domingo, 19 de diciembre de 2010
Desde mi higuera (16)
Es tiempo de Navidad. Cristianos y no cristianos celebramos fiestas en estos días y, en todo caso, la llegada de un Nuevo Año es motivo de regocijo y esperanza para todos. El mundo marcha mal. España marcha mal. A nivel personal, quien más y quien menos arrastra sus problemas en el talego, y probablemente ahí seguirán cuando, dentro de unos días, estrenemos el Nuevo Año 2011. Démonos, pues, una tregua no para esconder la cabeza bajo el ala como el avestruz sino para abrir la puerta a la esperanza.
Paz y bien a todas las personas de buena voluntad que pasan por esta página.
jueves, 11 de noviembre de 2010
Desde mi higuera (15)
Los recientes vendavales han dejado mi higuera sin una sola hoja. Tampoco hay hojarasca en el suelo, y bien que lo siento porque con la humedad de las noches de otoño, bajo las hojas secas había cientos de lombrices que me venían muy bien para cebar los anzuelos para pescar la anguila.
En cambio soy un hombre de suerte. Cada vez que entro en Internet a consultar cualquier página me salen varios anuncios diciendo que soy el visitante 1.000.000 y que me va a tocar un BMV, o 30.000 euros, o el oro y el moro. No sé dónde voy a poder guardar tanto coche ni cómo gastar tanto dinero como me prometen.
Sí, como era previsible, Internet ha sido tomada al asalto por los anuncios publicitarios, cuando no por timadores profesionales y gente de mal vivir. Ciertos servicios en principio altruistas, como Google, han cambiado de manos a buen precio y ahora, cada vez que haces una consulta, te asaetan con anuncios interactivos de lo más variados.
Luego están los correos electrónicos que llegan a diario anunciando medicamentos maravillosos cuya ingesta me proporcionará erecciones de veinteañero. ¡A buenas horas mangas verdes…! O los más criminales en los que te proponen negocios redondos, del tipo “timo de la estampita” en versión cibernética, a cambio de que les descubras los secretos de tu cuenta bancaria. Para “limpiártela”, claro.
Desde hace varios meses me llegan correos amenazadores con los logos de MSN anunciándome los siete males (entre ellos la anulación de mi cuenta que me cuesta buenos euros al año pagados por anticipado). En el último, recibido hace unos días, si no les daba mi número secreto me la anulaban en 24 horas. Como si la verdadera compañía MSN no lo conociera de sobra cada vez que accedo a diario a sus servicios.
Internet, cuya gigantesca estructura hemos hecho los cibernautas siguiendo, como los borricos la zanahoria, los cebos que nos han ido poniendo en la pantalla, ya es un negocio redondo por los cuatro costados. En cierto modo nos tiene cogidos por los huevos porque, si desapareciera de pronto, habría millones de usuarios que se quedarían sin sus dioses cotidianos, dueños de un tiempo y una soledad con los que no sabrían qué hacer. Porque, en gran medida, Internet acaba convirtiéndose en un vicio solitario, en una especie de onanismo irreprimible para quienes no encuentran otras alternativas de inversión para su tiempo libre.
Las numerosas redes sociales que han ido surgiendo como las setas son, en cierto modo, paliativas de ese aislamiento facilitando contactos a distancia entre personas en principio conocidas, con distintos grados de conexión. Son una consecuencia directa del éxito internacional de los blogs personales, a través de los cuales se llegan a establecer relaciones interpersonales en ocasiones muy intensas. El aburrimiento que producen al poco tiempo tales redes se trata de corregir con incentivos creativos tales como los juegos participativos, grupos de actividades, etc. para mantener el interés de los miembros y que sigan enganchados. Nada comparable, desde luego, a una partida de truc o de dominó en el bar de mi pueblo, en las que la interacción es real y consecuencia de relaciones humanas cristalizadas a través de múltiples lazos de convivencia.
Pero el rédito del acceso masivo a Internet es, inevitablemente, la comercialización desaforada, enmascarada bajo presupuestos todavía altruistas.
En cambio soy un hombre de suerte. Cada vez que entro en Internet a consultar cualquier página me salen varios anuncios diciendo que soy el visitante 1.000.000 y que me va a tocar un BMV, o 30.000 euros, o el oro y el moro. No sé dónde voy a poder guardar tanto coche ni cómo gastar tanto dinero como me prometen.
Sí, como era previsible, Internet ha sido tomada al asalto por los anuncios publicitarios, cuando no por timadores profesionales y gente de mal vivir. Ciertos servicios en principio altruistas, como Google, han cambiado de manos a buen precio y ahora, cada vez que haces una consulta, te asaetan con anuncios interactivos de lo más variados.
