martes, 20 de febrero de 2007

Carnaval


Es difícil encontrar un pueblo o una región que no haya tenido a lo largo de la Historia una tradición orgiástica para celebrar algún acontecimiento importante del año. El Carnaval es la versión contemporánea de esas reminiscencias en el bloque cultural cristiano.

En sus orígenes, como suponen algunos investigadores, los pueblos agrícolas primitivos solían celebrar hacia finales del invierno una gran fiesta en la que consumían todos los víveres perecederos que el frío permitía conservar pero que peligraban al llegar los primeros calores primaverales. A menudo seguía un periodo de carencia o ayuno hasta que las nuevas cosechas o las posibilidades de la caza volvían a proveer las despensas.

El Carnaval parece tener su antecedente más directo en las Bacanales romanas, fiestas en honor al dios Baco que, a su vez, derivan de las ceremonias en honor de Dyonisos, el dios griego de la buena vida. Tenemos noticias fidedignas de que las Fiestas Dionisíacas ya se celebraban con todo boato en el siglo VI a. de C. en Atenas y otros lugares de Grecia. Estas fiestas, iniciáticas en algunos aspectos, tenían su parte culta en la que se daban conciertos y representaciones teatrales (ya sabéis que los actores griegos actuaban siempre con el rostro cubierto por una máscara que figuraba el personaje que representaban). Pero lo más renombrado eran sus orgías en las que se ingerían cantidades ingentes de vino y de comida, y que solían rematarse con todas las fantasías eróticas imaginables, practicadas en las umbrías de los bosquecillos de los alrededores de Atenas. Dyonisos era, ante todo, el dios de la renovación; de ahí que sus fiestas coincidieran con el final del invierno.

Los romanos, tan poco originales en tantas cosas, adoptaron el panteón griego en su práctica totalidad pero, eso sí, cambiando los nombres de los dioses. Dyonisos pasó a llamarse Baco y las Fiestas Dionisíacas, Bacanales. Pero, curiosamente, las Bacanales romanas se desarrollaron en sus comienzos con un sentido diferente al de su original griego: en Roma era la fiesta de los desasistidos de la fortuna, de los indigentes, de los borrachos, de las prostitutas, de los homosexuales... Eran fiestas privadas (aunque multitudinarias en ocasiones), dirigidas por famosas meretrices algunos de cuyos nombres conocemos, en las que vino y sexo campaban por sus respetos. Tan tremenda llegó a ser la cosa que en el año 186 a. de C. el Senado de la República promulgó un edicto prohibiéndolas radicalmente y dando lugar a lo que se viene en llamar la "primera gran persecución religiosa" de la Historia en la que murieron miles de varones adictos a ese desmelene; las mujeres eran castigadas sólo con el confinamiento en casa. Con el tiempo las Bacanales volvieron a reverdecer en tiempos del Imperio, sin perder su carácter de excesos báquicos pero con una mayor participación ciudadana.

El Carnaval, aunque con evidentes sintonías con los rituales orgiásticos paganos, es sin embargo una fiesta típicamente cristiana que tomó cuerpo en época medieval como desafuero orgásmico precursor de la Cuaresma, ese tiempo de ayuno y penitencia que precede a la Pasión de Cristo. Las ordenanzas cristianas exigían que durante la Cuaresma se observaran el ayuno y la abstinencia de comer carne, incluyendo en esa abstinencia el contacto sexual, y así ha sido hasta hace bien pocos años. Dura 40 días, tantos como dicen los Evangelios que estuvo Cristo ayunando en el desierto preparándose para su vida pública. Como, por otro lado, en el calendario cristiano el final de la Cuaresma es la Semana de Pasión o Santa y ésta ha de coincidir con el primer plenilunio de primavera del hemisferio boreal, el Carnaval ha de terminar el día anterior al Miércoles de Ceniza, primer día de Cuaresma.

Por referencia a la obligatoriedad de abstenerse de comer carne es por lo que nace la palabra Carnaval, derivada de la italiana Carnevale que, a su vez, es haplología de la latina carnelevare (eliminar la carne). El Carnaval también se denomina Carnestolendas, haciéndose eco de la frase latina que denomina el tiempo litúrgico en el Misal Romano: "Domenica Prima Carnes Tolendas...", es decir, el domingo anterior al día de quitar la carne o Domingo de Carnaval.

