martes, 29 de mayo de 2007

En torno a los Conciertos de Brandenburgo, de J.S. Bach

Hoy me he sentido especialmente sensibilizado para escuchar la integral de los Conciertos de Brandenburgo, BWV 1046 al 51. Son tan variados dentro de la unidad que forman, que su audición-lectura resulta refrescante, reparadora. Bach escogió minuciosamente los instrumentos solistas de cada uno de ellos para ensayar la mayor gama posible de recursos expresivos y de combinaciones de fuga y contrapunto. Había, por otra parte, que quedar bien ante el margrave (algo así como el marqués) de Brandenburgo, a quien se los dedica, y es bien sabido el desvelo del músico por impresionar con su arte y poder ganar unas perrillas con las que sacar adelante a su prolífica familia.

Los Brandenburger están construidos sobre la cuerda barroca clásica: dos violines, viola, violonchelo y bajo continuo. Con ella dialogarán, según en qué BWV, los oboes, los cornos, el fagot, la flauta, la viola da gamba y la trompeta. El autor exige a los solistas un cierto grado de virtuosismo aunque, en mi opinión, no un extraordinario virtuosismo como se dice a menudo en los folletos y críticas. Excepto en el trompetista.

Hace muchos años, debió ser en 1972 o 1973, la Orquesta Nacional de España (ONE) había invitado al trompetista francés Maurice André (un auténtico maestro del instrumento) para actuar como solista en un par de los Conciertos para trompeta de Torelli. Después del concierto fui a cenar, como era habitual, con un grupo de amigos, músicos valencianos de la ONE, y en esa ocasión nos acompañaba también Maurice André. No era infrecuente que algunos solistas invitados, especialmente instrumentistas de viento, se apuntaran a aquellas cenas-tertulias. En ellas se hablaba sobre todo de música, de la recién interpretada, de las anécdotas ocurridas durante el concierto que casi nunca llegan al público. Hablar de música desde el punto de vista del intérprete es bastante distinto a hacerlo desde el punto de vista del autor o del musicólogo o del crítico o simplemente de oyente. El intérprete es realmente quien desentraña hasta lo más profundo las intenciones del autor.

Hablábamos de la dificultad de algunos pasajes de los Conciertos de Torelli y Maurice nos confesó que hacía una "pequeña trampa" para salvar algunos intervalos particularmente dificultosos: había hecho añadir un cuarto pistón especial a la trompeta, que facilitaba las cosas. "Pero -nos dijo- ni aun con esa ayuda se pueden salvar bien las dificultades del Concierto de Brandenburgo nº 2. Es más que evidente que Bach no lo escribió para la trompeta sino contra el trompeta". Yo me permití recordarle una grabación suya que acaba de salir hacía poco con I Musici y que me parecía impecable. "¡Ufff...!" -dijo, sonriendo con una mueca muy expresiva. Interpreté que daba a entender que había sido muy trabajoso conseguir una buena grabación.

No tengo a mano aquellos vinilos pero para ilustrar esos pasajes "contra el trompeta" bien vale la grabación de Thomas Stevens con miembros de la Orquesta Filarmónica de Los Angeles bajo la batuta de Pinchas Zukermann. Stevens, por cierto, resuelve con suficiencia esos trinos y arpegios infernales, aunque no puede evitar desafinar o trabarse ligeramente en alguno de ellos. Y es que Bach obliga a la trompeta a situarse constantemente en la octava más aguda mientras el resto de instrumentos solistas, la flauta, el violín y el oboe deambulan por tesituras cómodas.

Escuchad y lo comprobaréis.

lunes, 21 de mayo de 2007

La conjura de los necios



Los pasados días de forzosa inactividad por mi convalecencia he vuelto a releer por enésima vez La conjura de los necios, de J.K. Toole. No sorprende que su atormentado y joven autor se suicidara poco después de escribir la novela, cuya publicación como obra póstuma ganó el Pulitzer y le elevó al Olimpo de las letras norteamericanas. A buenas horas mangas verdes...

El personaje principal, Ignatius Reilly, es un goldinflón intelectualoide, masturbador infatigable, revolucionario a su manera, en guerra declarada contra todo el mundo y todas las ideologías y con ideas absolutamente peculiares sobre la decencia y buen gusto. A los 30 años se ve obligado a abandonar las sórdidas estancias en las que vive a cargo de su madre y salir a la calle a ganar algún dinero para subsistir. Es un choque brutal contra un sistema operado por "necios conjurados" contra él y contra todo lo que para él tiene algún sentido. Un mundo, como afirma en varias ocasiones su espíritu crítico, "carente de geometría y de teología".

Dicen los entendidos que La conjura de los necios tiene muchas lecturas y me parece muy cierto. A mí, al menos, cada vez que la he leído me ha sugerido nuevas situaciones e interpretaciones. Y ahora, que estamos en plena campaña electoral en España para elegir nuevos representantes en los gobiernos regionales y municipales, no he podido evitar sentirme un poco como Ignatius, zarandeado desde el Gobierno y desde la Oposición por unos necios conjurados, los políticos, que hacen su avío con unas maneras que no casan ni con mi idea de la decencia y ni con la del buen gusto.