Luego están los correos electrónicos que llegan a diario anunciando medicamentos maravillosos cuya ingesta me proporcionará erecciones de veinteañero. ¡A buenas horas mangas verdes…! O los más criminales en los que te proponen negocios redondos, del tipo “timo de la estampita” en versión cibernética, a cambio de que les descubras los secretos de tu cuenta bancaria. Para “limpiártela”, claro.
Desde hace varios meses me llegan correos amenazadores con los logos de MSN anunciándome los siete males (entre ellos la anulación de mi cuenta que me cuesta buenos euros al año pagados por anticipado). En el último, recibido hace unos días, si no les daba mi número secreto me la anulaban en 24 horas. Como si la verdadera compañía MSN no lo conociera de sobra cada vez que accedo a diario a sus servicios.
Internet, cuya gigantesca estructura hemos hecho los cibernautas siguiendo, como los borricos la zanahoria, los cebos que nos han ido poniendo en la pantalla, ya es un negocio redondo por los cuatro costados. En cierto modo nos tiene cogidos por los huevos porque, si desapareciera de pronto, habría millones de usuarios que se quedarían sin sus dioses cotidianos, dueños de un tiempo y una soledad con los que no sabrían qué hacer. Porque, en gran medida, Internet acaba convirtiéndose en un vicio solitario, en una especie de onanismo irreprimible para quienes no encuentran otras alternativas de inversión para su tiempo libre.
Las numerosas redes sociales que han ido surgiendo como las setas son, en cierto modo, paliativas de ese aislamiento facilitando contactos a distancia entre personas en principio conocidas, con distintos grados de conexión. Son una consecuencia directa del éxito internacional de los blogs personales, a través de los cuales se llegan a establecer relaciones interpersonales en ocasiones muy intensas. El aburrimiento que producen al poco tiempo tales redes se trata de corregir con incentivos creativos tales como los juegos participativos, grupos de actividades, etc. para mantener el interés de los miembros y que sigan enganchados. Nada comparable, desde luego, a una partida de truc o de dominó en el bar de mi pueblo, en las que la interacción es real y consecuencia de relaciones humanas cristalizadas a través de múltiples lazos de convivencia.
Pero el rédito del acceso masivo a Internet es, inevitablemente, la comercialización desaforada, enmascarada bajo presupuestos todavía altruistas.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Desde mi higuera (14)
Hoy estoy de huelga. El bar en el que almorzamos todas las mañanas el grupo de amigos estaba abierto pero no he querido almorzar. En el pueblo se ha notado poco la jornada de huelga: las cuatro tiendas de coloniales, la botica y el bazar de los chinos estaban abiertos; Manolo el barbero también estaba en su puesto; Paco el mecánico y Pepe el fontanero no han abierto hoy; por la mañana no se veían niños por la calle, de lo que he deducido que estaban en la escuela.
Estos días pasados me decía: “Por fin voy a poder hacer una huelga general”, porque en las anteriores, por razón de mi cargo en la Administración, siempre salía con nombres y apellidos en las listas de servicios mínimos. Ahora que soy un jubilado congelado ya es otra cosa. Pero, ¿en qué puede consistir hacer huelga para un jubilado en un pueblo pequeño? He decidido que debía dejar de hacer lo que habitualmente hacía a diario. Cuando esta mañana he dicho que no pensaba comer y que las mujeres de la casa harían bien en no guisar se me han puesto todas como basiliscos. “¡Estás tú bueno! –decían-. ¿Y qué pasará con los niños?”. Siempre hay algún detalle que hace que las cosas no salgan bien. He tenido que comer para no dar mal ejemplo a los niños.
La mayor parte de mi tiempo se reparte diariamente entre dar largos paseos por el campo, leer, estudiar, escribir y escuchar música. Así que he decidido no hacer hoy ninguna de esas cosas. Me he sentado delante del televisor a media mañana (cosa que no hago nunca) y me he puesto a hacer zapping. Las televisiones públicas parecían ceñirse a servicios mínimos, con mucho documental y cosas así pero las privadas andaban a lo suyo. La única cadena que parecía estar más en el rollo de la huelga era CNN+, así que la visitaba con frecuenta y escuchaba con no poco estupor las guerras de cifras del seguimiento entre unos y otros, y otras lindezas, si bien, a decir verdad, los agentes del Gobierno brillaban por su ausencia no sé si por imposición disciplinaria o porque no se les entrevistaba. Me temo que sería lo primero porque no pocas veces me ha llegado la orden de no hacer declaraciones y escurrir el bulto de la forma más elegante posible.