El Carnaval, desde el Medioevo, ha sido tiempo de cierto desacato a la autoridad como reacción, primero, al autoritarismo feudal, y luego al sistema establecido sea cual fuere. Por eso es tiempo de máscaras y disfraces tras los que camuflar la oportunidad de desmandarse. Y eso valía tanto para las gentes menos favorecidad como para las de mayor alcurnia, que todos andaban más o menos igual de urgidos de cintura para abajo.

De la relación Cuaresma-abstiencia sexual es buena prueba la fiesta salmantina del Lunes de Aguas. Salamanca fue durante siglos la sede universitaria más importante de España y, aún hoy, el carácter universitario impregna la ciudad. Si la población estudiantil era numerosa, también lo eran las putas que ejercían su oficio en las casas de mancebía. Pues bien, para obligar a los estudiantes a abstenerse del pecado de la carne, Felipe II dictó unas ordenanzas por las cuales las prostitutas eran "desterradas" al otro lado del río Tormes durante la Cuaresma y la semana de Pascua. Pero el lunes siguiente al de Pascua, el Lunes de Aguas, en medio de una gran fiesta regada con buen vino y nutrida con hornazo (una empanada rellena de suculentos productos del cerdo), los estudiantes cruzaban el río en barcas y traían de nuevo en volandas a sus queridas meretrices a las mancebías.

Hoy el Carnaval ha perdido casi todo el atractivo de su atavismo. Los deslumbrantes carnavales de Río, de Tenerife, de Venecia, de Nueva Orleáns, de Cádiz y de otras muchas ciudades famosas apenas quedan en pura mascarada, desfiles y alcohol. Uno "asiste" a los carnavales pero no forma parte de ellos. Y si se disfraza es para desfilar, nada más. Quizás es que la Cuaresma ha perdido su sentido, y no se concibe Carnaval sin Cuaresma. Si tuviera que escoger algún carnaval me quedaría con el de Venecia, sugeridor de orgasmos finos y delicados, o el de Cádiz, cachondo donde los haya. Los demás se me antojan podridamente "glamourosos" y el "glamour" siempre me ha parecido tan frustrante como la eyaculación precoz.


Para ilustrar he escogido música barroca veneciana, de la época en que los carnavales adquierieron allí su máximo esplendor y bien ganada fama. Es el Allegro introductorio de uno de los conciertos para mandolina de Vivaldi. Los acordes de la cuerda que acompaña a la mandolina son como los golpes de remo del gondolero dirigiéndose a buen ritmo hacia San Marco, corazón de la fiesta.




lunes, 12 de febrero de 2007

San Valentín, Patrón de los enamorados



He recogido el guante lanzado elegantemente por Gabrielus en su comentario a mi artículo anterior, en el que sugería que escribiese sobre San Valentín, el Santo del amor humano y Patrón de los enamorados. Así que he desempolvado algunos libros viejos y me he puesto a estudiar su hagiografía para aprender algo que poderos contar brevemente y tuviera cierto aire de originalidad. Y os confieso que he andado de sorpresa en sorpresa.

La primera sorpresa, al revisar obras generales, es que sobre San Valentín se sabe poco, muy poco a ciencia cierta, aparte de los tópicos de sobra conocidos que sirven de soporte al Día de los Enamorados. Había que ir a fuentes más específicas y éstas no son otras que los Martirologios. Esos escritos son relaciones, listas de mártires y santos, con datos biográficos, ordenadas en plan calendárico, cuyos orígenes se remontan a los primeros tiempos de la cristiandad. Andando el tiempo se fueron refundiendo y engrosando con los datos de las distintas sedes episcopales hasta que el papa Gregorio XIII (el reformador del calendario actual o gregoriano) publicó en 1583 el Martirologio Romano vigente en la actualidad, aunque en continua revisión, la última de 1953.

Y aquí llega mi segunda sorpresa al consultar dicha obra: el 14 de febrero hay dos "San Valentines", ambos mártires, uno presbítero romano que murió degollado en el año 270 (en otros textos se lee 269) y otro obispo de Terni, también degollado "en el miliario LXIIII de la Vía Flaminia", en 273. ¡Dos "San Valentines"...! Pero, ¿cuál es el de los enamorados?

