martes, 13 de junio de 2006

El bosque


Buscábamos una vieja mina abandonada en un paraje boscoso del pre-Pirineo catalán. No teníamos sus coordenadas: sólo una vaga referencia a un paraje y una marca en el mapa topográfico.

El bosque era muy tupido y la visibilidad escasa, así que decidimos separarnos y abrirnos en abanico, brújula en mano, para batir más deprisa el terreno. Como no había cobertura telefónica, con los GPS's habíamos determinado la posición del coche todoterreno por si alguno se perdía.

A los pocos minutos de andadura sentí la agradable soledad del alcornocal, su silencio adornado por el trino de algún verderón y el canto monótono de la abubilla. Era una sensación de plenitud, de paz interior... Y se puso en marcha la máquina de los recuerdos.

Sólo tengo dos recuerdos asociados con el bosque y ambos son buenos. Corría la Semana Santa de 1978 y María y yo la estábamos disfrutando en los pinares de Albarracín buscando pinturas rupestres en las rosadas paredes de arenisca de los riscos. Al atardecer, rendidos por el cansancio, montábamos la tienda de campaña donde daba la hora y hablábamos de nuestras cosas hasta que el sueño reparador nos vencía, abrazados en el saco de dormir.

El segundo es de 1983. Jamaica, campaña de excavaciones de los poblados indígenas taínos asentados en los alrededores de New Seville. Era domingo, día de descanso, y fui, acompañado por uno de mis ayudantes jamaicanos, Tom, a la ceja de selva al pie de los Blue Mountains a fotografiar orquídeas (dicen que las de Jamaica son las más hermosas). La selva es ruidosa, llena de sonidos estrambóticos de loros, cacatúas y otras aves. Pero la de Jamaica no es peligrosa, salvo por las molestas picaduras de las miríadas de mosquitos y otros insectos: cuatrocientos años de colonialismo inglés acabaron con los grandes depredadores y las muchas variedades de serpientes de picadura mortal, típicas de las selvas tropicales americanas, habían sido exterminadas hacía mucho tiempo por un pequeño mamífero especializado en comer reptiles, una especie de mangosta, traído de la India por los ingleses. De aquel día recuerdo, desde luego, la intrincada belleza de las orquídeas. Pero también un saludable baño en las frescas aguas de un gully (los hay a cientos) y una larga siesta a la sombra de un frondoso ficus.

En todo ello pensé mientras avanzaba con dificultad por el bosque de alcornoques. Luego se abrió un pequeño claro en el que hay erigida una modesta ermita románica bajo la advocación de Sant Esteve del Llop (San Esteban del Lobo, muy apropiado para un bosque). Me senté en un banco de piedra junto a la puerta a fumar un cigarrillo y fue entonces cuando me percaté de que llevaba más de dos horas de camino. Era tiempo de regresar, antes de que cayera la noche.

No encontramos la mina pero me sentí cargado de energía positiva.

2 comentarios:

RBD dijo...

Hola,

Leí un mensaje tuyo en mi blog (gracias) y fue una muy agradable sorpresa descubrir tus relatos y tus imágenes que me gustaron mucho. Saludos,

Rafael Barceló Durazo,
Sonora, México.

Anónimo dijo...

Buenas noches amigo,si la mina es de plata se encuentran (las seis)en el bac de la menera,al pie del puig de Bassagoda,si son de talco se encuentran (las dos) entre Massanet de Cabrenys i Les Salines.
te mando mi direccion por si tienes curiosidad sobre las minas.
EGRATACOS@telefonica .net