viernes, 30 de marzo de 2007

San José, un santo y paciente varón


El católico moderno tiene una imagen de este justo varón dibujada recientemente (en los últimos 500 años) con material procedente de fuentes no canónicas, en su mayor parte de los Evangelios Apócrifos. Porque en el Nuevo Testamento hay muy pocas referencias al padre putativo de Jesús, algunas de ellas enormemente polémicas y que siguen trayendo de cabeza a los exégetas cristanos. Por cierto, que de la abreviatura textual PP (Padre Putativo) se ha derivado que a los bautizados con el nombre de José se les llame familiarmente Pepe. Aunque eso supongo que ya lo sabíais.

De los cuatro Evangelios canónicos sólo los de Mateo y Lucas proporcionan algunos datos. Juan se limita a decir en un par de ocasiones que Jesús era hijo de José (Ju 1,45 y 6,42). Pero, ¿quién era ese José de Nazaret?

Según Mateo 1,16, era hijo de un tal Jacob. Para Lucas, en cambio, su padre se llamaba Helí (Lu 3,23). Este desacuerdo en las fuentes reveladas desconcierta a los exégetas, la mayoría de los cuales pasan de puntillas sobre el asunto sin detenerse y unos pocos han elaborado una teoría bastante infumable recurriendo a la Ley del Levirato: en tal teoría se considera que uno de los nombrados, por ejemplo Jacob (que tendría un hermano soltero llamado Helí), sería su padre biológico y habría muerto; según la Ley, su hermano Helí, por ser soltero, estaba obligado a casarse con la viuda, su cuñada, pasando a ser padrastro de su sobrino José.

Tampoco se sabe dónde nació aunque, por el hecho de desplazarse a Belén con María encinta para empadronarse, según ordenaba el edicto augusteo, es muy probable que fuera de Belén. El apócrifo Historia de José el carpintero (escrito en el siglo IV-V) lo afirma taxativamente: "Había un hombre llamado José, oriundo de Belén..." (HJC II,1). Textos canónicos y apócrifos coinciden en que era carpintero. Bueno, en realidad dicen que era tekton, algo así como persona habilidosa para hacer trabajos manuales. Pero desde muy antiguo se fijó el significado de carpintero, aunque en el apócrifo Libro sobre la infancia del Salvador (del siglo XIII) se deja traslucir que era agricultor: "... siendo la época de la sementera, salió José a sembrar trigo" (LIS 3).

Como carpintero no parece que siempre le salieran bien las cosas, a tenor de lo que nos narra el apócrifo Evangelio árabe de la Infancia (del siglo XIII-XIV) en el cap. XXXIX y que, resumiendo, nos viene a contar el milagro que tuvo que hacer Jesús para arreglar los desaguisados de su padre al contruir un trono que le había encargado el rey de Jerusalén.

A pesar del importante papel que jugó San José en la Sagrada Familia, los Evangelios transmiten poca información biográfica sobre el casto varón. Tampoco sobre María, su virgen esposa son en exceso explícitos. ¿Era José viudo cuando desposó a María o no había conocido mujer? La mención en varias ocasiones, en los Evangelios, de "los hermanos del Señor", por ejemplo en Mt 13,55 y ss., es un escollo difícil de salvar, que los exégetas católicos sortean haciendo filigranas retóricas. Pero en la Historia de José... se recoge que el Santo Patriarca era viudo, y que del primer matrimonio tuvo cuatro varones y dos mujeres (HJC II, 3 y ss.). En otros textos se nos indica que a la hora de desposar a María todos sus hijos se habían casado ya, excepto Santiago, el menor, luego Apóstol, al que los textos sagrados llaman "hermano del Señor".

Este asunto es importante para entender la animada discusión entre dos bandos de hagiógrafos: quienes defienden (sin ningún argumento claramente apoyado en la Revelación) que José era joven y soltero cuando se comprometió con María y quienes sostienen que era ya viejo. No quiero extenderme demasiado citando fuentes, pero coincido con quienes opinan que lo más razonable es pensar que era ya, efectivamente, añoso cuando celebró las nupcias con la Virgen. El devenir temporal del propio relato evangélico admite esa posibilidad: cuando Jesús inicia su vida pública su padre putativo debía haber muerto ya, pues no se le menciona como invitado en la boda de Caná; tampoco formaba parte del cortejo familiar al pie de la cruz, cuando, viendo su muerte próxima, Jesús encarga a Juan que se ocupe de cuidar a la Virgen. Las frases de Juan 19, 26-27 no tendrían sentido (exégesis posteriores aparte) si el esposo de María aún viviera. Por otra parte, y con todas las reservas a tener en cuenta, en la Historia de José... Jesús narra de manera presencial la muerte de su padre (HJC XVI y ss.).

