
En mis años mozos hice la “mili”, el servicio militar obligatorio. En la pared del edificio que albergaba mi compañía había un gran rótulo con la frase Si vis pacem para bellum. Hubiera sido un latín clásico más correcto bellum para pero, ¿qué queréis?, para el nivel de latín de los oficiales que disfruté, ya valía. Soy añoso pero no tanto como las legiones romanas y cuando hice la "mili" el latín ya era una reliquia para curiosos.
Si vis pacem bellum para: si quieres la paz, prepara la guerra, o prepárate para la guerra. Terrible frase. Amenazadora idea que, si bien pretende justificar la existencia de un ejército para la defensa de agresiones externas (esa sería la lectura en tiempos de paz), reconoce un hecho incuestionable: que la guerra puede entablarse en algún momento. Escarmentada lectura en un país como el mío, España, guerrero donde los haya, cuya primera generación que no ha conocido en sus propias carnes una guerra, aunque sí sus coletazos, es precisamente la mía. Espero llegar a morirme en paz sin necesidad del arrullo de trompetas, tambores y cañones.
Imagino que los judíos belicistas de Israel y los del mundo de la diáspora que les apoya tendrán esa frase muy a flor de piel, junto con otras menos solemnes, más de andar por casa como “el que da primero da dos veces”. Y ellos siempre tratan de ser los primeros y más contundentes, arropados por la superioridad tecnológica de sus máquinas de guerra y por su pretendida superioridad ideológica de pueblo escogido, que hacen que se pasen por el arco de triunfo (situado entre sus piernas, con pinjantes en lo alto) la opinión del resto de los mortales. Su texto sagrado es el Antiguo Testamento, un compendio beligerante donde los haya cuando es interpretado muy al pie de la letra. Pero ni el Israel histórico ni el moderno son excepciones, desgraciadamente. Cito a Israel sólo por sus últimas canalladas aireadas por la prensa. Hay otros muchos puntos calientes.
El mundo es injusto (antes y ahora) porque las sociedades que lo componen también lo son. Aplicando la propiedad transitiva, puesto que la sociedad la componemos individuos, se podría decir que nosotros también somos injustos. Y es posible que algo de verdad haya en ello (dejo esa discusión para otra entrada) pero, según mi percepción, la moralidad social no es la suma o el resumen o la media aritmética ponderada de las de sus componentes. Es otra cosa, algo más superestructural y teórico que trata de subsumir al propio individuo. Es el zumo, a veces ponzoñoso, que destilan los grupos de poder. La moral social no representa las moralidades individuales ni se construye desde ellas (como podría deducirse del juego democrático) sino que se elabora in vitro para adoctrinar a sus individuos, lo que da opción a una perversión de los valores y nos sitúa a todos en un pretendido infantilismo intelectual que requiere ser desasnado por el sistema, ignorando (y evitando) la libertad de escoger.
Y mientras tanto hay personas que mueren heridas por la guerra, que malditas las ganas que tenían de subir a sus cielos respectivos tan pronto, tan deprisa y sin saber por qué.