domingo, 16 de noviembre de 2008

Croniquilla de un viaje a la Baja California (México)

Cuando comuniqué mi intención a mis amigos mexicanos de pasar una semana de vacaciones en Mexicali la reacción fue unánime: “¿Mexicali? ¿Que te vas una semana a Mexicali? ¡Pero si en Mexicali no hay nada!...". Pero resulta que en Mexicali me estaba esperando mi amigo Aristóteles, y sí había mucho que charlar y muchas cosas que ver. Además, Mexicali estaba en plena feria. Luego fuimos al pueblo donde vive, a Puerto Peñasco, un enclave de turismo de playa de primer orden. Pero yo prefería la belleza adusta del paisaje subdesértico, el escudo volcánico de El Pinacate, etc.

Vi carteles indicadores de direcciones con nombres familiares: Caborca, Hermosillo, lugares en donde habitan “bloggers” que frecuento y que sentí no tener tiempo para visitarles personalmente.

Os dejo un montaje con imágenes de aquellos días inolvidables. ¡Gracias, Hugo, por tu hospitalidad!


viernes, 7 de noviembre de 2008

Ocho días en Atenas

Esta vez es Atenas el destino de mi viaje y con él espero dar por terminado mi periplo de este año, más viajado de lo que en principio pensé. Grecia es un país que me resulta familiar. Su paisaje, típicamente mediterráneo, se parece mucho al de mi tierra: costas accidentadas y escabrosas entre las que se extienden tramos de tranquilas playas de arenas limpias bañadas por un mar verdeazulado de aguas transparentes. En sus montañas, romero, tomillo, brezo, carrasca... Viñas y olivos en las terrazas de los campos.

Me alojaré en un tranquilo hotel cerca de la Plaza Omonia, a quince minutos de agradable paseo de las ruinas de la Atenas clásica, recorriendo las viejas calles del barrio Psyrri Monastiraki, y más o menos a la misma distancia del Museo Nacional de Historia, no lejos de Syntagma.

Atenas me hechiza. La reverente sorpresa de los primeros viajes –de eso hace ya muchos años- ha cedido la vez a un profundo sentimiento romántico (en el sentido decimonónico del término): sentarme en los restos de la gradilla del Ágora donde quizás Sócrates puso también sus huesudas posaderas muchos siglos antes; recorrer la cavea del teatro donde aún parecen resonar los diálogos de una tragedia de Esquilo o de una comedia de Aristófanes; escuchar en el silencio las viejas melodías del Odeon; y la omnipresente Acrópolis, la ciudad de los dioses. Sentarme a media tarde en un café del Observatorio a merendar mientras, al fondo, las nobles piedras del Partenón van cambiando su color hacia tonos amarillentos y ocres conforme va cayendo el crepúsculo.

La noche en el Pireo es una caja de sorpresas: tentadoras hetairas ofreciendo un repertorio carnal inolvidable –dicen ellas-; luego no es para tanto –dicen ellos-; alegres sirtakis en los abarrotados locales de copas; restaurantes que pregonan sus deliciosos menús de pescados y mariscos -¿quién puede resistir tamaña tentación ?…

PS – Sé que tengo un poco abandonada mi responsabilidad con este blog. Espero poder corregirla pronto.