viernes, 30 de julio de 2010

Desde mi higuera (13)

¡Qué calor hace! No corre un pelo de aire y la sombra olorosa de mi higuera no es ningún alivio. Caliente está también el ambiente taurino en Cataluña tras la decisión política de prohibir las corridas de toros. Y digo política porque la tomaron los políticos atendiendo los deseos y argumentos del sector antitaurino y desatendiendo los de los no pocos aficionados a la “fiesta nacional” española. El resultado de la votación de hace dos días en el Parlamento catalán (68 a favor de la prohibición y 55 en contra) no parece coincidir con la opinión popular dentro del Estado español, recogida en varias encuestas de los últimos años: algo más del 30% de los encuestados prohibiría la tauromaquia y casi el 60% no sería partidario de la prohibición. Ignoro cuál sería el resultado de una encuesta de este tipo realizada en Cataluña, pero si se pareciera al nacional indicaría que el Parlamento catalán no está en sintonía con la voluntad popular en este asunto. Lo cual parece que no es ninguna novedad.

No soy aficionado a los toros. No les veo la gracia. Pero no dejo de reconocer que las tauromaquias son ritos ancestrales de origen mediterráneo que se remontan al origen de las culturas desarrolladas. Hay muchos pueblos de la Península Ibérica y de otros países ribereños del Mare Nostrum para los que los festejos taurinos son parte importante de su folclore.

Por otro lado, las corridas de toros están en crisis y sólo sobreviven como espectáculos en las grandes plazas. Antes, no hace tantos años, había muchos pueblos de España que tenían su plaza de toros. Ahora la mayoría de esas plazas de pueblo están en ruinas o han sido derribadas. Una tradición lo es hasta que deja de serlo y eso sucede cuando el pueblo que la sustenta pierde el interés por ella. No es necesario, pues, llegar a la prohibición para anularla. Y si se prohíbe cuando es una tradición viva, no deja de ser un acto atentatorio contra la libertad. La democracia no debe ser prohibicionista sino dialogante. Me viene a la memoria una pintada callejera de aquellos años de la transición democrática que decía: “Prohibido prohibir”.

Prohibir los toros no es nada nuevo. Cualquiera que tenga sentido de la Historia recordará que, desde el siglo XVIII, se han prohibido los toros incluso a nivel nacional en varias ocasiones. A pesar de ello la fiesta ha salido adelante. Hay muchas Fuenteovejunas en España. Pero, sobre todo, las leyes cambian según las conveniencias del legislador.

Mientras tanto, los aficionados catalanes de este lado de los Pirineos podrán peregrinar al otro lado, a las plazas francesas que seguramente se beneficiarán de la situación, como hacían los aficionados al cine X en la época de la dictadura franquista. O a las plazas de Aragón o del País Valenciano.

(Nota: Ilustración tomada de http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Cartel_toros_barcelona.jpg)