domingo, 28 de octubre de 2007

En Santiago de Chile


Voy a tener abandonadas mis obligaciones de blogger por un par de semanas. Por razones de trabajo he de desplazarme a Santiago de Chile. Bueno, a Santiago, a la Patagonia chilena y a algún otro lugar, que algo de turismo haré también aprovechando la ocasión (se admiten sugerencias). Pero, en principio, del 2 al 5 de Noviembre estaré más o menos encerrado en la sala de exposiciones del Centro Cultural Palacio La Moneda participando en el montaje de una exposición: España, encrucijada de civilizaciones (http://www.ccplm.cl/index.php).

Allí me tendréis esos días, por si algún amigo santiaguino quiere pasarse a saludar personalmente.

jueves, 25 de octubre de 2007

De la perversidad cotidiana

Imagino que seré uno de los miles de "bloggers" que se habrán hecho eco, en tono recriminatorio, de una noticia que saltó ayer a la primera plana de los medios informativos españoles: un joven patilludo, medio pelón, con haceres de chuloputas, agredió cobardemente a una muchachita de origen ecuatoriano que se encontraba tranquilamente sentada en un vagón del metro barcelonés, a una hora en la que había pocos viajeros. La acción tiene tintes de xenofobia y su autor, denunciado y afortunadamente detenido, tiene antecedentes por robos y acciones violentas. ¡Una perla cultivada, vamos! Al final pongo el vídeo grabado por una cámara de seguridad.

Vivimos en una sociedad en la que la violencia se ha convertido en el pan nuestro de cada día y no parece que haya medio coercitivo capaz de poner coto a tanto desmán. Y se está creando una conciencia social de responder a la violencia con violencia, ojo por ojo, aunque el ciudadano de a pie, airado, lo que espera es que sea otro quien aplique el método: "Si les cortaran los cojones en lugar de meterles en el Juzgado por una puerta y sacarlos por otra, otro gallo cantaría", suelen decir, más o menos.

Ni soy partidario de la Ley del Talión, ni de cortar apéndices corporales, ni de poner la otra mejilla. Mi opción pasa por la educación para la convivencia y por el aislamiento social de las ovejas negras. Sí, ya sé que soy un utópico.

No estoy muy seguro de que la perversidad pueda reconvertirse en bondad (¿recordais la moraleja de "La naranja mecánica"). Pero sí me gusta creer en el buen salvaje y en el papel decisivo de la educación en los valores, digamos, positivos. Hace algunos años se hablaba de que hay en cada ser humano unos genes que lo hacen ser bueno o malo. Yo no creo que eso sea así porque sería tanto como admitir que cada cual no puede evitar ser como es, y esa falta de libertad, esa predestinación, en manos de un buen abogado, le eximiría de toda culpa en una sociedad que pregona la libertad como un bien inalienable. Sólo una buena educación da al indivíduo el empuje necesario para ejecutar su libre albedrío en una dirección compatible con la convivencia, y la capacidad para comprender que vivimos en una sociedad plural. No digo que sea una sociedad justa y equilibrada, no. Pero para corregir eso no podemos situar en primer término actitudes perversas.

Mi padre decía, resignadamente, que si los hijoputas volaran taparían el sol. A veces pienso que en éso, como en tantas otras cosas, llevaba razón.

jueves, 18 de octubre de 2007

Simbiosis y cambio climático

Lo del cambio climático está de moda. A mediados de noviembre se reunirán en mi tierra, Valencia, los miembros de la oficina mundial sobre cambio climático de la ONU para discutir sobre el asunto, rizar el rizo y comerse buenas paellas mientras vocean para aterrarnos con que el clima va a cambiar algún día. ¡Menuda novedad! Pero no es eso lo que me ha movido a escribir esta entrada.

Soy poco adicto a la televisión, ya lo he dicho algunas veces. Pero en algunos ratos de desvarío en que uno conecta la caja tonta para escuchar la colección de horrores que son las noticias, me he encontrado últimamente con algunos anuncios publicitarios curiosos. Como veo tan poca televisión, los anuncios me llaman la atención casi más que los propios noticiarios. Son un par de anuncios de marcas de coches que ofertan "modelos ecológicos". En uno de ellos te dicen sibilinamente que tal modelo disminuye la emisión de gas carbónico en un determinado porcentaje. En otro (¿o es el mismo?) te dicen que van a plantar por ti unos cuantos árboles para que se coman el gas carbónico que genera tu coche.

Tal publicidad no podría ser rentable si el publicista y la marca no estuvieran convencidos de que el público es sensible al tema ecológico. De no ser así, seguirían adornando el producto con señoras provocativas porque los asuntos de bragueta, está demostrado, siempre han movido muchas voluntades. Digamos, pues, que, al menos en la clase media, ya hay formada una conciencia ecológica gracias a los años de bombardeo sistemático con la amenaza del cambio climático. Ha llegado el momento de la simbiosis, de aprovechar los frutos de esa paciente siembra.

