
Es difícil encontrar un pueblo o una región que no haya tenido a lo largo de la Historia una tradición orgiástica para celebrar algún acontecimiento importante del año. El Carnaval es la versión contemporánea de esas reminiscencias en el bloque cultural cristiano.
En sus orígenes, como suponen algunos investigadores, los pueblos agrícolas primitivos solían celebrar hacia finales del invierno una gran fiesta en la que consumían todos los víveres perecederos que el frío permitía conservar pero que peligraban al llegar los primeros calores primaverales. A menudo seguía un periodo de carencia o ayuno hasta que las nuevas cosechas o las posibilidades de la caza volvían a proveer las despensas.
El Carnaval parece tener su antecedente más directo en las Bacanales romanas, fiestas en honor al dios Baco que, a su vez, derivan de las ceremonias en honor de Dyonisos, el dios griego de la buena vida. Tenemos noticias fidedignas de que las Fiestas Dionisíacas ya se celebraban con todo boato en el siglo VI a. de C. en Atenas y otros lugares de Grecia. Estas fiestas, iniciáticas en algunos aspectos, tenían su parte culta en la que se daban conciertos y representaciones teatrales (ya sabéis que los actores griegos actuaban siempre con el rostro cubierto por una máscara que figuraba el personaje que representaban). Pero lo más renombrado eran sus orgías en las que se ingerían cantidades ingentes de vino y de comida, y que solían rematarse con todas las fantasías eróticas imaginables, practicadas en las umbrías de los bosquecillos de los alrededores de Atenas. Dyonisos era, ante todo, el dios de la renovación; de ahí que sus fiestas coincidieran con el final del invierno.
Los romanos, tan poco originales en tantas cosas, adoptaron el panteón griego en su práctica totalidad pero, eso sí, cambiando los nombres de los dioses. Dyonisos pasó a llamarse Baco y las Fiestas Dionisíacas, Bacanales. Pero, curiosamente, las Bacanales romanas se desarrollaron en sus comienzos con un sentido diferente al de su original griego: en Roma era la fiesta de los desasistidos de la fortuna, de los indigentes, de los borrachos, de las prostitutas, de los homosexuales... Eran fiestas privadas (aunque multitudinarias en ocasiones), dirigidas por famosas meretrices algunos de cuyos nombres conocemos, en las que vino y sexo campaban por sus respetos. Tan tremenda llegó a ser la cosa que en el año 186 a. de C. el Senado de la República promulgó un edicto prohibiéndolas radicalmente y dando lugar a lo que se viene en llamar la "primera gran persecución religiosa" de la Historia en la que murieron miles de varones adictos a ese desmelene; las mujeres eran castigadas sólo con el confinamiento en casa. Con el tiempo las Bacanales volvieron a reverdecer en tiempos del Imperio, sin perder su carácter de excesos báquicos pero con una mayor participación ciudadana.
El Carnaval, aunque con evidentes sintonías con los rituales orgiásticos paganos, es sin embargo una fiesta típicamente cristiana que tomó cuerpo en época medieval como desafuero orgásmico precursor de la Cuaresma, ese tiempo de ayuno y penitencia que precede a la Pasión de Cristo. Las ordenanzas cristianas exigían que durante la Cuaresma se observaran el ayuno y la abstinencia de comer carne, incluyendo en esa abstinencia el contacto sexual, y así ha sido hasta hace bien pocos años. Dura 40 días, tantos como dicen los Evangelios que estuvo Cristo ayunando en el desierto preparándose para su vida pública. Como, por otro lado, en el calendario cristiano el final de la Cuaresma es la Semana de Pasión o Santa y ésta ha de coincidir con el primer plenilunio de primavera del hemisferio boreal, el Carnaval ha de terminar el día anterior al Miércoles de Ceniza, primer día de Cuaresma.
Por referencia a la obligatoriedad de abstenerse de comer carne es por lo que nace la palabra Carnaval, derivada de la italiana Carnevale que, a su vez, es haplología de la latina carnelevare (eliminar la carne). El Carnaval también se denomina Carnestolendas, haciéndose eco de la frase latina que denomina el tiempo litúrgico en el Misal Romano: "Domenica Prima Carnes Tolendas...", es decir, el domingo anterior al día de quitar la carne o Domingo de Carnaval.