Ignoro cómo podría evitarse esa conjura de necios (políticos) porque, a diferencia de Ignatius Reilly, no me siento capaz de ofrecer alternativas. Sólo me queda programar una escapada para el fin de semana de las votaciones, para ejercer mi sagrado derecho democrático a no votar ninguna lista de impresentables.

PS. Quizás he dejado traslucir con demasiada vehemencia mi decepción ante los políticos y sus políticas. Para mí la POLÍTICA es otra cosa y otras maneras.

viernes, 18 de mayo de 2007

He cumplido un año "bloguero"


Esta mañana he caído en la cuenta de que soy un jovencísimo blogger que acaba de cumplir un año. Así que he decidido hacerme un regalo de cumpleaños. Llevaba algunos meses con problemas en la unidad lectora de CD de mi equipo de alta fidelidad, una Pioneer PD 5500 que tartamudeaba y me hacía cosas desagradables. Así que avanzada la mañana he ido a la calle madrileña de la Alta Fidelidad y, tras algunas consultas y pruebas, me he traído conmigo una Harman/Kardon HD 950 cuyas características están de acuerdo con mis exigencias. Además, lee MP3, cosa que no hacía la vieja (cuando la compre hace unos 15 años todavía no se había inventado eso).

Mi equipo de Alta Fidelidad es una parte importante de mi infraestructura doméstica. Instalado en mi estudio ocupando algunos estantes de la biblioteca, me porporciona muchas horas de solaz y es motivo de audiciones y animadas tertulias con las amistades. Desde muy joven me apasionó la música y la alta fidelidad, afición que comparto con un buen grupo de amigos.

Mi equipo lo forman:

Un viejo amplificador Dual CV120 de 60+60 watios eficaces de salida (pero que va de maravilla).
Dos cajas acústicas herméticas Miniwatt de 130 litros, cada una con un buffer de 25", dos motores de medios y dos tweeter de agudos.
Dos platos giradiscos semiprofesionales Thorens TD 125 MKII, con dos cápsulas Shure V15 y dos Shure M75, para según qué discos de vinilo.
Un magnetófono Revox A77 (la joya del conjunto).
Una pletina de cassette Dual C901 Autoreverse (otra joyita).
Una pletina grabadora de analógico a digital Philips CDR 570.
Un sintonizador multibanda de radio Sansui T-80.
Una unidad lectora de CD Harman/Kardon HD 950 (la nueva, a ver cómo se porta).
Un mezclador SM 808 con ecualizador visual.
Unos auriculares (para no molestar con la música a horas intempestivas) Sennheiser HD414, de baja impedancia (otra joya).

Me diréis algunos que ahora se llevan otras cosas, más simples, más miniaturizadas. Ya lo sé, pero soy mayor, llevo más de 40 años coleccionando música en conserva en todos los formatos que se han ido inventando en esos 40 años y no soy capaz de renunciar a escucharla en su forma original. Diréis: además de viejo, cabezón... ¿Qué se le va a hacer?

domingo, 13 de mayo de 2007

De paella


No hay ninguna celebración familar en ningún rincón del mundo que no contemple en algún momento la reunión en torno a la mesa. El acto de comer se convierte así en un ritual íntimo y, a la vez, compartido, participativo. Todas las culturas verdaderamente sólidas, arraigadas, ancestrales, tienen sus manjares típicos para las distintas celebraciones.

En mi tierra, el Reino de Valencia, uno de esos típicos platos propios para celebrar un acontecimiento señalado es el arroz en paella o, dicho de forma rápida, la paella. Decir "voy de paella" significa que uno va a reunirse con la familia o amigos para celebrar algo con una comida de mediodía (la paella, en mi tierra, nunca se cena; eso es cosa de turistas).

La paella se ha convertido en un plato de la gastronomía internacional lo cual equivale a decir que, en general, se puede comer casi en cualquier parte algo que alli llaman "paella" pero que a saber... Tampoco en mi tierra se comen buenas paellas en cualquier restaurante. Pero las hechas en casa de acuerdo con el ritual, con todas sus variantes, están siempre buenas. Por eso casi nunca vamos de paella fuera del ámbito familar, salvo a algunas casas de comida en las que sabemos que saben guisarla de acuerdo con el canon.

Luego está la estúpida discusión sobre cómo y de qué debe estar hecha una paella valenciana. Digo estúpida porque quienes animan esa discusión han olvidado (o no lo han sabido nunca) lo fundamental: la paella es, sencillamente, una de las mil formas de guisar el arroz que, en este caso particular utiliza un recipiente especial muy abierto y sin apenas altura lateral (que es a lo que realmente llamamos paella o caldero, al recipiente donde se guisa; llamarlo "paellera" es puro madrileñismo; en mi tierra una paellera es una señora que guisa paellas). Con la paella se reparte el fuego por toda la base y queda un arroz seco, entero y en su punto de textura. Discutir qué se le echa a la paella para acompañar al arroz es otra estupidez: se echa lo que se tiene a mano, como para cualquier otro arroz. Por otra parte, mi tierra es tan variada en ecosistemas (la costa de pescadores, las riberas agrícolas, las tierra de secano, la montaña...) que en cada sitio tienen lo que tienen y no por eso van a dejar de guisar un arroz en paella. Pero es verdad que con el tiempo se han ido decantando ciertos "menús": que si marinera, que si de carne, que si mixta, que si a banda...