Quienes se despachaban a gusto eran los sindicalistas, desbarrando, manoseando argumentos populistas y sin saber cómo entrar en el meollo. Porque el meollo, como inteligentemente ha dicho Santiago Carrillo en una entrevista, es que el Gobierno está maniatado por las directrices europeas y éstas están dictadas por los intereses económicos, es decir por la banca en última instancia. En el marco europeo, a joderse tocan. No hay otra salida que apretarnos el cinturón los de siempre y cargar con el peso de la crisis hasta enjugarla. Está muy bien que voceen los liberados, esos cuyos sueldos les vienen dados por decreto-ley. Pero muchos de los que tienen todavía algo que perder se dicen en voz baja que hay que capear el temporal y esperar tiempos mejores. Por lo menos tienen esperanza…
Estos días pasados me decía: “Por fin voy a poder hacer una huelga general”, porque en las anteriores, por razón de mi cargo en la Administración, siempre salía con nombres y apellidos en las listas de servicios mínimos. Ahora que soy un jubilado congelado ya es otra cosa. Pero, ¿en qué puede consistir hacer huelga para un jubilado en un pueblo pequeño? He decidido que debía dejar de hacer lo que habitualmente hacía a diario. Cuando esta mañana he dicho que no pensaba comer y que las mujeres de la casa harían bien en no guisar se me han puesto todas como basiliscos. “¡Estás tú bueno! –decían-. ¿Y qué pasará con los niños?”. Siempre hay algún detalle que hace que las cosas no salgan bien. He tenido que comer para no dar mal ejemplo a los niños.
La mayor parte de mi tiempo se reparte diariamente entre dar largos paseos por el campo, leer, estudiar, escribir y escuchar música. Así que he decidido no hacer hoy ninguna de esas cosas. Me he sentado delante del televisor a media mañana (cosa que no hago nunca) y me he puesto a hacer zapping. Las televisiones públicas parecían ceñirse a servicios mínimos, con mucho documental y cosas así pero las privadas andaban a lo suyo. La única cadena que parecía estar más en el rollo de la huelga era CNN+, así que la visitaba con frecuenta y escuchaba con no poco estupor las guerras de cifras del seguimiento entre unos y otros, y otras lindezas, si bien, a decir verdad, los agentes del Gobierno brillaban por su ausencia no sé si por imposición disciplinaria o porque no se les entrevistaba. Me temo que sería lo primero porque no pocas veces me ha llegado la orden de no hacer declaraciones y escurrir el bulto de la forma más elegante posible.
Quienes se despachaban a gusto eran los sindicalistas, desbarrando, manoseando argumentos populistas y sin saber cómo entrar en el meollo. Porque el meollo, como inteligentemente ha dicho Santiago Carrillo en una entrevista, es que el Gobierno está maniatado por las directrices europeas y éstas están dictadas por los intereses económicos, es decir por la banca en última instancia. En el marco europeo, a joderse tocan. No hay otra salida que apretarnos el cinturón los de siempre y cargar con el peso de la crisis hasta enjugarla. Está muy bien que voceen los liberados, esos cuyos sueldos les vienen dados por decreto-ley. Pero muchos de los que tienen todavía algo que perder se dicen en voz baja que hay que capear el temporal y esperar tiempos mejores. Por lo menos tienen esperanza…
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viernes, 30 de julio de 2010
Desde mi higuera (13)
¡Qué calor hace! No corre un pelo de aire y la sombra olorosa de mi higuera no es ningún alivio. Caliente está también el ambiente taurino en Cataluña tras la decisión política de prohibir las corridas de toros. Y digo política porque la tomaron los políticos atendiendo los deseos y argumentos del sector antitaurino y desatendiendo los de los no pocos aficionados a la “fiesta nacional” española. El resultado de la votación de hace dos días en el Parlamento catalán (68 a favor de la prohibición y 55 en contra) no parece coincidir con la opinión popular dentro del Estado español, recogida en varias encuestas de los últimos años: algo más del 30% de los encuestados prohibiría la tauromaquia y casi el 60% no sería partidario de la prohibición. Ignoro cuál sería el resultado de una encuesta de este tipo realizada en Cataluña, pero si se pareciera al nacional indicaría que el Parlamento catalán no está en sintonía con la voluntad popular en este asunto. Lo cual parece que no es ninguna novedad.
No soy aficionado a los toros. No les veo la gracia. Pero no dejo de reconocer que las tauromaquias son ritos ancestrales de origen mediterráneo que se remontan al origen de las culturas desarrolladas. Hay muchos pueblos de la Península Ibérica y de otros países ribereños del Mare Nostrum para los que los festejos taurinos son parte importante de su folclore.
Por otro lado, las corridas de toros están en crisis y sólo sobreviven como espectáculos en las grandes plazas. Antes, no hace tantos años, había muchos pueblos de España que tenían su plaza de toros. Ahora la mayoría de esas plazas de pueblo están en ruinas o han sido derribadas. Una tradición lo es hasta que deja de serlo y eso sucede cuando el pueblo que la sustenta pierde el interés por ella. No es necesario, pues, llegar a la prohibición para anularla. Y si se prohíbe cuando es una tradición viva, no deja de ser un acto atentatorio contra la libertad. La democracia no debe ser prohibicionista sino dialogante. Me viene a la memoria una pintada callejera de aquellos años de la transición democrática que decía: “Prohibido prohibir”.