Supongo que habrá quienes se crean lo que dice la publicidad si también se creyeron los horrores del cambio climático. Pero yo soy reticente y me ha dado por recordar lo que me enseñó mi profesor de química orgánica en mis años de bachillerato: que de la combustión perfecta de un hidrocarburo como la gasolina se obtiene agua y gas carbónico, curiosamente los dos gases que participan en el efecto invernadero, aunque el primero lo hace de un modo cuantitativa y cualitativamente muy superior al segundo. Pero la publicidad hace hincapié en el segundo, a pesar de que su efecto sea mínimo, porque decir que se reducen las emisiones de vapor de agua parece que no llama la atención, que no es serio.

En el estado actual de la tecnología de los motores de combustión interna (vulgo motor de un coche) la reacción de quemado del combustible no es perfecta pero se acerca bastante a la perfección. Así, pues, reducir la emisión de esos gases significa, básicamente, reducir el consumo de combustible, algo que todo conductor consciente y consecuente puede hacer con el coche que ya tiene sin más que aplicar las reglas archiconocidas de una conducción responsable.

Pero la industria del automóvil necesita vender más coches cada año, a sabiendas de que mayor parque móvil significa mayor polución y mayores riesgos de cambio climático según el cuento chino que cierto sector de los climatólogos intenta hacernos creer. Ante ese flagrante contrasentido que hasta Paco Maía, el tonto de mi pueblo, es capaz de percibir, la solución es vender también la idea de que el nuevo coche es "más ecológico". He aquí una curiosa simbiosis entre publicidad engañosa, intereses comerciales, industria y climatología, todos viviendo del mismo cuento.

lunes, 8 de octubre de 2007

Se fue discretamente, como había vivido...

Nos conocimos cuando yo era todavía un niñato imberbe y él un jovenzuelo que contemplaba el mundo con esa mirada penetrante que todo lo absorbía sin perder detalle. Le admiré desde el primer momento. Fue toda la vida un hombre del campo: por sus venas corría disuelta en los fluidos vitales la tierra de secano de la Vall d'Alcoi. Amaba el campo, quizá sin saber que eso era amor, hasta la locura. Porque Vicent nunca tuvo habilidad para entender conceptos abstractos. Para él el mundo no iba más allá del horizonte que pudiera recorrer con sus robustas piernas, escopeta en ristre, o de sus campos cuidados como un jardín.

***

Recuerdo una cualquiera de aquellas noches de verano, después de cenar, tumbados boca arriba en el pajar de la era, contemplando el cielo estrellado:
-Aquella que brilla tanto es Deneb..., y un poco más a la derecha está Vega. Y, si te fijas mucho, casi al ras del Montcabrer están Las Pléyades, para mí la más hermosa de todas las constelaciones- decía yo apuntándolas con el brazo extendido.
-A mí me gustan los Carros- comentaba Vicent refieriéndose a las Osas. -Pero no sé por qué los llaman carros si no tienen ruedas-. Siempre la vena del hombre del campo... Después de un largo silencio sentenciaba: -Las estrellas brillan mucho. Esta noche caerá mucho rocío. Mañana no podremos coger tomates hasta media mañana porque si los coges mojados se pudren enseguida.

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Hace unos días telefoneó mi hermano: Vicent había sufrido un infarto cerebral y estaba en coma en el hospital. Hoy, hace unas horas, ha vuelto a telefonear: Vicent había muerto a media tarde.

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La muerte es un fastidio. Nada más. No estoy triste: sólo fastidiado. Morir joven sería una tragedia. Pero morir cuando uno ha tomado de la vida casi todo lo que se puede tomar (y es consciente de ello) es, simplemente, un fastidio. No sé si me explico.

viernes, 5 de octubre de 2007

El don de la felicidad

No son pocos quienes, al ser interrogados con una pregunta tan directa como "¿Tú qué quieres ser?", responden: "Quiero ser feliz". Generalmente son personas cuyas vidas se han visto zarandeadas por circunstancias generadoras de conflictos, de problemas.

Muchos piensan que la felicidad es un objetivo en sí misma, una meta que puede conquistarse. Yo pienso que no es así. Creo que es una consecuencia del estilo de vida que uno sigue, catalizada en gran medida por mecanismos mentales del propio individuo. Es una sensación personal e intransferible que traduce en términos quasi físicos los corolarios de hechos y acciones en las que intervenimos. Es un estado de ánimo, es decir, un reflejo mental de nuestra interpretación del mundo en el que vivimos. Por tanto, sentirse feliz, ser feliz, depende más de la actitud de uno mismo ante las circunstancias que de dichas circunstancias. Es, en gran medida, un don, algo que uno posee sin saber exactamente la razón. Aunque, si uno escarba hasta las capas profundas de uno mismo, quizá encuentre que ese don lleva aparejada una fuerte dosis de comprensión, de tolerancia y de optimismo.

Ser feliz en la vida, disfrutar ese don, es importante. Por el contrario, la infelicidad es una sensación minadora, corrosiva, patológica, aniquiladora a veces.

Como todo don, la felicidad va y viene, tiene sus grados. Y ante esos caracoleos veleidosos del don solemos ponernos nerviosos, perdemos la serenidad. Hace algún tiempo recuerdo haber leído en una de sus gacetillas periodísticas una frase de Antonio Gala que venía a decir: "No aspiro a la felicidad sino a la serenidad. La primera es un don; la segunda, un aprendizaje". Puesto que podemos aprender, aprendamos a vivir con serenidad. Quizá de ese modo disfrutemos mejor el don de la felicidad.