceptamos en los países del "primer mundo" está configurado de tal manera que requiere la plena dedicación laboral de la pareja para poder conseguir y mantener una cierta posición de bienestar, medida no por los botes de pastillas contra la angustia, el estrés y el insomnio que consume la unidad familiar o por las visitas a la consulta del psicólogo sino por las cosas de las que puede presumir en y ante su entorno. El resultado es una familia raquítica, con escasa convivencia familar, constituida por seres forzosa y "justificadamente" independientes que habitan un espacio confortable (pero compartimentado), repleto de artilugios con los que distraer su obligado onanismo. No hay tiempo para ocuparse de los hijos más allá de proporcionarles cachivaches para que se entretengan y no den problemas. Porque de poco sirve disponer de esos elementos de bienestar si uno no puede disfrutarlos hedonistamente y eso requiere también su inversión de tiempo disponible.

Y mientras tanto, de la educación de los hijos se encargarán en los jardines de infancia, en los colegios, en los institutos o en la universidad, sometiéndolos a cargas lectivas y a actividades extraescolares suficientes para que no anden sueltos por la calle mientras los padres se matan a trabajar para pagar la casa, el nuevo coche, la segunda vivienda en la playa o en la montaña, las vacaciones pasadas antes de que lleguen las próximas, etc.

No os podéis imaginar cómo agradezco haberme criado de niño en un pueblo, en el seno de una familia modesta con frecuentes estrecheces. No os podéis imaginar con qué alborozo recuerdo haberme aprendido de memoria, de labios de mi padre, los cuentos de Caperucita Roja, Los Tres Cerditos, Las Cabritas, Juan Sin Miedo y otros muchos que su imaginación fabulaba para mí, sentado sobre sus rodillas cuando regresaba de su trabajo de mecánico, en una silla a la puerta de casa tomando el fresco en verano o al amor del brasero en invierno, y no de una máquina que emitiera sonidos e imágenes artificiales. No os podéis imaginar mi ilusión las pocas veces que fui de niño al cine de verano con mis padres (recuerdo con fijación la película de Disney Dumbo), y me viene con placer a las papilas gustativas el sabor aceitoso de un bocadillo casero con lonchas de berenjena rebozadas y un par de longanizas...

Sé que muchos pensaréis: "Yayo, los tiempos han cambiado...". Es verdad, han cambiado y no quisiera pareceros retrógrado. A cada tiempo, su cosa. Pero creo que el ser humano no ha cambiado tan rápidamente como los tiempos y creo que los hijos de ese 60% de familias con poca convivencia familiar son diferentes de los del 40% restante. Diferentes. No digo ni mejores ni peores. Por ahora.

PS Nada mejor, para ilustrar musicalmente esta entrada, que el soberbio cántico pagano a la diosa Fortuna con que Carl Orff abre y cierra sus Carmina Burana.

sábado, 20 de enero de 2007

Mozart forever...

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A Persio, que me dio la idea.

Ayer, viernes, regresé a casa por la tarde particularmente cansado de la Facultad. Tres horas seguidas de clase, con apenas una pausa de diez minutos para fumarme un par de cigarrillos apresurados en el jardín, me habían dejado el cerebro medio exprimido, reseco y doliente.

Fue así como, algo mecánicamente, me encontré con la flauta armada entre la manos y una partitura abierta en el atril: el Concierto KV 299 para flauta, arpa y orquesta en do mayor, de W. A. Mozart. Tañer la flauta me relaja de manera extraordinaria, sobre todo interpretando música barroca. Pero últimamente se está convirtiendo en un acontecimiento extraordinario porque el tiempo se me va de entre las manos, invertido en quehaceres supuestamente más importantes.

