
Ha llegado el momento de retirarme de ciertas actividades. Una de ellas es el trabajo arqueológico de campo, la excavación propiamente dicha. Mis piernas no se han recuperado de la neuritis que padecí hace unos tres años, a pesar de la rehabilitación y de los largos paseos a que me obligo diariamente. Ha quedado una evidente inestabilidad al andar que se agudiza sobre los suelos irregulares y pedregosos y, desde luego, no puedo mantener apenas ni soportar la posición de cuclillas o arrodillado imprescindible para este trabajo. Los días que he pasado en La Capitelle, en el sur de Francia, me han convencido de ello.
Verdaderamente lo siento porque lo que siempre me ha gustado es estar sobre el terrerno, acariciar la tierra con ternura e ir descubriendo poco a poco los vestigios de esa vieja historia del hombre primitivo que tanto me apasiona. He comprobado que estar de mirón no me satisface. Me aburre.
Me apena pero no creo que me cause ningún trauma (eso espero). Echaré de menos los días de vida al aire libre y ese ambiente peculiar que crea la convivencia forzada de los estudiantes y sus maestros en las condiciones no siempre cómodas de una expedición. Pero tengo tantos buenos recuerdos y tantas imágenes en mi archivo que su repaso será suficiente para compensarlos.
Pronto mi agenda de verano se llenará de tachaduras, de compromisos anulados y, en cierto modo, de adioses...
4 comentarios:
Gracias por tus buenos deseos, Jay.
Un saludo.
Aquí, en Buenos Aires, una estudiante de arqueología particular que excava dentro de sí aprovechará estos escritos tuyos. Voy a tutearte si no te parece mal, no me siento cómoda con el trato de usted.
Saludos
Ah, Mari--, Mari--. Por supuesto que puedes tutearme. Yo tabién me sentiré más cómodo. La arqueología a la que te dedicas es la más interesante.
Un saludo cariñoso.
¿Arqueólogo?
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