La higuera es en mi tierra, la Huerta Valenciana, un árbol frondoso, a menudo centenario. En verano, su sombra adensada por los grandes pámpanos y aromatizada por la lechosa savia es refugio amable donde sestear tumbado en una hamaca. En invierno sus peladas y nudosas ramas parecen querer detener las nubes. Me gusta sentarme, entonces, sobre la rumorosa hojarasca.
La higuera es un árbol importante en mi vida; sobre todo lo fue durante mi niñez y adolescencia. Recuerdo la higuera negra de mi tío Vicente en el Bovalar y la blanca en Els Sassens, a las que no me dejaban encaramarme (tendría yo 6 ó 7 años). Hoy ya no existen, abatidas por el transformismo urbanístico. Tampoco existe ya, por las mismas razones, la de Ricardo, a la que nos subíamos la pandilla de chavales para tramar en secreto nuestras correrías veraniegas, ocultos en la fronda. Pero todavía están ahí, centenarias, la de la Casa del Tío Cabrera y la de la Señora Anita. Me conozco sus ramas una por una, casi con los ojos cerrados; por todas he brincado, reptado o me he dejado caer balanceándome al estilo de Tarzán. En más de una horquilla me sentaba a masturbarme siendo adolescente, sin saber todavía que el higo es una fruta erótica cantada en bellas poesías por los poetas árabes medievales (la higuera, el sicomoro fue traído a España por los moros) y vulgarizada chabacanamente por la gente soez, también.
Hace unos años planté una higuera en el corral de la casa de campo. Ya está crecida y da higos negros pero no la veré llegar a su pleno desarrollo: hace falta un tiempo del que mi vida no dispone. Pero no me importa: es mi higuera, me da sombra y frutos y puedo sentarme bajo sus jóvenes ramas y contemplar el mundo desde mi higuera, ahora que, jubilado, muchas cosas han cambiado en mi entorno. A aquella sensación de levedad del ser que siempre me acompañó se suma ahora cierta necesidad de síntesis, de ordenar mis cosas para dejarlas en un mundo que cada vez me resultará más ajeno. He ganado en dominio del tiempo para hacer lo que me convenga con pocas limitaciones externas, precisamente cuando la lógica me dice que a mi reloj de arena le quedan pocas vueltas.
Pero eso no me preocupa, ni mucho menos me angustia. Cargo en mis espaldas tanta historia vivida que lo ya hecho me colma; lo que venga será una añadidura, una guinda. Y tengo tantos planes para esa añadidura que me temo que voy a dedicar poco tiempo a estar en la higuera.
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21 comentarios:
La creencia de la vida, la identidad y el alma de las plantas, pese a no tener ninguna "razón" científica, es algo que siempre he considerado desde que leí una historia hace un año.
Me resulta incómodo leer a alguien diciendo que se escinde de este mundo lentamente para prepararse al mundo desconocido. Espero que solo sean razonamientos de la obviedad de la vida humana y que no haya alguna razón certera que no hayas publicado en este blog.
Un abrazo, Yayo.
Leyendote hoy, querido amigo -si me lo permites- he tenido la sensación de estar paseando contigo por aquel camino que, afortunadamente, tienen todos los pueblos, que se recorre, por sabido, sin verlo, pero sintiéndolo profundamente.
Todos hemos perdido, al menos, una higuera (perdido?), tal vez un algarrobo.
No sé si te place, pero si así fuera, vaya mi felicitación por la jubilación.
Espero el siguiente guarismo del paréntesis.
Cordialment,
Amigo Williams: Ya sabes que no soy nada animista en mis creencias pero desde hace años pienso que todos los seres vivos tiene "algo" en común que va más allá de la pura etología. El tamaño de ese "algo" es una cuestión de escala que un excesivo antropocentrismo a veces nos impide comprender.
No te inquietes: no tengo previsto dedicarme a la vida contemplativa. Pero, como bien dices, es obvio que la vida de cada cual tiene su límite temporal y, a mi edad, sería de necios no ser consciente de ello. Quizás por ello, porque intento ser consciente también de la levedad del tiempo que me queda para vivir, he de ser selectivo: ya no cabe todo en ese tiempo. Esa actitud puede dar la impresión de que me aparto del mundo pero no es así. Es, sencillamente, una actitud selectiva consciente para intentar extraer de este mundo lo que me parece más preciado. Si hay otros mundos "más allá" ni me preocupa ni me inquieta.