Para mi gusto (que coincide con el familiar), mi arroz en paella ha de tener un sofrito de tomate y ajos, algunas verduras de temporada y, de tropezones, pollo, conejo y costillitas de cerdo. Todo condimentado con azafrán y un puntito de pimentón dulce. Y si hay pato que se quiten los demás tropezones.

Otro aspecto que hace que la paella sea para mí el plato familar por excelencia es la forma de comer el arroz, un hábito que se está perdiendo como tantos otros. El arroz hay que comerlo dentro de la propia paella cuando, tras unos minutos de reposo fuera del fuego, está templado, y hay que comerlo con cuchara a poder ser de madera; es cuando sabe más exquisito. La paella se coloca encima de la mesa y los comensales se sientan en torno a ella, cuchara en mano. Cada cual es dueño del sector circular que tiene delante, una especie de triángulo con el vértice en el centro de la paella. Si en tu terreno sale algún tropezón que no te gusta lo amontonas en el centro para que pueda cogerlo otro a quien le interese (si el arroz está bueno, suelen sobrar la mitad de los tropezones). Cuando has agotado tu sector completamente tienes derecho a entrar en el de tus vecinos inmediatos si andan más rezagados, lo cual da lugar a todas las bromas imaginables.

Comer arroz en paella es, como veis, un ritual con sus reglas.

domingo, 6 de mayo de 2007

Desde mi pueblo

Estoy sentado ante una máquina en un cibercafé de mi pueblo, abarrotado de gente joven que me mira, unos con curiosidad, otros con extrañeza. Debe ser cosa de la hora, casi mediodía del domingo Día de la Madre.

Me concentro en la tarea que me ha traído aquí: escribir. Desde hace unos días me atosiga la idea de escribir sobre vosotros, los amigos que han ido pasando por esta página abierta y han dejado comentarios interesándose por mi salud. Os diré que mi recuperación es muy satisfactoria, según los médicos, y que espero en una semana más poderme reintegrar a mis tareas de despacho en el museo y volver a dar mis clases en la universidad. Ambas actividades las echo de menos ya.

Pero decía que quiero escribir sobre vosotros. Intento imaginaros en vuestras actividades cotidianas pero es esfuerzo vano porque, salvo de muy pocos, apenas conozco algún retazo que habéis ido dejando colgado en vuestras entradas. Tampoco puedo hacerme una idea cabal de vuestras caras (ese espejo del alma, dicen algunos) en todos los casos. Busco en la memoria las fotos que algunos habéis publicado de vuestros viajes o vuestras fiestas. De otros sólo tengo imágenes parciales: unos ojos, una boca. De la mayoría, una viñeta alegórica. Se hace difícil conversar con esos fragmentos anatómicos. Pero como detrás estáis cada uno de vosotros entero y verdadero, a esos “todos personales” les digo que ha sido una experiencia maravillosa el contacto establecido. Eso hace que mi blog, más que una experiencia personal, sea una experiencia colectiva. A todos, a los jóvenes y a los menos jóvenes, os digo que entrar en vuestras páginas me resulta una experiencia gratificante. Todas tienen su atractivo: temas livianos, incluso triviales, que me hacen recordar que el mundo es un teatro diversísimo; ensayos literarios juveniles sorprendentemente “maduros”; crónicas de la vida que hablan de actividades vitales; inquietudes y reflexiones personales que invitan a reflexionar sobre temas importantes; artículos de maduros profesionales. Siento a mi alrededor infinidad de ventanas abiertas para que mire hacia el interior de otras casas y, lo confieso, no puedo (ni quiero) evitar sentirme en ocasiones involucrado en lo que allí veo.

Estos días que paso en mi vieja casa del pueblo abarrotada de recuerdos y de libros, al cuidado amoroso de mis dos cuñadas, curioseando en viejas carpetas con cuartillas amarillentas garabateadas hace muchos años he encontrado un poemilla que escribí en abril de 1963. Os lo copio, no sin cierto rubor y vergüenza ajena:

EN LA DISTANCIA

Que la distancia nos separa y nos atrae
es un flujo vital que me alimenta,
ahora que la senda que anduvimos tantas veces
embriaga de azahar mis pasos vacilantes.

En la distancia, envuelta con encajes de susurros,
tu imagen se filtra como el sol en los naranjos
y llena mis pupilas de luces imposibles,
calidoscopio soñado, o real, o visión mágica.

Me asomo a la distancia y un vahído
de ausencias me aproxima con su vértigo
al cálido perfil de tu presencia imaginada.

Junto a mí, o quizás dentro, la oquedad
de tus formas alejadas se hace túrbido
alimento de un deseo aplazado inevitable.