lunes, 23 de marzo de 2009

Otra vez a vueltas con el aborto

El Estado y la Iglesia están de nuevo a la greña en España por la nueva ley sobre el aborto que el Gobierno pretende sacar adelante. ¿El punto más polémico ahora?, que una mujer embarazada de más de 16 años de edad pueda decidir libremente, sin consultar con sus padres, si aborta o no dentro de los plazos de gestación establecidos. Con la ley actual es a partir de los 18 años.
Pienso que la decisión de abortar es una tremenda decisión que compete exclusivamente a quien ha de tomarla, por lo que debería pedir consejo antes de hacerlo. Nunca he sido partidario del aborto indiscriminado, pero me revientan las posturas farisaicas prohibicionistas que tanta alharaca promueven. La moral sexual de la sociedad “civilizada” occidental, sobre la cual ha influido decisivamente el cristianismo imperante, se basa en restricciones y tabúes irracionales cuyo fin último, a mi entender, es la autodefensa de unos determinados valores considerados “universales” mediante la coacción punitiva. Además, esa moral (que ni es única ni tiene por qué ser la mejor) contradice en muchos puntos a las fuerzas de la Naturaleza.

La Naturaleza, ignorando olímpicamente los mandatos divinos y sociales al uso, hace que las personas normalmente desarrolladas sean fértiles para la procreación a los 12 o 13 años de edad. Más aún: es en los primeros años cuando el organismo está mejor preparado para esa tarea. Pero la sociedad actual no puede permitírselo, así que a aguantarse tocan y que cada cual se resuelva el tirón de la hormona como mejor pueda pero siempre bajo la mirada inquisitorial de unos mayores que han olvidado que algunos años fueron pubertos (o hacen como que lo olvidan), blandiendo amenazadores las penas de un Infierno inventado a su medida.

En las sociedades tribales primitivas, tan apegadas a la Madre Naturaleza, cuando llegaba la pubertad organizaban una gran fiesta, un rito de paso, porque los pubertos iniciaban su ingreso en el mundo de los adultos. Además de someterse a los rituales iniciáticos, el ya iniciado debía demostrar con alguna acción o hazaña (de caza, guerrera o de otro tipo) que había dejado de ser niño. Y se preparaba para formar su propia familia. Nada queda de aquello en la sociedad moderna, salvo que llamemos rito iniciático al calvario del bachillerato o a las ñoñas puestas de largo de las quiceañeras de las casas bienestantes.

¿Y del sexo, qué? Leía hace unos días en el periódico que la juventud española estrenaba sus relaciones sexuales completas cada vez más temprano. Se decía, creo recordar, que a los 16 años por término medio, aunque hablaba de bastantes precoces de 14 años. Si las cosas son así, no parece que hayan cambiado mucho de cuando yo era jovenzuelo, hace de eso muchos años. Entonces, en mi pueblo, cuando uno cumplía los 16 era habitual un primer desahogo con alguna meretriz de la capital, a poder ser francesa, para ir abriendo boca. Pero volvamos a la actualidad. Así, pues, parece darse “de facto” una clara rebelión de las masas púberes y adolescentes contra las normas establecidas. ¿Quién es tan corto de vista que no percibe la alta probabilidad de un embarazo no deseado a esa edad, a pesar de los repartos masivos de preservativos? ¿Qué sociedad es tan farisea que no reconoce que sus métodos educativos para una sexualidad bien entendida y practicada hacen agua por los cuatro costados? ¿Quién es el inocente que sigue pensando que la solución está en la continencia y la castidad? ¿Qué moralina es aplicable a un embarazo no deseado que puede destrozar toda una vida?

Hace ya muchos años, poco antes de la primera ley del aborto de 1985, ayudé a una pareja de jóvenes que había tenido un desliz. Él, estudiante de medicina (¡ojo al dato!); ella, de arquitectura (al parecer llevaba mal las cuentas). Pasamos muchas horas reflexionando en común. Al final decidieron marchar a Londres a abortar, como hacían entonces las parejas en similares circunstancias. Siguieron juntos algún tiempo más y luego cada cual encontró caminos nuevos. Hoy viven sus vidas con normalidad, hasta donde yo sé. Supongo que la Iglesia me habrá excomulgado por ayudarles a viajar a Londres, pero no es algo que me preocupe en modo alguno a la vista de cómo la Iglesia ha manejado la pena de excomunión a lo largo de su historia. La “cagada” más reciente ha sido el levantamiento de la excomunión por el Papa actual al fundamentalista y rebelde Monseñor Lefebvre, excomulgado por Juan Pablo II. ¡Como para tomárselo en serio!...

No me gusta el aborto. Aunque no soy capaz de ponerme en la piel de una muchacha embarazada sin desearlo (por mucho que le guste la música del órgano) que pide ayuda, tampoco soy capaz de esconder la mano y responder con anatemas. A veces el fin justifica los medios, como bien saben los políticos y los eclesiásticos aunque ninguno lo reconozca. Pero la Historia bien aprendida lo demuestra.