Prohibir los toros no es nada nuevo. Cualquiera que tenga sentido de la Historia recordará que, desde el siglo XVIII, se han prohibido los toros incluso a nivel nacional en varias ocasiones. A pesar de ello la fiesta ha salido adelante. Hay muchas Fuenteovejunas en España. Pero, sobre todo, las leyes cambian según las conveniencias del legislador.
Mientras tanto, los aficionados catalanes de este lado de los Pirineos podrán peregrinar al otro lado, a las plazas francesas que seguramente se beneficiarán de la situación, como hacían los aficionados al cine X en la época de la dictadura franquista. O a las plazas de Aragón o del País Valenciano.
(Nota: Ilustración tomada de http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Cartel_toros_barcelona.jpg)
No soy aficionado a los toros. No les veo la gracia. Pero no dejo de reconocer que las tauromaquias son ritos ancestrales de origen mediterráneo que se remontan al origen de las culturas desarrolladas. Hay muchos pueblos de la Península Ibérica y de otros países ribereños del Mare Nostrum para los que los festejos taurinos son parte importante de su folclore.
Por otro lado, las corridas de toros están en crisis y sólo sobreviven como espectáculos en las grandes plazas. Antes, no hace tantos años, había muchos pueblos de España que tenían su plaza de toros. Ahora la mayoría de esas plazas de pueblo están en ruinas o han sido derribadas. Una tradición lo es hasta que deja de serlo y eso sucede cuando el pueblo que la sustenta pierde el interés por ella. No es necesario, pues, llegar a la prohibición para anularla. Y si se prohíbe cuando es una tradición viva, no deja de ser un acto atentatorio contra la libertad. La democracia no debe ser prohibicionista sino dialogante. Me viene a la memoria una pintada callejera de aquellos años de la transición democrática que decía: “Prohibido prohibir”.
Prohibir los toros no es nada nuevo. Cualquiera que tenga sentido de la Historia recordará que, desde el siglo XVIII, se han prohibido los toros incluso a nivel nacional en varias ocasiones. A pesar de ello la fiesta ha salido adelante. Hay muchas Fuenteovejunas en España. Pero, sobre todo, las leyes cambian según las conveniencias del legislador.
Mientras tanto, los aficionados catalanes de este lado de los Pirineos podrán peregrinar al otro lado, a las plazas francesas que seguramente se beneficiarán de la situación, como hacían los aficionados al cine X en la época de la dictadura franquista. O a las plazas de Aragón o del País Valenciano.
(Nota: Ilustración tomada de http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Cartel_toros_barcelona.jpg)
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jueves, 24 de junio de 2010
Desde mi higuera (12)
Con el ruido de la crisis económica y del decreto de medidas económicas restrictivas para funcionarios, pensionistas y otros colectivos fácilmente controlables sumamente amortiguado por la euforia del Mundial de Fútbol (la vieja fórmula romana del “panem et circensis” que tan buenos resultados ha dado a lo largo de la Historia), ahora el revuelo lo ocasiona la prohibición de usar el velo con el que se cubren el rostro las mujeres de ciertos credos religiosos. Me parece algo triste que se haya tenido que llegar a esos extremos. Pero más triste es todavía ese empeño conservador en medio de una sociedad como la europea que publicita la lencería femenina y los calzoncillos en grandes pancartas bien visibles. “Donde fueres, haz lo que vieres” reza un viejo refrán, y no creo que haya ningún derecho personal, aun fundamentado sobre principios religiosos, que esté por encima de los usos y costumbres públicas de nuestra sociedad occidental. En el ámbito de lo privado, allá cada cual.
En los países mahometanos es frecuente que se obligue a los occidentales, sobre todo a las mujeres, a vestir a la usanza local cuando se quiere visitar alguna mezquita o lugar sagrado importante. En cierto modo es lo mismo pero al revés.
El problema, desde luego, es más profundo. Reconozco no conocer con la profundidad necesaria los preceptos de Mahoma pero me temo que, como sucede con el cristianismo, las castas sacerdotales han hecho las cosas de manera que el varón resulte el Rey de la Creación por designación divina. Son religiones fundamentalmente machistas, aunque algunas sectas cristianas (entre ellas la católica) están dando últimamente la de cal y la de arena forzadas por las circunstancias y por la pérdida de clientela. Quizás sea el momento de “modernizar” y actualizar también aquellas reglas que no atentan contra los preceptos fundamentales del Profeta. Es una cuestión de educación como la que hemos vivido los españoles desde el omnipotente y omnipresente Nacionalcatolicismo a la actualidad, pasando por el frustrado Concilio Vaticano II.