Tan enganchado a este mundo quiero estar, que me seguirá interesando y preocupando (a veces) veros crecer en edad y sabiduría a los jóvenes que frecuentáis estás páginas con quienes, a través de los años, se han establecidos vínculos que van más allá de la pura cortesía.
Un abrazo, Williams.
Querido Xiruquero andariego: Gracias por esa enhorabuena. Ciertamente me siento particularmente feliz estrenando esta nueva etapa. Haber vivido ya 65 años conlleva algunas pérdidas a lo largo de la andadura. Me hubiera gustado compartir estos años con mi compañera del alma, pero ella se fue antes.
De nuevo en el pueblo tras casi 50 años en la ajetreada vida capitalina es tiempo de volver a pasear ese camino y captar de nuevo los detalles que, por sabidos y cotidianos, pasaban desapercibidos.
Has mencionado otro árbol también importante para mí: el algarrobo. Y es que somos mediterráneos. Algún día escribiré acerca de él.
Un abrazo.
Querido Yayo,
Antes que nada comentarte que disfruto mucho este espacio el cual sigo con regularidad y con un poco de añoranza en cuanto a la frecuencia de sus actualizaciones.
Cuando era niño recuerdo aquella higuera en el patio de la casa, guardando -al igual que tu- tantos buenos recuerdos de ella, de cuando vivía mi madre, uno de los mejores.
Ahora que soy adulto quiero plantar uno en una cabaña en el bosque donde estoy seguro que hará mis días felices, no sé si sean muchos o pocos pero estoy seguro que verlo crecer y disfrutar sus frutos me ha de llenar de alegría.
Sobre lo otro que comentas, yo nunca he podido asimilar bien el tema de la muerte ni la forma en que uno debe prepararse moral o espiritualmente, me pone nostálgico ¿sabes?, pero coincido contigo en que eres un ser demasiado afortunado, con vivencias y aprendizajes que no mucha gente tiene la oportunidad de vivir (además de que 65 años bien pudieran ser el comienzo de mucho tramo por delante).
¡Un abrazo, Yayo!
Muchas gracias, Tesitore, por tu comentario. Eres joven, la muerte es una circunstancia que te queda lejos y no debe obsesionarte. A ninguno debe obsesionarnos. Tampoco conduce a ningún sitio prepararse para la muerte: hay que prepararse para la vida, mientras dure. Y, de cuando en cuando, detenerse a recapitular.
Tu higuera crecerá junto a la cabaña y será un referente más en tu vida. Porque, al final, lo importante es tener esos referentes (cuantos más mejor) para sentir lo vivido como una epopeya épica.
Me alegra leerte bien y decidido a disfrutar de tu tiempo. Bravo por eso!
Gracias por tu texto sobre la higuera, casi puedo oler los lugares que describís... precioso!
Muchos besos
Mari, agradezco tu comentario, tú tan maestra en el arte de hacer de las palabras sensaciones vívidas.
Estoy sencillamente feliz.
Besos.
Me recuerda al Adriano caracterizado por Yourcenar mientras pasa revista de sus juventudes y revaloriza nuestra aparentemente permanente vida material; es ahí donde uno sublima aquello que es simplemente materia (el árbol, la brisa, un gato) para que devengan en cosas cargadas de afectos y de una sensibilidad que libera a esas materias de lo mundano. Se convierten en parte de nuestro relato, eso es hermoso.
Pero aún más, me recuerdas la templanza de un Séneca, con tiempo y con el ánimo cada vez más tranquilo.
Ah, pequeño Muñoz! ¡Quién pudiera alcanzar la serenidad, la templanza y la sapiencia de un Séneca! Me contentaría con ser su modesto acólito. Pero aciertas al decir que al derramar afectos uno es capaz de humanizar las cosas, de hacerlas fibras de su propio ser cosidas por las vivencias compartidas. Y mucho más con las personas con las que compartimos retazos de tiempo e inquietudes.
