sábado, 10 de junio de 2006

Empúries


He pasado la semana en L'Empordà recorriendo sus sierras en busca de viejas minas de plomo-plata que pudieran haber sido explotadas hace más de 2500 años por los colonos griegos que se asentaron en Empúries y allí acuñaron las dracmas y divisores empuritanos.

Las ruinas de Empúries constituyen actualmente un atractivo turístico de primer orden y, en particular, la residencia para investigadores invitados contruida entre los viejos muros de un convento medieval es muy confortable.

Pero lo realmente imponente son las ruinas en sí de las ciudades griega y romana, acariciadas por el leve vaivén de las olas y arrulladas por el murmullo de la brisa marina entre los pinos centenarios.

Pasear al atardecer por el foro griego y las callejuelas de su entorno, ya sin turistas, es una experiencia interior incomparable. Allí, de entre las piedras milenarias surgen voces de otros tiempos que te transportan con sus ecos melodiosos a dimensiones del ser puramente imaginarias y, al mismo tiempo, familares, empapadas de sabor mediterráneo.

Reclinado en un rincón del templo de Serapis, mientras saboreaba las volutas de humo de un cigarrillo, he pensado en los innumerables symposia celebrados en las tardes encalmadas de Emporion, tardes de vino y rosas dadas a los excesos más sublimes y excitantes mientras, al fondo, el tocador de cítara acompañaba con su música epopeyas homéricas.

Sin perder ese trasfondo, o quizás hechizado por él, me han venido a la memoria versos de Hesíodo del poema con intención catequética Los trabajos y los días:

"No muestres, sucio de esperma, las partes pudendas
en casa, cerca del hogar: antes evítalo."
....
No sabría decir si Hesíodo habla de higiene o de doble moral, de guardar las apariencias (tras el banquete). Quizás de lo segundo, algo tan propio de la condición humana de todos los tiempos.

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