No creo que los mahometanos con chilaba y todo estén más salidos que los occidentales, pero he visto muchas veces en las ciudades turísticas de la morería cómo se les disparaba inconteniblemente la mano a algunos para tocarle las posaderas a la muchacha con vaqueros que pasaba por su lado. Todo un arte. Quizás los vestidos holgados, además de más cómodos en un clima cálido (lo sé por experiencia), sean un remedio contra la concupiscencia. La educación también lo es. Cada cual es muy libre de pensar lo que quiera, pero creer que ver el rostro de una mujer (a veces maltratado y comido por el salfumant de un marido con visos de cornudo) pueda resultar excitante y pecaminoso para los demás se me antoja una exageración. Por acá andamos ya curados de espanto y necesitamos emociones más fuertes para ponernos cachondos.Y si se trata de una cuestión de propiedad machista, es una ilegalidad flagrante en una sociedad con Ministerio de Igualdad.
En los países mahometanos es frecuente que se obligue a los occidentales, sobre todo a las mujeres, a vestir a la usanza local cuando se quiere visitar alguna mezquita o lugar sagrado importante. En cierto modo es lo mismo pero al revés.
El problema, desde luego, es más profundo. Reconozco no conocer con la profundidad necesaria los preceptos de Mahoma pero me temo que, como sucede con el cristianismo, las castas sacerdotales han hecho las cosas de manera que el varón resulte el Rey de la Creación por designación divina. Son religiones fundamentalmente machistas, aunque algunas sectas cristianas (entre ellas la católica) están dando últimamente la de cal y la de arena forzadas por las circunstancias y por la pérdida de clientela. Quizás sea el momento de “modernizar” y actualizar también aquellas reglas que no atentan contra los preceptos fundamentales del Profeta. Es una cuestión de educación como la que hemos vivido los españoles desde el omnipotente y omnipresente Nacionalcatolicismo a la actualidad, pasando por el frustrado Concilio Vaticano II.
No creo que los mahometanos con chilaba y todo estén más salidos que los occidentales, pero he visto muchas veces en las ciudades turísticas de la morería cómo se les disparaba inconteniblemente la mano a algunos para tocarle las posaderas a la muchacha con vaqueros que pasaba por su lado. Todo un arte. Quizás los vestidos holgados, además de más cómodos en un clima cálido (lo sé por experiencia), sean un remedio contra la concupiscencia. La educación también lo es. Cada cual es muy libre de pensar lo que quiera, pero creer que ver el rostro de una mujer (a veces maltratado y comido por el salfumant de un marido con visos de cornudo) pueda resultar excitante y pecaminoso para los demás se me antoja una exageración. Por acá andamos ya curados de espanto y necesitamos emociones más fuertes para ponernos cachondos.Y si se trata de una cuestión de propiedad machista, es una ilegalidad flagrante en una sociedad con Ministerio de Igualdad.
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lunes, 3 de mayo de 2010
Desde mi higuera (11)
Anoche, jugando con Facebook, vi una invitación que me enviaba un exalumno para participar en un grupo llamado Que los políticos cobren 420 euros hasta que solucionen la crisis. No cabe duda que quien tuvo la idea de crear el grupo es persona ingeniosa, ocurrente. Pero para que ese eslogan se convirtiera en una realidad sería necesario que nuestros grandes políticos, los de las Cortes y el Senado y las Comunidades Autónomas, tuvieran vergüenza torera y arrimaran la pechera al toro bravo de la crisis. ¡Pero, ca…! Se dicen unos a otros: “¡Arrímate tú…!”. Y, además, tuvieran sentido de la realidad y colaboraran en la reducción de gastos, en lugar de arrogarse el privilegio de ordeñar la Gran Vaca que para ellos son las arcas del Estado. Aunque, la verdad, no estoy muy seguro de que podamos salir de la crisis con alguna idea feliz y eficaz salida de un cerebro político. España es uno de los vagones de cola en el tren europeo, y no es de ahora: hace muchos años y varias legislaturas que es así. Dicho de otro modo, hasta que la locomotora alemana y los vagones de primera no quieran y puedan, a los de tercera les toca sobrevivir de las migajas europeas. En la composición de nuestro producto interior bruto hay pocos sectores productivos de verdad que hagan bullir la olla, así que la crisis podía llegar en cualquier momento porque, en el fondo, llevamos muchos años cambiándonos el dinero de bolsillo y sin producir otra cosa que inflación.