Fiel Oso: me alegra saber que en tu adolescencia de chico de pueblo también hubo higuera. Lo demás es más o menos común en todos los adolescentes aunque cambie el escenario. Siempre he intuído que tu cerebro dado a la tecnología reservaba al menos un lóbulo sensible a la percepción de la hermosura de las cosas sencillas. Algún día nos las contarás tú también.
Un abrazo.
Estimado amigo Yayo!
No sé por qué
pero me ha emocionado su escrito.
¿será que andamos transitando los mismos andariveles temporarios?
¿o acaso que casi me vi reflejado en sus letras?
no sé amigo, no sé...
Le dejo un abrazo Grande!
¡Larga vida para usted!
Adal
Yo se que no tiene nada que ver (casi) con lo que escribes Yayo pero me acordé de un sauce llorón que había en la casa donde viví de niño, me encantaba pasarme horas sentado bajo su sombre, pensando que lo peor que me podía pasar en la vida era que mi papá se enterara que no había hecho la tarea un día antes, extraño ese arbol.
¡Ay, Hippie Viejo! Los dos tenemos mucha historia detrás, y deseo y espero que otra mucha por delante, por vivir todavía.
Un gran abrazo, amigo.
Xavy, somos muchos los que tenemos algún árbol a cuya sombra hemos escondido nuestro pecadillos en algún momento. Luego echamos de menos ese lugar testigo de intimidades. Crecer y madurar significa a menudo perder la capacidad de sentir el pálpito de la inocencia.
Querido Yayo, mediante tus escritos uno se puede dar cuenta que, si es cierto lo del pasar de los años, tienes más energía que muchas personas a nuestro alrededor, a eso súmale la experiencia y los miles de caminos recorridos, creo yo se debe de tener un sentimiento muy padre de la vida vista desde tus ojos.
Hace un par de años junto con mi padre planté tres arbolitos frente a mi casa, los cuales ya han crecido bastante y van para arriba, si no se atraviesa ningún obstáculo, todavía me quedan muchos años de vida y, ojalá, esos tres arboles algún día nos den sombra a mi familia y a mi.
Saludos amigo.
Querido Zorro: Hay un viejo adagio que viene a decir que en la vida hay que, por lo menos, escribir un poema, tener un hijo y plantar un árbol. Seguro que has escrito más de un poema en esos ratos de melopea romanticona que a todos nos dan en algún momento. Ya has plantado tu árbol. Ahora te queda situarte en la vida, encontrar una buena moza y llenar la casa de churumbeles.
Un fuerte abrazo.
Me creerás que yo sólo me he subido a un árbol y fue por los dieciséis años, o sea muy tarde. No fui un niño de mucho brincar y correr y rodar por ahí, lo mío era sumergirme en el agua, muy profundo, y quedarme suspendido. Aunque esto también tengo rato de no hacerlo.
Estaba pensando en cómo sería una retrospectiva a una vida con pocas referencias. No me refiero a eso de las existencias nomádicas, sino a una vida más bien sedentaria pero que, por sus circunstancias, no haya dejado rastros. Es idea para un texto.
He estat un dies fora de vacances per terres de Galícia, a les ries baixes, i en tornar i llegir el teu darrer post, intueixo que ja estàs definitivament jubilat. Per això no puc més que felicitar-te.
La meva experiència aviat ja de 5 anys de jubilat et diu que acabes d'entrar en la millor època de la teva vida. Tot el temps del món és teu. Pots fer allò que vulguis i quan ho vulguis.
Has entrar en el temps "jubilar", de "jubilo", d'alegria, de goig, de felicitat.
Enhorabona i espero que et sigui molt profitós i això ens permeti a partir d'ara moltes més hores de blogejar i de filosofar a través d'aquest medi tan interessant.
Una abraçada i benvingut al Club...!!!
Derber, me resulta difícil concebir una vida sin dejar rastro al pasar. Es una idea inquietante. No haber significado nada para nadie... Una especie de "homeless" en estado prístino.
En cuanto al D niño, tampoco me lo imaginaba brincador. Curioso, fabulador..., sí.
Hola tocaio: doncs, sí, ja estic dins d'alló que li diuen "classe pasiva" però que amb persones com tu allò de la "pasivitat" no pareix que quadre massa. Jo espere seguir tan actiu com sempre.
Una abraçada!
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