Tampoco penséis que soy un intérprete atinado. Soy un mediocre aficionado desde los 10 años, prácticamente atodidacta, con algo de técnica aprendida del excelente método de Henry Altes e, indirectamente, escuchando a grandes maestros como J.P. Rampal. Toco para mi propio solaz y, en algunas ocasiones, para someterme a la crítica de mis amistades. Pues bien, mientras me enfrentaba al Andantino del KV 299, redordé un comentario de Persio en una de mis entradas anteriores y es lo que me ha llevado a escribir este texto.

W.A. Mozart es uno de mis compositores favoritos. No sólo su música me resulta fascinante: también su personalidad de genial adolescente es de un atractivo cautivador. Su biografía ha hecho correr ríos de tinta pero quizás sea suficiente para una puesta en escena con traer a la memoria, aquí, la recreación cinematográfica de Milos Forman, Amadeus. Sobrecoge pensar qué y cómo habría podido componer si hubiera vivido más años (murió con 34). En todo caso lo que sí es evidente es que con Mozart el clasicismo musical alcanza su máxima expresión y en sus últimas obras el estigma romántico ya rezuma de los pentagramas. No son pocos los musicólogos que descubrieron la ligazón temperamental entre sus últimas sinfonías y las primeras de Beethoven, el músico romántico por excelencia.

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El Concierto KV 299, escrito en París en 1778 a los 21 años, es una rareza instrumental: para flauta, arpa y orquesta. Mozart, oportunista donde los hubiera, lo escribió para un noble francés que tocaba la flauta y para su hija, aficionada al arpa, con la esperanza de que le ayudara a introducirle en el ambiente musical parisino. Parece que esto último resultó un fiasco (el "chauvinismo" francés viene de lejos...). Con todo, es una joya musical de corte exquisitamente clásico. El Allegro inicial, que comienza con un tutti de dos compases con la orquesta y los solistas sonando fuerte, desarrolla con exquisitez ideas musicales juguetonas a base de escalas y arpegios, en las que los solistas dialogan entre sí y con la orquesta intercambiando protagonismo mediante juegos armónicos de gran brillantez. El segundo tiempo es un Andantino reposado, escrito en la tonalidad de fa mayor para el lucimiento de los instrumentos solistas, dejando a la cuerda el papel nada desdeñable de acompañarles con largas notas tendidas que tejen una especie de tapiz sonoro de fondo sobre el que evolucionan de manera modulada, destacando, las bellísimas frases musicales expuestas por los solistas. El movimiento final, un Allegro estructurado como Rondó, danza muy de moda en los salones cortesanos parisinos de gusto rococó, vuelve a retomar la tonalidad de do mayor. La música nos va transportando con creciente e impetuosa intensidad a un brillante final. Los solistas callan a menudo, dejando que la orquesta exponga los temas, subrayados por los sones del oboe y las trompas (tan queridas del gusto germánico mozartiano), y cuando intervienen lo hacen con extremado virtuosismo de largas escalas y arpegios de la flauta, acentuados por sobrios acordes del arpa.

A mí me gusta especialmente el segundo movimiento, el Andantino, y a él quisiera dedicar párrafo aparte. Constituye, además, la ilustración musical de esta entrada para que puedan seguirse sobre la propia música mis comentarios.

La cuerda expone en los doce primeros compases el tema que va a constituir el eje musical de todo el movimiento. En el compás 13 calla la orquesta durante varios compases y la flauta y el arpa inician la repetición del tema, comenzando un diálogo en el que en ocasiones será la flauta la que desarrolle largas frases moduladas en arpegios ascendentes-descendentes con el contrapunto de arpegios y acordes del arpa y el acompañamiento suave de la cuerda con notas tendidas, y en otros momentos se invertirán los papeles de los solistas. Esta sección se repetirá con armoniosas variaciones sobre el tema principal, en frases fugadas, a partir del compás 59, que se adornan con frecuentes y efectistas trinos. Hacia el final de esta sección está la nota fatídica para el flautista, donde todos fallan ligeramente (yo estrepitosamente): Mozart obliga al instrumentista a pasar, en el compás 97, de un do grave (la nota más baja de la tesitura del instrumento) a un fa sobreagudo (de las más altas) y ahí todos fallan en la afinación del agudo, que siempre suele quedar algo calante. Esta grabación no es una excepción. La segunda sección termina con una frase musical suspendida..., un calderón en el compás 102. Son unos instantes de silencio tenso... ¿Qué sucederá a continuación? Pues lo que sucede es el inicio de una cadenza bellísima a dúo de la flauta y el arpa mientras la orquesta, silenciosa y expectante, aguarda el final de tanta belleza para incorporarse, ya todos en conjunto, a una última repetición del tema principal que se disolverá, tras unos trinos del arpa, en tres acordes pianísimos, que me dejan el alma encogida y preparada para la explosión rítmica del Rondó, el último movimiento del Concierto. Si tenéis oportunidad de escuchar la obra completa estoy seguro de que me comprenderéis.