No es que los sueldazos de los políticos y los gastos de las Administraciones Central y Autonómicas agudicen la crisis. En el fondo son como el chocolate del loro comparado con las grandes cifras de la nación. Pero para el ciudadano medio que vive con apreturas y mata su inevitable ocio frente al televisor o leyendo los tabloides gratuitos, tantos presidentes, tantos ministros, tantos consejeros y tantas Administraciones para al final no administrar nada y encima hacerlo dos veces, suena a cachondeo, a burla, a gasto superfluo. Como decía cierto agudo personaje especialista en vivir del cuento: “Por la mañana no hago nada y por la tarde lo paso a limpio”.
Los noticieros se encarga de soliviantar los ánimos con noticias como que los políticos de ciertas comunidades bilingües están exigiendo que haya servicio de traducción en las Cortes y el Senado, o que ciertos políticos catalanes contrataron traductores de español para recibir a una delegación de Argentina, o que ciertos políticos también catalanes viajaron a Suramérica acompañados de traductores de español. Oigo esas cosas y me río para mis adentros porque el coste en euros de tamañas majaderías no es tanto, pero la imagen de estrechez mental (y oronda tripa) que dan esos gilipollas es para carcajearse en sus propias narices. Y esto lo está escribiendo una persona bilingüe de nacimiento que, además, por motivos profesionales tuvo que aprender inglés, francés y algunos retazos de otras lenguas europeas, sin haber recurrido al erario público para que le pusiera traductores.
Sí, ya sé que el tema de las “lenguas autóctonas” es vidrioso y resbaladizo, pero ¡hombre!, que ciertos políticos no tengan el nivel de español suficiente para entenderse con sus otros congéneres de la misma farándula ya me parece rozar la imbecilidad y, sobre todo, lo políticamente incorrecto e inaceptable en tiempo de crisis y de la tan cacareada reducción del gasto público.
Yo no sé si será cierto eso que se dice de que cada país se merece los políticos que lo gobiernan. Lo que sí sé es que, mires a donde mires en el espectro político y sus secuaces, te encuentras personajes de la misma catadura. Es como si el hecho de obtener un acta de diputado o de concejal imprimiera (el mismo) carácter, como se decía antes de los Santos Sacramentos. Y así no hay quien juegue en serio a la Democracia.
No es que los sueldazos de los políticos y los gastos de las Administraciones Central y Autonómicas agudicen la crisis. En el fondo son como el chocolate del loro comparado con las grandes cifras de la nación. Pero para el ciudadano medio que vive con apreturas y mata su inevitable ocio frente al televisor o leyendo los tabloides gratuitos, tantos presidentes, tantos ministros, tantos consejeros y tantas Administraciones para al final no administrar nada y encima hacerlo dos veces, suena a cachondeo, a burla, a gasto superfluo. Como decía cierto agudo personaje especialista en vivir del cuento: “Por la mañana no hago nada y por la tarde lo paso a limpio”.
Los noticieros se encarga de soliviantar los ánimos con noticias como que los políticos de ciertas comunidades bilingües están exigiendo que haya servicio de traducción en las Cortes y el Senado, o que ciertos políticos catalanes contrataron traductores de español para recibir a una delegación de Argentina, o que ciertos políticos también catalanes viajaron a Suramérica acompañados de traductores de español. Oigo esas cosas y me río para mis adentros porque el coste en euros de tamañas majaderías no es tanto, pero la imagen de estrechez mental (y oronda tripa) que dan esos gilipollas es para carcajearse en sus propias narices. Y esto lo está escribiendo una persona bilingüe de nacimiento que, además, por motivos profesionales tuvo que aprender inglés, francés y algunos retazos de otras lenguas europeas, sin haber recurrido al erario público para que le pusiera traductores.
Sí, ya sé que el tema de las “lenguas autóctonas” es vidrioso y resbaladizo, pero ¡hombre!, que ciertos políticos no tengan el nivel de español suficiente para entenderse con sus otros congéneres de la misma farándula ya me parece rozar la imbecilidad y, sobre todo, lo políticamente incorrecto e inaceptable en tiempo de crisis y de la tan cacareada reducción del gasto público.
Yo no sé si será cierto eso que se dice de que cada país se merece los políticos que lo gobiernan. Lo que sí sé es que, mires a donde mires en el espectro político y sus secuaces, te encuentras personajes de la misma catadura. Es como si el hecho de obtener un acta de diputado o de concejal imprimiera (el mismo) carácter, como se decía antes de los Santos Sacramentos. Y así no hay quien juegue en serio a la Democracia.