El libro que sirve de base al Martirologio Romano es el Martirologio Jeronimiano, que vio la luz en la primera mitad del siglo VI y que, a su vez, transcribe el Martirologio Siríaco del que se conserva una copia en el British Museum fechada en el 411 que, a su vez, resume otro manuscrito griego redactado entre el 362 y el 381, actualmente perdido. Pues bien, en el calendario hagiográfico jeronimiano sólo consta un San Valentín, el de Terni. De ahí que una importante línea de investigación desarrollada por los jesuítas defienda que sólo hubo un San Valentín, el de Terni. La Arqueología parece apoyar esa tesis, pues es tradición fijada en los textos que el papa San Julio I (337-352) edificó una basílica en el lugar del martirio, cuyas ruinas todavía mencionan viajeros del siglo XIV. Pero lo más interesante es que la excavación arqueológica reciente del cementerio anejo a la iglesia descubrió lápidas con inscripciones que indican sin lugar a dudas que allí estaba enterrado el Santo Obispo de Terni. Su muerte tuvo lugar en una fecha sin concretar, entre 269 y 273.

Os estaréis preguntando por qué doy tantos tumbos en torno a si uno o dos "San Valentines". Pues veréis: porque el que tradicionalmente se considera Patrón de los enamorados, el de Roma, es precisamente el que parece que no existió. Pero, aunque hubiera existido, ¿qué dice el Martirologio Romano sobre los "San Valentines"?:

San Valentín de Terni: «En Terni, S. Valentín obispo y mártir, a quien después de prolongados azotes echaron en la cárcel; mas no pudiendo vencerle, sacáronle de ella en el silencio de la medianoche y le degollaron por orden de Plácido, Prefecto de la ciudad».

San Valentín de Roma: «En Roma, en la Via Flaminia, el triunfo de S. Valentín, presbítero y mártir que, siendo insigne por el don de curaciones y por la doctrina, fue apaleado y degollado por orden del César Claudio».

Ninguno de los dos, tal como los describe la Iglesia oficial, parece que tuviera nada que ver con temas amatorios. ¿Por qué, entonces, el 14 de febrero, fiesta de San Valentín, es el Día de los Enamorados? Un poco de paciencia; ya llegaremos.

Del mismo modo que una corriente niega la existencia de San Valentín de Roma basándose en el texto riguroso jeronimiano, otra la afirma, aunque, todo hay que decirlo, la fuente en la que bebe parece menos rigurosa. Esa fuente no es otra que unas Actas cuya redacción no es anterior al siglo VI, en las que se dice que el santo fue martirizado en tiempos del emperador Aurelio Claudio (Claudio II, apodado El Godo, 268-270), y que hizo el milagro de devolver la vista a la hija de uno de sus carceleros. La dudosa veracidad de esas actas y de otros escritos de la época estriba en que por aquel entonces se había puesto muy de moda escribir hagiografías que tenían más de novela-ficción que de realidad y siempre fueron vistas con prevención, cuando no rechazadas de plano, por la Iglesia oficial. Quizás por eso el redactor del Martirologio Jeronimiano no las tuvo en cuenta, aunque también pudo suceder que el texto jeronimiano fuera escrito un poco antes que las mencionadas Actas. Decían esas narraciones noveladas que el Santo romano casaba en secreto a parejas de jóvenes, algo que El Godo había prohibido estrictamente porque, según él y sus mandos militares, el tálamo nupcial debilitaba el vigor guerrero de los legionarios. Como si las legiones no acarrearan en su entorno una nutrida "troupe" de prostitutas y afeminados para dar satisfacción a las urgencias venéreas de la recia tropa...

Ralidad o fantasía, lo cierto es que también se atribuye al papa San Julio I la erección de una iglesia en el lugar del martirio del Santo, cerca de la actual Puerta del Popolo, donde la tradición decía que estaba enterrado, que fue lugar de peregrinación hasta el siglo XII, cuando sus restos fueron trasladados a la iglesia de Santa Práxedes donde se veneran en la actualidad. También presta veracidad a la existencia del San Valentín romano el que aparezca mencionado en el Sacramentario del papa San Gregorio Magno (hacia 540-604), monje benedictino de extenso y escrupuloso saber. Quizás por eso la Iglesia ha optado por admitir dos "San Valentines" el 14 de febrero. Sin embargo, para la crítica hagiográfica moderna, más estricta, las fuentes que sostienen al San Valentín casamentero son más dudosas que las del Santo de Terni.

