lunes, 21 de noviembre de 2011

Desde mi higuera (23)


Ayer los españoles que ejercieron su derecho al voto decidieron mayoritariamente que había que dar un giro a la derecha de la política gubernativa. El resultado era previsible. España va mal, las cosas van mal y los políticos son la casta más desprestigiada del momento, con un desprestigio ganado a pulso día a día con sus escándalos, negaciones y silencios. La elección no era sencilla, pero la mayoría del electorado mueve su voto no por los colores políticos sino por las necesidades de su entorno inmediato. Muchos se habrán dicho: “Los que mandan no nos sacan de apuros. Veamos si otros lo hacen”. La democracia occidental se ha convertido en un sistema de “trial and error”, en un “veamos si ahora funciona”. Lo que probablemente ignora (o de lo que no es consciente) la mayoría de votantes es que la solución de los grandes problemas de la crisis no va a depender de la voluntad política española. España tiene pocos medios para producir riqueza: nuestro sector primario (industria, agricultura, pesca) es escaso y el terciario (turismo y anejos), que es la tajada del león del PIB, es muy volátil, especialmente en tiempos de crisis.
Ciertamente, el engrosamiento de la deuda es en gran medida consecuencia de medidas políticas internas dictadas en tiempos de bonanza y con poca previsión de futuro. Una de nuestras desgracias políticas es la miopía de nuestros próceres, que no ven más allá de la legislatura en la que les toca oficiar, lo cual da pocas opciones para políticas de largo alcance. Otra cosa son las coplas que nos cantan, porque, como dice la sabiduría popular, una cosa es predicar y otra dar trigo. Los nuestros se suelen quedar más en las prédicas y apelan a la esperanza.
Mientras tanto, la banca internacional se frota las manos desde hace tiempo porque ha encontrado la forma de ganar dinero gestionando la deuda de países como el nuestro a unos intereses de usura. Poco importa quien haya ganado estas elecciones: de apretarnos el cinturón no nos vamos a librar mientras no cambie el ciclo económico y las bases en las que se asienta, un asunto en el que España, tristemente, no pinta nada. La cosa es tan vieja como la Biblia: vacas gordas y vacas flacas…