Todas estas situaciones de desconocimiento hicieron que, en los primeros tiempos del cristianismo, San José fuera un santo ignorado, sobre todo para el cristianismo occidental. No figura en las nóminas y santorales de los Martirologios más antiguos y no hay constancia de que se le tributara culto oficialmente, aunque bien es verdad que durante los primeros siglos del cristianismo se veneraba principalmente a los mártires. Las referencias cultuales más antiguas que se tienen proceden de calendarios de la Iglesia Copta de los siglos VIII y IX. En Occidente se inició su culto hacia el siglo X, siendo una iglesia de Bolonia la primera dedicada al Santo cuando corría el año 1129. Su culto ganó adeptos gracias a la devoción de influyentes personajes del cristianismo como el Santo de Aquino, San Bernardino, Santa Brígida de Suecia... pero estaríamos ya a finales del siglo XIII y principios del XIV. Por fin, bajo el pontificado de Sixto IV (1471-1484), San José fue oficialmente introducido en el Misal Romano, fijándose su fiesta para el 19 de marzo.

Los gremios bajomedievales de carpinteros le tomaron por Patrón y así, poco a poco, la devoción a San José fué ganando popularidad. Con Clemente XI (1700-1721) consiguió el rango de fiesta doble de segunda clase, pero fue a lo largo del siglo XIX cuando se produjo el ascenso vertiginoso de categoría, que culminó en 1870 cuando Pío IX lo declaró Patrono Universal de la Iglesia Católica. Después San José entró en política. En 1889 se había instaurado el día 1 de Mayo como Fiesta del Trabajo a la que en pocos años se fueron adhiriendo todas las naciones a través de sus organizaciones sindicales de trabajadores. Pues bien, a Pío XII le cupo el honor de cristianizar en 1955 la Fiesta del Trabajo, convirtiéndola para el orbe católico en el día de San José Obrero.

En cuanto a su patronazgo de las Fallas, viene de la tradición de los gremios de carpinteros de Valencia, y como fueron los carpinteros los que construyeron las primeras fallas (y así ha continuado siendo hasta hace bien poco), cuando la fiesta tomó vuelo fue santificada bajo la tutela del Santo, que también había sido del gremio.

Lo del Día del Padre es más reciente y poco tiene que ver, en realidad, con San José.
(La ilustración corresponde el cuadro "La Sagrada Familia", de Simone Cantarini, pintado hacia 1645)

martes, 20 de marzo de 2007

San José, las Fallas, etc., etc.


Sí, ya sé que llevo el blog algo más desatendido de lo que suele ser habitual. Y no diré que es por razones de trabajo, no. Simplemente, me he tomado una semana de vacaciones para disfrutar de una fiesta tradicional de mi tierra, Valencia: las Fallas. La semana fallera es la apoteosis del cachondeo, del ruído atronador de los cohetes, de los excesos gastronómicos, de las noches sin dormir apenas... Es la quintaesencia de la burla y la crítica ácida a la política y sus personajillos, hecha monumento efímero de cartón y madera para ser quemado la noche del 19 de marzo, con la esperanza (que nunca se cumple) de que el fuego sirva de ejemplar metáfora y limpie nuestra sociedad de tanta basurilla. Mi falla, la de mi barrio, la que os muestro en la foto, llevaba por lema "Haciendo el indio..." y en ella satirizábamos a los políticos locales y su aldeana manera de entender la política. Nada nuevo bajo el sol.


Dentro de unos días, en cuanto me recupere, escribiré algo sobre San José, el patrón de las Fallas, ese santo modesto, casi de segunda fila en la nómina católica.


Ahora os dejo con música: un pasodoble fallero por excelencia, El Fallero, del maestro Serrano.


domingo, 11 de marzo de 2007

En Atenas

He pasado unos días en Atenas por motivos profesionales. Atenas me sobrecoge siempre, y no porque sea actualmente una gran metrópoli abigarrada, ruidosa, incómoda... y llena de turistas (afortunadamente). Me sobrecoge el aleteo ingrávido de tanta Historia, de tantas mentes preclaras generando ideas que han quedado prendidas, fecundando el pensamiento humano, de tantas nobles piedras.