viernes, 12 de enero de 2007

De los Magos de Oriente

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El hermoso ciclo navideño popular se cierra con la llegada de los tres Reyes Magos de Oriente al portal de Belén para adorar al Niño Jesús. Con todo, la imagen estereotipada que tenemos de este hecho no es "oficial" para la Iglesia Católica ni para ninguna otra Iglesia, sino consecuencia de una larga tradición cristiana cuyo embrión comenzó a germinar en la Iglesia primitiva (hay algunos toscos dibujos en las catacumbas romanas que parecen aludir a los Magos) pero cuyo desarrollo es posterior, medieval, e inspirado en fuentes extracanónicas. En particular, que fueran tres, entre ellos uno de raza negra, es una aportación muy tardía y típicamente del cristianismo de raíz hispánica. Hay algunos datos históricos que ya mencioné en una entrada anterior, a la que encamino al lector para no repetirme.

La única fuente oficialmente aceptada que habla de la existencia de los Magos se encuentra en el Evangelio de Mateo: "... llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente..." (Mt 2,1), cuando Jesús contaba algo menos de dos años de edad. El texto parece sencillo y claro, ¿verdad? Pues nada de eso... Hay al menos dos aparentes contradicciones. Una de ellas, como ya he justificado en otro lugar, es que Jesús no acababa de nacer cuando llegaron los Magos. La segunda tiene que ver con cuestiones geográficas y de procedencia de esos Señores guiados por una estrella.

Dice el evangelista que llegaron "del Oriente". Siempre se ha interpretado que los Magos podían ser astrónomos o astrólogos de países situados al oriente de Palestina, quizás de Mesopotamia. Babilonia contaba con una larga tradición de estudiosos en el tema de los astros. En Persia la tradición astronómica era menor pero allí se practicaba otra religión monoteísta, el Zoroastrismo, cuya teología es bastante parecida a la judaica y también se esperaba la llegada de un Mesías anunciado por algún prodigio; por eso hay quienes opinan que los Magos pudieron ser sacerdotes del culto zoroástrico.

Algunos críticos piensan que si estos personajes estaban en tierras al Este de Palestina no podían llegar a Judea siguiendo una estrella vista al Oriente porque les hubiera dirigido en dirección a las tierras del Indo, es decir, en dirección contraria. El quid de la cuestión, como han hecho notar algunos filólogos, quizás resida en una mala traducción al griego del texto evangélico original (hoy perdido), de la que se derivan las versiones actuales a todos los idiomas. No voy a entrar en mayores profundidades sobre este asunto, que podrían resultar largas y farragosas, pero me uno a quienes opinan que estos críticos se aferran machaconamente a un texto y olvidan algo tan elemental como es el movimiento de rotación de la Tierra de Oeste a Este: la "estrella" era avistada al oriente (como el sol) y seguía un recorrido aparente de Este a Oeste. La dirección que marcaba a los Magos era hacia occidente y hacia allí se encaminaron.