El Carnaval, desde el Medioevo, ha sido tiempo de cierto desacato a la autoridad como reacción, primero, al autoritarismo feudal, y luego al sistema establecido sea cual fuere. Por eso es tiempo de máscaras y disfraces tras los que camuflar la oportunidad de desmandarse. Y eso valía tanto para las gentes menos favorecidad como para las de mayor alcurnia, que todos andaban más o menos igual de urgidos de cintura para abajo.
De la relación Cuaresma-abstiencia sexual es buena prueba la fiesta salmantina del Lunes de Aguas. Salamanca fue durante siglos la sede universitaria más importante de España y, aún hoy, el carácter universitario impregna la ciudad. Si la población estudiantil era numerosa, también lo eran las putas que ejercían su oficio en las casas de mancebía. Pues bien, para obligar a los estudiantes a abstenerse del pecado de la carne, Felipe II dictó unas ordenanzas por las cuales las prostitutas eran "desterradas" al otro lado del río Tormes durante la Cuaresma y la semana de Pascua. Pero el lunes siguiente al de Pascua, el Lunes de Aguas, en medio de una gran fiesta regada con buen vino y nutrida con hornazo (una empanada rellena de suculentos productos del cerdo), los estudiantes cruzaban el río en barcas y traían de nuevo en volandas a sus queridas meretrices a las mancebías.
Hoy el Carnaval ha perdido casi todo el atractivo de su atavismo. Los deslumbrantes carnavales de Río, de Tenerife, de Venecia, de Nueva Orleáns, de Cádiz y de otras muchas ciudades famosas apenas quedan en pura mascarada, desfiles y alcohol. Uno "asiste" a los carnavales pero no forma parte de ellos. Y si se disfraza es para desfilar, nada más. Quizás es que la Cuaresma ha perdido su sentido, y no se concibe Carnaval sin Cuaresma. Si tuviera que escoger algún carnaval me quedaría con el de Venecia, sugeridor de orgasmos finos y delicados, o el de Cádiz, cachondo donde los haya. Los demás se me antojan podridamente "glamourosos" y el "glamour" siempre me ha parecido tan frustrante como la eyaculación precoz.
En sus orígenes, como suponen algunos investigadores, los pueblos agrícolas primitivos solían celebrar hacia finales del invierno una gran fiesta en la que consumían todos los víveres perecederos que el frío permitía conservar pero que peligraban al llegar los primeros calores primaverales. A menudo seguía un periodo de carencia o ayuno hasta que las nuevas cosechas o las posibilidades de la caza volvían a proveer las despensas.
El Carnaval parece tener su antecedente más directo en las Bacanales romanas, fiestas en honor al dios Baco que, a su vez, derivan de las ceremonias en honor de Dyonisos, el dios griego de la buena vida. Tenemos noticias fidedignas de que las Fiestas Dionisíacas ya se celebraban con todo boato en el siglo VI a. de C. en Atenas y otros lugares de Grecia. Estas fiestas, iniciáticas en algunos aspectos, tenían su parte culta en la que se daban conciertos y representaciones teatrales (ya sabéis que los actores griegos actuaban siempre con el rostro cubierto por una máscara que figuraba el personaje que representaban). Pero lo más renombrado eran sus orgías en las que se ingerían cantidades ingentes de vino y de comida, y que solían rematarse con todas las fantasías eróticas imaginables, practicadas en las umbrías de los bosquecillos de los alrededores de Atenas. Dyonisos era, ante todo, el dios de la renovación; de ahí que sus fiestas coincidieran con el final del invierno.
Los romanos, tan poco originales en tantas cosas, adoptaron el panteón griego en su práctica totalidad pero, eso sí, cambiando los nombres de los dioses. Dyonisos pasó a llamarse Baco y las Fiestas Dionisíacas, Bacanales. Pero, curiosamente, las Bacanales romanas se desarrollaron en sus comienzos con un sentido diferente al de su original griego: en Roma era la fiesta de los desasistidos de la fortuna, de los indigentes, de los borrachos, de las prostitutas, de los homosexuales... Eran fiestas privadas (aunque multitudinarias en ocasiones), dirigidas por famosas meretrices algunos de cuyos nombres conocemos, en las que vino y sexo campaban por sus respetos. Tan tremenda llegó a ser la cosa que en el año 186 a. de C. el Senado de la República promulgó un edicto prohibiéndolas radicalmente y dando lugar a lo que se viene en llamar la "primera gran persecución religiosa" de la Historia en la que murieron miles de varones adictos a ese desmelene; las mujeres eran castigadas sólo con el confinamiento en casa. Con el tiempo las Bacanales volvieron a reverdecer en tiempos del Imperio, sin perder su carácter de excesos báquicos pero con una mayor participación ciudadana.