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martes, 6 de abril de 2010
Desde mi higuera (10)
“Ja venim de berenar,
hem jugat a la tarara,
‘mos’ hem begut tot lo vi
i hem trencat la catalana”
Hacía más de cincuenta años que no pasaba los días de la Pascua Florida en mi tierra y he de reconocer que todo me ha resultado extraño por insulso. En mis mocedades esperábamos los tres días de Pascua con ilusión y emoción contenida. Días antes, desde el Domingo de Ramos, se iban perfilando las cuadrillas para las meriendas procurando quedar emparejados aunque sólo fuera provisionalmente. Los días de luto obligado de la Semana Santa dejaban paso a la alegría del Sábado de Gloria, y a las 10 en punto el campanero lanzaba las campanas a rebato anunciando la Resurrección, la chiquillería recorríamos las calles del pueblo atronando con los cohetes y de las casas salían las madres con la “post” sobre la cabeza en dirección al horno para hornear las monas de Pascua.
El Primer Día de Pascua (actual Domingo de Resurrección) por la tarde el pueblo se quedaba desierto: todos estábamos en las eras y atarazanas de los alrededores provistos de un “saquet” (los chicos) y un capazo de palma decorado con vivos colores (las chicas). Entre las viandas no podía faltar una lechuga y unas cebolletas, un envoltorio de papel de estraza con sal y una botellita de aceite de oliva, ni las longanizas pascueras largamente oreadas colgando en la cocina desde al menos quince días antes. Ni, desde luego, la mona, el “panou”, esa oronda delicia de masa dulzona coronada por un huevo duro y adornada con clara de huevo montada.
Al atardecer, después de merendar y bailar infatigablemente todo el repertorio de canciones de corro, volvíamos al pueblo y las casas se iban tragando a sus habitantes buscando el ansiado reposo para poder continuar la fiesta los tres días preceptivos.
Hoy las eras y atarazanas son polígonos industriales, y cada vez quedamos menos nostálgicos de aquellos tiempos. Mis sobrinos pequeños me miraban con extrañeza mientras les contaba estas cosas, fastidiados por tener que desatender esas extrañas maquinitas con pantalla a las que están pegados constantemente.
Y he venido solo a sentarme bajo la higuera y comerme mi mona de Pascua y a rumiar que hay vivencias que no se pueden compartir… Ni falta que hace, añado.
viernes, 5 de marzo de 2010
Desde mi higuera (9)
El tiempo sigue revuelto y no apetece sentarse bajo la higuera. Se acerca la semana fallera con el temor de que la lluvia pertinaz se lleve por las alcantarillas el trabajo de todo un año preparando nuestra fiesta grande. Antes se hacían rogativas al Santo Patrono de cada pueblo para que aliviase las sequías; aunque, ciertamente, las fértiles tierras de La Ribera valenciana nunca han tenido problemas de agua. Por aquí más bien se hacían rogativas en Septiembre cuando amenazaba tormenta y los arrozales estaban sin segar o con las gavillas en la era esperando la trilla. Ahora no se habla de esas cosas, es curioso…
Pero la escasez de agua de riego es un problema en otras regiones tradicionalmente huertanas. Los polémicos proyectos de trasvases desde cuencas excedentarias se han convertido en armas arrojadizas de nuestra (mala) clase política para agredirse verbalmente mientras esperan confortablemente instalados hasta que llegue final de mes y cobren sus abultados sueldos en tiempos de crisis. Si las abundantes lluvias llenan los pantanos y se recuperan los acuíferos van a tener que buscarse otro tema de debate porque éste habrá perdido actualidad.
Y eso me recuerda el canallesco “bluff” de la Gripe A y el revuelo que se armó con el tema de la vacuna. Ni Gripe A, ni mus, ni pollas… Ya lo presentíamos la gente sensata. Y ahora, a ver qué hace el Estado con las vacunas adquiridas. ¿O no las compró? O, como estamos en crisis, no piensa pagarlas… ¡Menuda pandilla de zánganos! Un comprometido silencio rodea el asunto. Claro, como “los medios” andan ahora de terremoto en terremoto…
Los terremotos, maremotos (me niego a utilizar el vocablo tsunami, como me niego a aceptar que la ciudad de Milán de toda la vida ahora la llamen Mílan algunos papanatas que se autoproclaman periodistas deportivos futboleros) y similares catástrofes naturales no son para tomarlas a chanza, desde luego. Malos días pasé pensando en mis amigos chilenos, hasta que he ido recibiendo noticias de todos ellos diciendo que han salido ilesos.
(Me llaman para comer…)
Pero la escasez de agua de riego es un problema en otras regiones tradicionalmente huertanas. Los polémicos proyectos de trasvases desde cuencas excedentarias se han convertido en armas arrojadizas de nuestra (mala) clase política para agredirse verbalmente mientras esperan confortablemente instalados hasta que llegue final de mes y cobren sus abultados sueldos en tiempos de crisis. Si las abundantes lluvias llenan los pantanos y se recuperan los acuíferos van a tener que buscarse otro tema de debate porque éste habrá perdido actualidad.