Siempre suelo hospedarme en un hotel cercano al centro histórico para, en mi tiempo libre, poder pasear tranquilamente por las callejuelas del Plaka y adentrarme en grato paseo por las calles de la Atenas clásica, las ruínas de la esplendorosa Atenas de Pericles, no sin detenerme antes o después en la taberna de Manniatis y allí, desde su pequeña terraza, contemplar la dominante silueta de la Acrópolis mientras saboreo, solo o en compañía, una jarra de recio vino resinoso y, si se tercia por la hora, engullir sin prisa unas dolmades, o moussaka, o kolokithakia, aprestando el camino a unos calamares o al pulpo aderezado con taramasalata, pero dejando algo de hueco para poder rematar con dulces baklavas o loukoumades.

Os invito a un paseo por las ruínas de Atenas (reproducido hasta cierto punto en el "clip" que cierra este artículo). En las últimas callejuelas de la ciudad actual uno puede encontrarse con bellas iglesias bizantinas y sus ricos mosaicos de tema religioso y, al levantar la vista en dirección sur, las escarpadas paredes de la mesa rocosa en cuya plataforma se eleva el Partenón. Es un regalo para la vista.

Pero entremos al Ágora desde el Cerámico por la avenida que la cruza en diagonal, por la que tantas veces discurrió la procesión sagrada de las Panateneas en dirección al Partenón, al templo mayor de Atenea Pártenos. A la derecha, y como un anticipo, el templo de Efestos, también llamado de Teseo, con sus evidentes concomitancias con el Partenón (no son pocos quienes opinan que los trazó el mismo arquitecto). Pasemos junto a las ruínas de la Casa de la Fuente y dirijamos la mirada (con la imaginación, pues sólo los cimientos perduran) hacia los recintos porticados que cerraban la gran plaza del Ágora, las pintadas Stoas, y prestemos oído a los ecos que todavía resuenan de las voces de Zenón enseñando filosofía estoica, de los tyranos construyendo la democracia ateniense, de Demóstenes en sus diatribas contra Filipo de Macedonia... ¡Tantas voces magistrales se agolpan en mi memoria...!

Llego ya al pie del risco del recinto sagrado y el camino comienza a ascender y pasa zigzagueante junto al precipicio sur, al que me asomo para contemplar el Odeón de Herodes Ático y recordar aquella memorable representación de la Electra de Eurípides, en griego clásico, hace de esto ya más de veinte años. Algo más al este se vislumbran las nobles ruínas del teatro de Dionisio, donde estrenaron Eurípides, Aristófanes, Sófocles y tantos otros clásicos. Impresiona sólo el recordarlo...

Paso junto al pequeño templo dedicado a Atenea Niké y enfilo la escalinata de los Propileos. El corazón me late a más de 100, no sólo por los achaques de viejo fumador, mientras subo los gastados escalones que conducen a la soberbia barrera de columnas jacenadas: sé que es el pórtico, la antesala de un espacio maravilloso. La Geometría reina allí como una aliada sublime de lo esotérico. Uno quiere ver el Partenón pero la columnata del propileo no te permite sino una visión segmentada del espacio más allá. Has de rebasarla y entonces, ¡oh milagro!, ante ti se despliega una perspectiva absolutamente genial del templo en ligero escorzo, la mejor perspectiva posible a la distancia óptima. Todo calculado para el efectismo.

Me siento sobre el tambor de una columna caída, enciendo un cigarrillo y, mientras fumo con fruición, paseo la mirada por el Erecteion reconstruído y pienso en sus Cariátides originales (hoy en museos) recordando viejos grabados y fotografías del siglo XIX.

Pero el Partenón me llama con la atractiva salmodia de las Vestales en los cultos a la diosa protectora. Paseo por su alrededor y lleno con la imaginación el hueco horrendo de la cella (derruida por la horrísona explosión del polvorín que los turcos otomanos instalaron en ella en el siglo XVII) con la gigantesca escultura de Atenea Pártenos labrada por Fidias, destruida por manos iconoclastas no se sabe cuándo. Huelo el incienso y los perfumes de ese sancta sanctorum y recorro con la mirada por fuera y por dentro del templo los frontones y frisos con altorrelieves que cuentan historias maravillosas de la mitología griega. Mirada imaginaria que me ha de transportar a Londres y París donde se custodian, afortunadamente, la mayor parte de los restos conservados de tanta maravilla marmórea.

