domingo, 22 de febrero de 2009

Desierto

He estado unas semanas en Oranjemund (Namibia), una mota verde en medio del inmenso desierto namibiense. Por las tardes, cuando comenzaba a caer el sol, me gustaba dar un paseo por entre las desoladas dunas cuando la luz tiñe el paisaje de colores tornasolados y las nubes primero azulean para luego volverse rosáceas, mientras en el horizonte quedaba apenas una fina línea anaranjada. La noche cae de pronto en el desierto como una cortina de cretona negra.

Es el momento de la reflexión… En un día suceden infinidad de cosas y situaciones que apenas percibimos porque las estamos viviendo en ese momento. Luego, revivir aquel detalle, aquel gesto amable o aquella expresión crispada es como extraer la esencia a la jornada para saborearla con deleite (aunque algún trago amarguee) y alimentar la jornada aún por venir. Hacer planes para mañana en un entorno en el que las formas se difuminan lentamente y pierden sus límites reconocibles se asemeja un poco a crear desde la oscuridad de la nada, a sabiendas de que al cabo de unas horas todo podrá ser percibido.