El Carnaval, aunque con evidentes sintonías con los rituales orgiásticos paganos, es sin embargo una fiesta típicamente cristiana que tomó cuerpo en época medieval como desafuero orgásmico precursor de la Cuaresma, ese tiempo de ayuno y penitencia que precede a la Pasión de Cristo. Las ordenanzas cristianas exigían que durante la Cuaresma se observaran el ayuno y la abstinencia de comer carne, incluyendo en esa abstinencia el contacto sexual, y así ha sido hasta hace bien pocos años. Dura 40 días, tantos como dicen los Evangelios que estuvo Cristo ayunando en el desierto preparándose para su vida pública. Como, por otro lado, en el calendario cristiano el final de la Cuaresma es la Semana de Pasión o Santa y ésta ha de coincidir con el primer plenilunio de primavera del hemisferio boreal, el Carnaval ha de terminar el día anterior al Miércoles de Ceniza, primer día de Cuaresma.
Por referencia a la obligatoriedad de abstenerse de comer carne es por lo que nace la palabra Carnaval, derivada de la italiana Carnevale que, a su vez, es haplología de la latina carnelevare (eliminar la carne). El Carnaval también se denomina Carnestolendas, haciéndose eco de la frase latina que denomina el tiempo litúrgico en el Misal Romano: "Domenica Prima Carnes Tolendas...", es decir, el domingo anterior al día de quitar la carne o Domingo de Carnaval.
El Carnaval, desde el Medioevo, ha sido tiempo de cierto desacato a la autoridad como reacción, primero, al autoritarismo feudal, y luego al sistema establecido sea cual fuere. Por eso es tiempo de máscaras y disfraces tras los que camuflar la oportunidad de desmandarse. Y eso valía tanto para las gentes menos favorecidad como para las de mayor alcurnia, que todos andaban más o menos igual de urgidos de cintura para abajo.
De la relación Cuaresma-abstiencia sexual es buena prueba la fiesta salmantina del Lunes de Aguas. Salamanca fue durante siglos la sede universitaria más importante de España y, aún hoy, el carácter universitario impregna la ciudad. Si la población estudiantil era numerosa, también lo eran las putas que ejercían su oficio en las casas de mancebía. Pues bien, para obligar a los estudiantes a abstenerse del pecado de la carne, Felipe II dictó unas ordenanzas por las cuales las prostitutas eran "desterradas" al otro lado del río Tormes durante la Cuaresma y la semana de Pascua. Pero el lunes siguiente al de Pascua, el Lunes de Aguas, en medio de una gran fiesta regada con buen vino y nutrida con hornazo (una empanada rellena de suculentos productos del cerdo), los estudiantes cruzaban el río en barcas y traían de nuevo en volandas a sus queridas meretrices a las mancebías.
Hoy el Carnaval ha perdido casi todo el atractivo de su atavismo. Los deslumbrantes carnavales de Río, de Tenerife, de Venecia, de Nueva Orleáns, de Cádiz y de otras muchas ciudades famosas apenas quedan en pura mascarada, desfiles y alcohol. Uno "asiste" a los carnavales pero no forma parte de ellos. Y si se disfraza es para desfilar, nada más. Quizás es que la Cuaresma ha perdido su sentido, y no se concibe Carnaval sin Cuaresma. Si tuviera que escoger algún carnaval me quedaría con el de Venecia, sugeridor de orgasmos finos y delicados, o el de Cádiz, cachondo donde los haya. Los demás se me antojan podridamente "glamourosos" y el "glamour" siempre me ha parecido tan frustrante como la eyaculación precoz.
Para ilustrar he escogido música barroca veneciana, de la época en que los carnavales adquierieron allí su máximo esplendor y bien ganada fama. Es el Allegro introductorio de uno de los conciertos para mandolina de Vivaldi. Los acordes de la cuerda que acompaña a la mandolina son como los golpes de remo del gondolero dirigiéndose a buen ritmo hacia San Marco, corazón de la fiesta.