jueves, 27 de septiembre de 2007

De los adioses

El verano se ha llevado por delante varios blogs personales que solía visitar con cierta asiduidad. De algunos no estoy seguro que haya cesado su actividad: simplemente he observado cómo languidecían, cada vez más espaciadas, sus nuevas entradas hasta caer en un largo silencio. Otros lo dejan bien claro en un último artículo de despedida.

Un blog, sea cual fuere su naturaleza e intención, no ha de ser eterno (¿hay algo que lo sea?). Supongo que ya estará hecho el estudio sociológico de la blogosfera (aunque lo desconozco), pero mi impresión de blogger novel (de menos de dos años) es que la levedad temporal es el signo predominante de ese "universo" todavía tan joven, y que la duración en activo de un blog es directamente proporcional a la edad del autor, salvo excepciones. Tiene su lógica porque los cambios en función del tiempo son tanto más acusados y rápidos cuanto más joven se es, y la incidentalidad de esta ventana virtual tiene mucho que ver con esas situaciones de cambio o estado personal.

Reconozco que me produce sensaciones encontradas el enmortecimiento o la cesación de un blog. Por un lado me alegro, porque mi naturaleza optimista me hace suponer que el autor ha entrado en una nueva fase creativa que reclama otras prioridades, otra manera de distribuir su tiempo u otros medios de expresión. Por otro me apena porque es como cortar bruscamente el cordón umbilical que supone un enlace por el que, de alguna manera, fluyen líquidos cordiales.

Esa fluencia me la ha hecho notar de manera vívida Zorro007 al mencionarme en su artículo de despedida de hace un par de semanas. Y, si en parte me he alegrado del cierre de su blog porque, por las explicaciones que da, es un signo claro de progreso y madurez y una solución a determinados problemas que relata en dicho texto, otra parte de mí se duele por la interrupción de un hilo comunicador. Se ha dicho muchas veces que esto que hacemos aquí es comunicar(nos).

A veces me pongo ñoño. Será la puta vejez...

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Vacaciones en Moscú

Por fin he podido tomarme unos días de vacaciones. El verano ha sido duro: sobre mi cabeza y mi escritorio pendía el compromiso de terminar un libro. A finales de agosto pude darle carpetazo y entregar el mamotreto al editor. Pero... a principios de septiembre tenía exámenes en la Facultad. Bueno, el caso es que el 8 de septiembre, con la maleta cargada con ropa de otoño me fui volando a Moscú. En principio pensaba hacer el triángulo Moscú-San Petersburgo-Berlín. Pero el tiempo no me daba para tanto, así que concentré los nueve días disponibles en Moscú.

Allí ha llegado ya el otoño invernal, con algunos días desapacibles, lluviosos. Pero he podido pasear por enésima vez las calles del viejo Moscú, degustar comidas multiétnicas, ir al teatro clásico y dormitar junto a una pipa de agua en cierto café-restaurante libanés, acompañado siempre de buenos amigos.

Como muestra he preparado este pequeño reportaje fotográfico que espero os guste. Por cierto, en el título he escrito por error octubre en lugar de septiembre.


miércoles, 5 de septiembre de 2007

¿Un callejón sin salida o una huída hacia delante?

Varios comentarios a mi entrada anterior inciden y desarrollan aspectos relacionados con el último párrafo, aquel en el que hago una llamada hacia una actitud más responsable de respeto hacia y conservación del medio ambiente donde cada cual vive. El meollo parecería, en principio, cuestión de educación, de devolver al urbanita cierta sensibilidad perdida hacia la comprensión de la Naturaleza. Pero intuyo que el problema tiene raíces mucho más profundas.