Sobre los Magos habla también el Protoevangelio de Santiago, texto apócrifo cuya redacción se completó a principios del siglo IV pero que contiene materiales más antiguos, de finales del siglo I, contemporáneos y coincidentes con los de Mateo. En Prot S XXI,1 se dice "... hemos visto su estrella en el Oriente...", lo cual podría significar no la posición de la estrella sino la de los observadores: ellos estaban en las tierras del Este, en el Oriente, la vieron y la siguieron en dirección Oeste. El texto de Santiago es más descriptivo que el de Mateo para esta parte de la Historia Sagrada. Así, en Prot S XXI, 2 leemos: "... Hemos visto un astro muy grande que brillaba entre las demás estrellas y las eclipsaba...".

Ante la carencia de toda otra fuente histórica con la que cruzar la información de los textos sagrados, han sido los astrónomos quienes han tomado el relevo de historiadores y teólogos para arrojar algo de luz sobre este hecho. Se ha propuesto que la "estrella" podría haber sido una conjunción triple de planetas (Marte, Júpiter y Saturno), que produce un efecto de gran luminosidad. Pero en el año 5 a. de C., que es cuando Jesús tendría unos dos años, no se dieron conjunciones de ese tipo. Hubo una en marzo del año 7 a. de C., el año del probable nacimiento del Niño, y es razonable pensar que fuera ese fenómeno el que alertó a los Magos sobre la proximidad de algún prodigio. Además, la conjunción se produjo en Piscis, constelación asociada a la fenomenología judía.

Los Magos tuvieron que aguardar otros dos años hasta que sucedió un fenómeno astronómico singular que les movió a la peregrinación. Está recogido en la literatura china y coreana del momento: en marzo del año 5 a. de C. se registra la aparición de un cometa que fue visible durante 70 días. Los astrónomos modernos consideran que no se trató realmente de un cometa sino de una Nova o Supernova. Bueno, eso es lo de menos ahora. Lo verdaderamente importante es que fue un fenómeno lo suficientemente extraordinario, vistoso y duradero para permitir que los Magos llegaran a Belén cuando Jesús iba a cumplir dos años. La diferencia temporal entre la conjunción que anunciaba el nacimiento (año 7 a. de C.) y el avistamiento de la estrella que orientó a los sabios viajeros (año 5 a. de C.) explicaría por qué Herodes sabía, por su conversación con ellos mencionada por Mateo, la edad de Jesús y pudo ordenar la matanza de inocentes de hasta dos años. Los textos evangélicos sinópticos y apócrifos de los Magos encuentran así una razonablemente sólida apoyatura en hechos astronómicos.

¿Cuántos Magos eran? No lo sabemos. Ni Mateo ni Santiago dan cifra alguna. Pero en la tradición cristiana occidental cristalizó pronto el número de tres. Mi postal de felicitación navideña está tomada de un mosaico de Rávena, de comienzos del siglo IV. Es muy posible que ese número quedara fijado a partir de los tres dones que, según Prot S XXI,3, ofrecieron al Niño: oro, incienso y mirra. Para los cristianos ortodoxos, en cambio, fueron doce los Magos, como los Apóstoles.

Tampoco fueron reyes. Es a partir del siglo XI cuando comienza a dárseles ese tratamiento y se les representa coronados. En el mosaico antes mencionado aparecen tocados con gorro frigio, no con corona (no eran reyes), algo que a partir de la Revolución Francesa se convertiría curiosamente en símbolo del republicanismo.

Realidad o leyenda, los Magos de Oriente forman parte inseparable del retablo navideño y son esos personajes entrañables que todos (o la mayoría) hemos venerado de niños con temor e ilusión.



PS: Para cerrar con música este ciclo de Navidad os dejo este villancico popular castizo.

sábado, 6 de enero de 2007

Llegaron los Reyes Magos...

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Llegaron los Reyes Magos con sus bolsas de regalos. No me dejaron carbón, o sea, que no debí ser tan malo el año pasado como para merecer esa burla.