Otros hay, finalmente, que opinan que sólo hubo un San Valentín pero que en torno suyo se tejieron leyendas tan distintas que parece que fueron dos. Dichas leyendas tienen algunos puntos concordantes: el martirio y muerte por degollación en la Vía Flaminia, en tiempos de Claudio II, un 14 de febrero y la construcción de una iglesia sobre sus tumbas por el papa Julio I. Quizás las diversas leyendas nacieron de un mismo personaje.


¿Por qué celebramos el 14 de febrero el Día de San Valentín? Volvamos un momento la vista atrás, a los siglos IV-V, cuando la Iglesia comenzaba a fijar el santoral mezclando tradiciones, leyendas y datos históricos de sus próceres venerados en el recuerdo por los fieles. La romanidad pagana tenía también su calendario festivo y la Iglesia, una vez adquirido el estatus de religion libre en todo el Imperio Romano tras el Edicto de Milán del 313, trató de cristianizar las fiestas preexistentes. El Día de San Valentín es un caso claro de ese proceder, si damos crédito a una vieja tradición. Ab XV Kalendas Martias, es decir, el 15 de febrero, se celebraba en Roma una fiesta llamada Lvpercalia dedicada a la fertilidad. Fue abolida en el 494 por el papa Gelasio quien, ante diem XV Kalendias Martias..., es decir, el 14 de febrero, impuso la de San Valentín (aunque no sabemos de cuál de los dos ni si en su tiempo se veneraban dos santos con el mismo nombre). Los romanos se hicieron eco de la leyenda del Santo casamentero y consideraron que era éste el titular de la fiesta ya que, al fin y al cabo, se dedicó a matrimoniar parejas y bendecir su prole, algo que podía relacionarse fácilmente con el culto pagano a la fertilidad festejado previamente.

Otra facción, en cambio, piensa que no fue la cristianización de la Lvpercalia la razón sino el simple hecho de que se consideraba esa fecha la del martirio del Santo. Sostiene que la relación San Valentín-enamorados surgió más tarde, en época medieval, derivada de un hecho ornitológico que tiene lugar por esas fechas de febrero: el inicio del apareamiento de ciertas especies de aves. De ese modo, en la creencia popular fue anidando el sentimiento que relacionaba a San Valentín con las parejas de enamorados y el matrimonio, ignorando o desconociendo posibles leyendas anteriores.

Sea como fuere, lo cierto es que San Valentín es un personaje tan desconocido para la Iglesia oficial que nunca se le ha asignado misa propia en el Misal Romano. El 14 de febrero se celebra la de los Santos Cirilo y Metodio, y el santoral del día cita un San Valentín, sin especificar cuál, sin duda para no crear confusión en los creyentes.

Cruzarse regalos y mensajes entre enamorados es costumbre tan antigua como la Humanidad. Conforme la leyenda de San Valentín como Patrón de los enamorados se fue consolidando en el orbe cristiano, tal costumbre se asoció al día del Santo. Sin embargo ha sido en tiempos recientes, con la mundialización, el fenómeno publicitario y su invitación al consumo, cuando el hábito del regalo material ha tomado dimensiones planetarias y mueve un volumen de negocio escalofriante en torno a los sentimientos de amor y amistad. Antes era la sencilla tarjeta, el mensaje con palabras de amor, quizás un poema, el encargado hacer llegar a la persona amada el ardor del sentimiento. Ahora son otros adminículos los portadores de la pasión. Y como imagen de fondo, la de un Santo de leyenda...

Que seáis felices, tengáis amor a raudales y que todos los días del año sean tan expresivos de ese amor como el Día de San Valentín.

PS. Como ilustración musical de esta entrada he escogido una canción de Tuna de mis años de universidad, un pasodoble romanticón que gustaba mucho en mis años mozos.