Ya he escrito en alguna ocasión que el éxito mayor de la especie humana, y lo que permite abrigar mayores esperanzas de que el ciclo evolutivo continúe, es que, poco a poco, en el proceso de hominización, se fue transformando en un animal progresivamente desadaptado en relación con el nicho ecológico en el que vive. Así, pasó de ser un cazador-recolector (como el resto de los seres vivientes) a ser un productor generador de excedentes, actuando sobre el medio en su propio provecho. Inventó y ha desarrollado tecnologías para hacer mayor ese aprovechamiento, hostigado por estadígrafos como la renta per cápita, el producto interior bruto y un largo etcétera de variables que hay que incrementar constantemente porque así es como se concibe el progreso.

Las sociedades hubieran podido escoger otros objetivos para definir el progreso, pero el hecho cierto es que son los que son. Como lo es también que para lograr esos objetivos el medio natural está siendo sometido a una intensa explotación en determinadas regiones que lo está alterando. Los países son tanto más desarrollados cuanta mayor capacidad tienen de explotar y transformar el medio (el suyo o el del vecino). Y todo eso significa suelos extenuados por una agricultura intensiva que cada vez recurre más a fertilizantes sintéticos para mantener o aumentar la productividad, factorías que vomitan toneladas de productos tóxicos a la atmósfera o a las aguas, agrupaciones humanas que generan toneladas de basura difícil de digerir...

Los más radicales dirán: "¡Que se pare todo eso! Volvamos a una forma de vida más natural" (yo reconozco que no sería capaz de definir en qué consistiría una vida más natural). Los más pasotas dirán: "Que siga la cosa, y los que vengan detrás que pechen con las consecuencias". Otros, no pocos, diremos: "Demos soluciones aplicando mejores tecnologías para disminuir el impacto ambiental y tratemos de alcanzar el crecimiento cero en los países desarrollados, mientras apoyamos el desarrollo con nuevas tecnologías en los subdesarrollados para, alcanzada cierta cota, equilibrarnos todos en el crecimiento cero". Esto último es lo que se acabará haciendo (de hecho ya se está haciendo en una muy pequeña parte) porque, desde que el mundo es mundo, nadie ha matado nunca su gallina de los huevos de oro. Pero de lo que no podemos zafarnos es de que todo progreso material agrede necesariamente al medio.

¿Por qué no se ponen soluciones, que las hay, a problemas tan acuciantes en algunas regiones como la polución? Sencillamente porque son soluciones que cuestan dinero, encarecen los productos, disminuyen la competitividad y obligan a subir los impuestos. Todo medidas políticamente nefastas en el momento actual. Es un juego de equilibrio entre política y mercado. Se ponen parches cuando la situación es insostenible.

La industria electrónica, y en particular el sector informático, es una de las causantes de mayor grado de polución ambiental del planeta. Y no sólo en el proceso de fabricación de casi todos los componentes sino, más aún, en la dificultad de su reciclado una vez obsoletos los aparatos. La basura informática es la más contaminante, pues envenena con elementos metálicos pesados que no hay manera de reabsorber o neutralizar por procesos naturales. El reciclado de pilas y baterías es un problema tan descomunal que se está optando, como se hace con los residuos radiactivos, por ocultarlas en depósitos enterrados en zonas deshabitadas. Pero, ¿quién de mis lectores, usuarios de ipods y otros cacharros electrónicos portátiles, que sin duda tira las pilas usadas en el contenedor puesto al efecto por la municipalidad, sería capaz de renunciar a su uso?

Uno de los quid de la cuestión es precisamente ése: ¿a qué estaríamos dispuestos a renunciar para disponer de un ambiente más saludable? ¿Cuántos estarían dispuestos a regresar voluntariamente a la caverna? Porque, no lo olvidemos, el que yo esté confortablemente sentado ante mi ordenador ha creado y creará polución en Taiwan, Singapur, Corea o qué sé yo dónde...

Con demasiada frecuencia nos comportamos como si los problemas los causaran otros y nosotros sólo los padeciéramos, sin querer darnos cuenta de que, como consumidores de progreso, somos eslabones de una cadena que a todos nos arrastra.