Desde hace ya muchos años escribo a los Magos pidiéndoles algunos regalos para mis ahijados Carlos y Eduardo. Ambos tienen ahora 33 años, están felizmente casados y Carlos, además, tiene tres hijos, dos niñas de 6 y 4 años, y un varoncito de dos. De la mayor de Carlos, Loreto, soy también su padrino. Digo esto porque, a medida que se fueron agregando nuevos miembros al clan, fueron aumentando las peticiones a los Magos, primero para las novias y luego para los niños.

En las Navidades de 1987 -ha llovido mucho desde entonces- Carlos y Eduardo me dijeron: "Padrino, a partir de este año queremos que los Reyes nos dejen sus regalos en tu casa". Hasta entonces lo habían hecho en las suyas. Y así fue cómo se instituyó la bonita costumbre de reunirnos en casa, a las seis de la tarde, para abrir los paquetes, en torno a un gran roscón de Reyes (un dulce típico madrileño para esa fecha), cada seis de enero.

Todos ellos conocen de sobra mis gustos y mi opinión sobre los regalos. Éstos han de ser algo sorprendentes, prescindibles y, desde luego, baratos. Me disgustan los regalos caros y utilitarios. Veamos los que he tenido hoy, que ya he comenzado a disfrutar:

- J.S. Bach: Misa en si menor, BWV 232, en la versión de Collegium Vocale Gent bajo la batuta de Ph. Herreweghe. Las voces solistas: J. Zomer, V. Gens, A. Scholl, Ch. Prégardien, P. Kooy y H. Müller-Brachmann. Es una edición relativamente reciente, de 1998, de una grabación de 1996.
(De esta obra ya tengo la excelente versión de K. Richter de los años 60, con la Orquesta y Coro Bach de Munich, edición remasterizada).

- Marin Marais: Suitte d'un Goût Extranger. Pièces de viole du IV Livre. 1717. La versión es de Jordi Savall con un grupo de solistas tañendo instrumentos de época. El registro es de 2006.
(De M. Marais tengo poca música en mi discoteca: unas pocas piezas que sonaron en equella excelente película Todas las mañanas del mundo, también interpretadas por J. Savall).

- W.A. Mozart: Las Sonatas para violín y piano (edición integral). La versión es de Anne-Sophie Mutter al violín y Lambert Orkis, piano. La grabación es de 2006.
(¡No tenía ninguna de las Sonatas en este formato!).

- N. Paganini: Los Seis Conciertos para violín y orquesta. Al violín Salvatore Accardo, con la Orquesta Filarmónica de Londres bajo la dirección de Charles Dutoit. Son grabaciones de 1974 y 1975, remasterizadas.
(Tengo en vinilos la excelente versión de Arthur Grumiaux de los años cincuenta. Creo que Grumiaux ha sido el mejor intérprete de Paganini, aparte del propio autor. También tengo ya los conciertos 1, 2, 3 y 4 en esta misma versión. Con este pack completo el ciclo de Accardo, gran virtuoso pero con cierto acaloramiento. Por contraste, la versión que tengo del Concierto nº 1 por I. Czerkow con la Sinfónica de Munich me deja bastante frío).

- Gerald Durrell: La triogía de Corfú, Mi familia y otros animales, Bichos y otros familiares y El jardín de los dioses, más Un novio para mamá y otros relatos y Filete de lenguado.
(Había leído hace años la primera de ellas y me pareció una prosa autobiográfica, despreocupada y amable; un regalo para los amantes de la naturaleza y del humor inglés. Prácticamente son las obras completas).

Como muestra musical he colgado una alegre giga de M. Marais.


miércoles, 3 de enero de 2007

La Muerte, ya...

