domingo, 30 de agosto de 2009

Desde mi higuera (1)

La higuera es en mi tierra, la Huerta Valenciana, un árbol frondoso, a menudo centenario. En verano, su sombra adensada por los grandes pámpanos y aromatizada por la lechosa savia es refugio amable donde sestear tumbado en una hamaca. En invierno sus peladas y nudosas ramas parecen querer detener las nubes. Me gusta sentarme, entonces, sobre la rumorosa hojarasca.
La higuera es un árbol importante en mi vida; sobre todo lo fue durante mi niñez y adolescencia. Recuerdo la higuera negra de mi tío Vicente en el Bovalar y la blanca en Els Sassens, a las que no me dejaban encaramarme (tendría yo 6 ó 7 años). Hoy ya no existen, abatidas por el transformismo urbanístico. Tampoco existe ya, por las mismas razones, la de Ricardo, a la que nos subíamos la pandilla de chavales para tramar en secreto nuestras correrías veraniegas, ocultos en la fronda. Pero todavía están ahí, centenarias, la de la Casa del Tío Cabrera y la de la Señora Anita. Me conozco sus ramas una por una, casi con los ojos cerrados; por todas he brincado, reptado o me he dejado caer balanceándome al estilo de Tarzán. En más de una horquilla me sentaba a masturbarme siendo adolescente, sin saber todavía que el higo es una fruta erótica cantada en bellas poesías por los poetas árabes medievales (la higuera, el sicomoro fue traído a España por los moros) y vulgarizada chabacanamente por la gente soez, también.
Hace unos años planté una higuera en el corral de la casa de campo. Ya está crecida y da higos negros pero no la veré llegar a su pleno desarrollo: hace falta un tiempo del que mi vida no dispone. Pero no me importa: es mi higuera, me da sombra y frutos y puedo sentarme bajo sus jóvenes ramas y contemplar el mundo desde mi higuera, ahora que, jubilado, muchas cosas han cambiado en mi entorno. A aquella sensación de levedad del ser que siempre me acompañó se suma ahora cierta necesidad de síntesis, de ordenar mis cosas para dejarlas en un mundo que cada vez me resultará más ajeno. He ganado en dominio del tiempo para hacer lo que me convenga con pocas limitaciones externas, precisamente cuando la lógica me dice que a mi reloj de arena le quedan pocas vueltas.
Pero eso no me preocupa, ni mucho menos me angustia. Cargo en mis espaldas tanta historia vivida que lo ya hecho me colma; lo que venga será una añadidura, una guinda. Y tengo tantos planes para esa añadidura que me temo que voy a dedicar poco tiempo a estar en la higuera.

domingo, 2 de agosto de 2009

La muerte del ídolo

Hace poco murió Michael Jackson, “El Rey del Pop”. El triste acontecimiento ha engrosado el caudal de los ríos de tinta que sobre el artista corrían desde hace ya bastantes años. Y es que el cantante era en vida una figura popular controvertida, “ventoseada” por los medios de comunicación gracias a los cuales él mantenía y acrecentaba su popularidad y ellos (los medios) obtenían audiencia, es decir dinero, negocio. Era una relación de conveniencia, en ocasiones turbulenta, con el Cuarto Poder.
Ahora que el “tsunami” (antes lo llamaríamos “maremoto” pero también la prensa ha popularizado el vocablo japonés, que parece tener más aptitudes metafóricas) Michael Jackson parece que va perdiendo fuerza me decido a escribir algunas ideas que me fueron surgiendo a partir de los acontecimientos provocados por su muerte.
Ni la música ni los espectáculos de Michael Jackson fueron de mi gusto. Pero eso, ahora, tiene poca importancia porque “algo tiene el agua cuando la bendicen” y los millones de seguidores del artista en todo el mundo no pueden estar todos equivocados. Me decía una amiga que siguió por la televisión la ceremonia de las exequias que resultó un “show” impresionante, a la medida del “Rey del Pop”. Dentro de poco (si es que no ha comenzado ya) se pondrán a la venta millones de copias en DVD de aquel acto de despedida en el que participaron afamados artistas amigos del finado. Porque detrás de la ceremonia del duelo, tan humana, hay cuestiones de royalties, de (también humano) negocio.
El mismo día del entierro leía una gacetilla en un periódico gratuito en la que se decía que en el Ayuntamiento de Los Ángeles se preguntaban quién iba a hacerse cargo de los dos millones de dólares que vendría a costar el acto. Por lo visto la familia, a pesar de la gran fortuna del cantante, no estaba dispuesta a poner ni un céntimo para despedirle a lo grande. Se hablaba de una suscripción popular que, de llevarse a cabo, seguro que daría superávit.
Otra anécdota que me llamó la atención se refiere a los precios astronómicos que están adquiriendo las entradas para los espectáculos que Michael Jackson tenía programados y que ya no podrá dar. Para los organizadores, un negocio redondo: no van a tener ningún gasto y no tienen que devolver el importe de las localidades, ahora convertidas en caros fetiches.
Y además están todos los chismorreos sobre la herencia, sobre el montaje de la falsa acusación de pederastia, sobre algún nuevo hijo que quieren atribuirle…
Si fuera creyente en algún Más Allá le desearía un eterno descanso en paz, que bien se lo merece después de una (corta) vida tan agitada. Como no lo soy, me viene a la memoria el refrán castizo: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Y menudo “bollo” que has dejado, Michael…
En fin, que “El Rey del Pop” ha muerto. Larga vida al mito.