Atardece... Desando el camino tras una última mirada antes de cruzar de nuevo los Propileos. Es tiempo de pensar en la taberna de Manniatis y en un reparador refrigerio.

viernes, 2 de marzo de 2007

¿Eres espiado?

La Red es un medio de expresión y opinión cada día menos seguro, menos independiente y menos libre, si es que estas cualidadades las tuvo alguna vez. A estas alturas de la película, cuando las posibilidades ofrecidas por Internet ya son exploradas y explotadas por muchos millones de internautas tras varios decenios de bombardeo publicitario directo e indirecto ensalzando sus virtudes, la Red se está convirtiendo en un arma estratégica potencialmente peligrosa para la seguridad del "stablishment", que ve en ese acto voluntario de apretar una tecla un direccionamiento hacia el desacato, hacia lo prohibido, hacia la transgresión de moralidades pactadas no se sabe con quién.

Leía recientemente en un periódico abandonado en una repisa del tren de cercanías que me lleva a diario a la universidad, que cada día estamos más controlados por los sistemas informáticos del Estado. No es sólo por Hacienda, aunque por ahí comenzó. Nuestra actividad va dejando rastros que quedan almacenados en incontables bases de datos fiscalizadas por el Estado, desde la visita al médico hasta el gesto cotidiano de pagar la cuenta del restaurante o de la tienda con una tarjeta de crédito.

Luego están los hackers. Los buenos, los más hábiles, no suelen entretenerse en entrar y espiar un ordenador personal. Lo que les hace subir la tasa de adrenalina es romper las barreras de seguridad de grandes compañías u organismos oficiales y dejar allí su firma. Porque los PCs son demasiado vulnerables por más que instalemos esos programas anti-spy que nos venden a precio de oro y que, la verdad, sirven para bien poco a quienes utilizamos Internet con moderación. Pero, con el fenómeno hacker, los organismos policiales y de "inteligencia" se dieron cuenta de lo fácil que resulta espiar cualquier cuenta de correo electrónico, cualquier blog, cualquier página web, aunque nos identifiquemos con esos nombres a veces tan ridículos tras los que intentamos salvaguardar el anonimato. Es tan sencillo como "pinchar" un teléfono.

Así, ese soplo aparente de libertad que ofrece Internet puede convertirse en una trampa en la que puedes caer y verte cazado como un gazapillo si lo que muestras en tu escaparate o el contenido de tus mensajes no gusta a alguien con el poder y medios suficientes para tenerte controlado. Padres hay que ya controlan de ese modo todas las comunicaciones de sus hijos, incluidos los teléfonos móviles. La moraleja que pretenden introducir esos controladores de vidas ajenas es: "Habla, exprésate, comunícate, pero si te sales de mis normas te daré un garrotazo a ti y a quien se comunique contigo". Como al gazapo. Y, además, pueden conocer de antemano tus movimientos en cuanto los lances al éter.

Quienes somos partidarios de la libertad sin tapujos sabemos también que somos algo utópicos. Cuanto mayor despliegue tecnológico, mayor facilidad de control. Es la manera que tiene el Sistema de mantenerse y perpetuarse. El ejercicio de la libertad es limitado; desde fuera nos imponen unos límites de los que a menudo no somos conscientes hasta que, al traspasarlos, la Autoridad, ese Gran Hermano nacido con taras incurables de mala conciencia, te aplica sanción en virtud de no sé qué artículo de no sé qué código legal.

"Eres un poco ácrata", diréis. Así es. Aunque tampoco creo en Icaria, ese lugar de utopía donde todos podamos vivir en armonía y libertad perfectas. Ácrata y escéptico.

Yo soy espiado, lo sé (y no salta ninguna alarma en mi PC a pesar de las protecciones), porque también lo es una persona muy querida con quien me comunico utilizando a veces estos medios electrónicos. Y he sido advertido. Pero, como le dije al emisario, por ahora me paso las amenazas por entre las piernas, a la altura de mis colgajos. A mi edad hay muchos miedos que ya tengo superados y no me va a amedrentar lo que considero una instrusión inadmisible en mi esfera privada. Que uno también tiene algún derecho; no todo van a ser obligaciones.