I

Era una tarde desapacible del mes de febrero. Del mar soplaba un viento frío y cortante que arañaba la piel hasta escocer. El grupo de amigos acababa de salir de una sesión de cineclub en el Colom donde se había proyectado El séptimo sello, de Ingmar Bergman, y seguían discutiendo sobre la complejidad de las metáforas visuales mientras se encaminaban al Bar Gandía para guarecerse de las inclemencias del tiempo y tomar algún refrigerio bien caliente. Una vez allí, sentados en torno a una mesa de velador, la tertulia prosiguió largo rato. En uno de esos silencios tensos y embarazosos que se producen a veces alguien dijo: "El día que me muera me gustaría que organizarais una gran comida a mi salud. ¡Sin mujeres!". Rieron la ocurrencia e incluso hablaron de la necesidad de escribir un protocolo a tal efecto. Tenían entre 18 y 19 años.


II

Miércoles, 27 de diciembre de 2006. La tarde era fresca pero por fin había dejado de llover. La Calle Mayor estaba muy animada por la gente que entraba y salía de las tiendas haciendo sus compras. Néstor y yo paseábamos entreteniendo el tiempo hasta que llegara Mariles (su mujer) y marcháramos a cenar. Era imposible llevar una conversación: a cada paso alguien nos paraba para desearnos felices fiestas y preguntarme si estaba de vacaciones y cómo me iban las cosas por Madrid y si era verdad que había tantas obras por las calles. Así fue como nos cruzamos con Joan M. Monjo. Andaba con parsimonia, luciendo una leve sonrisa mientras repartía saludos. Nos abrazamos cordialmente y le pregunté por su salud. "Hace unos días me dijo Salva -por nuestro amigo cardiólogo- que mi corazón es una cafetera rusa. Cualquier día se parará...". Sonreía escépticamente elevando las cejas con su gracejo particular. Todos sabíamos, y él también, que llevaba cuatro años viviendo de prestado tras un infarto grave. Nos abrazamos de nuevo y seguimos nuestros caminos en direcciones opuestas.


III

Martes, 2 de enero de 2007. Estoy en casa y suena mi móvil. Es un mensaje de Néstor enviado a varias personas. Lacónico: "Joan M. Monjo nos ha dejado. El entierro será esta tarde a las 5 en la Alquerieta de Guardamar". Son las 11:19 de la mañana. Me visto para la ocasión, subo al coche y enfilo la autopista de Valencia.
Guardamar de la Safor era una pequeña pedanía junto a Gandía hasta que el "boom" turístico de las últimos años la ha convertido en municipio independiente. Cuando he llegado a la iglesuela de la Alquerieta ya estaba formado el duelo junto al féretro y desfilaba ante él la crema de la intelectualidad literaria valenciana para rendirle homenaje. He buscado a Néstor y a los otros amigos, que formaban corrillo un poco apartados del desfile oficial.
Responso y luego, a hombros, hemos llevado el ataúd al cementerio distante apenas doscientos metros de la iglesia. Allí se han leído algunos poemas y fragmentos en prosa de Joan M. y, con un largo aplauso, se han introducido sus restos mortales en un nicho.
Cuando ha terminado el ritual necrolátrico era ya de noche, aunque apenas habían dado las seis y media en el reloj del nuevo ayuntamiento. Una luna llena espléndida, perfectamente redonda, rielaba en las aguas de las acequias y dejaba nacarados reflejos en las hojas de los naranjos humedecidas por el primer rocío.
El grupo de amigos caminaba en silencio hacia el caserío cuando ha dicho Otis: "He reservado mesa para las nueve en L'Arnadí. ¡Sin mujeres!"


PS Joan M. Monjo es el primero de aquel grupo de amigos que se ha ido. Podría colgar aquí, como homenaje al hombre de letras, alguna creación suya. Pero Joan M. escribió siempre en valenciano-catalán. Tendría que traducirlo y ya sabéis lo que se dice: "Traduttore... traditore...". Quizás lo haga en otro momento. Ahora me apetece más colgar una canción que fue nuestro himno de guerra cuando, a finales de los años 60 del siglo pasado, comenzamos a luchar en las universidades contra la dictadura reclamando libertades: Al vent, del cantautor valenciano Raimon.