Y eso me recuerda el canallesco “bluff” de la Gripe A y el revuelo que se armó con el tema de la vacuna. Ni Gripe A, ni mus, ni pollas… Ya lo presentíamos la gente sensata. Y ahora, a ver qué hace el Estado con las vacunas adquiridas. ¿O no las compró? O, como estamos en crisis, no piensa pagarlas… ¡Menuda pandilla de zánganos! Un comprometido silencio rodea el asunto. Claro, como “los medios” andan ahora de terremoto en terremoto…
Los terremotos, maremotos (me niego a utilizar el vocablo tsunami, como me niego a aceptar que la ciudad de Milán de toda la vida ahora la llamen Mílan algunos papanatas que se autoproclaman periodistas deportivos futboleros) y similares catástrofes naturales no son para tomarlas a chanza, desde luego. Malos días pasé pensando en mis amigos chilenos, hasta que he ido recibiendo noticias de todos ellos diciendo que han salido ilesos.
(Me llaman para comer…)
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domingo, 17 de enero de 2010
Desde mi higuera (8)
Los Reyes Magos llegaron con frío, lluvia y hasta nieve a mi habitualmente templada tierra. Todavía andaban los pequeños disfrutando sus esperados regalos cuando el barómetro comenzó a bajar peligrosamente y un viento huracanado nos trajo la ruína: árboles arrancados de cuajo, cosechas perdidas, invernaderos volando por los aires... Pero lo sabíamos. Los partes meteorológicos venían anunciando con antelación el riesgo. Una catástrofe anunciada no es menos catástrofe pero permite tomar algunas medidas preventivas.
Hoy, por fin, el sol ha asomado tímidamente su redonda cara bondadosa y me he apresurado a sentarme debajo de la higuera a solearme un poco. Estaba yo rumiando los efectos del huracán cuando me ha venido a la memoria un correo que recibí ayer de un conocido, en el que me enviaba adjunto un archivo con una presentación en PowerPoint conteniendo los horóscopos según los signos del zodíaco. Hasta ahí la cosa podía resultar hasta simpática. Pero cuando me entró el descojone fue al final, cuando el autor del bodrio (no mi corresponsal) me pronosticaba un mañana (por hoy) lleno de desgracias que se prolongarían durante los próximos siete años (número cabalístico) si no enviaba el susodicho bodrio a otras direcciones de mi agenda. Cuantas más, mayor sería mi suerte futura.
Leer las estrellas es tan antiguo como el propio fenómeno humano. La profundidad del cielo estrellado es estremecedora y su cambio circular estacional invita al misterio sobrecogedor y a sentir la presencia de fuerzas sobrenaturales. No sorprende que surgieran los astrólogos y que de sus observaciones en largas noches de vigilia se buscaran relaciones fenomenológicas.
El ser humano se ha visto siempre enfrentado a ese gran misterio de sí mismo, y de su angustia se han aprovechado y se aprovechan ciertos "magos" recetando soluciones que van desde los credos religiosos a los consultorios de todo tipo. Todo sea bienvenido si con ello se consigue aliviar esa angustia vital de las personas, o de algunas al menos.
Pero los fantoches que vaticinan gratuitamente terribles desgracias a quienes les siguen si no realizan determinados actos de acatamiento de su voluntad, los miserables que juegan canallamente con lo que de supersticioso tenemos, ésos, son gentuza. Y los hay en todos los ámbitos. No es la primera vez que me ha llegado un mensaje en cadena pidiendo que rezara tal o cual jaculatoria a determinado Santo del santoral cristiano y que la hiciera circular bajo pena de terribles desgracias.
Somos seres leves y a menudo indefensos ante el devenir. Cae dentro de lo posible que mañana, o un día de estos, o dentro de unos años me acaezca una desgracia (¡ojalá que no!). Seguro que si el hideputa que ha confeccionado el amenzador horóscopo que recibí ayer se entera dirá a sus devotos: "¡Claro! Si ya se lo vaticiné yo...". Y se quedará tan ancho.
Hoy, por fin, el sol ha asomado tímidamente su redonda cara bondadosa y me he apresurado a sentarme debajo de la higuera a solearme un poco. Estaba yo rumiando los efectos del huracán cuando me ha venido a la memoria un correo que recibí ayer de un conocido, en el que me enviaba adjunto un archivo con una presentación en PowerPoint conteniendo los horóscopos según los signos del zodíaco. Hasta ahí la cosa podía resultar hasta simpática. Pero cuando me entró el descojone fue al final, cuando el autor del bodrio (no mi corresponsal) me pronosticaba un mañana (por hoy) lleno de desgracias que se prolongarían durante los próximos siete años (número cabalístico) si no enviaba el susodicho bodrio a otras direcciones de mi agenda. Cuantas más, mayor sería mi suerte futura.
Leer las estrellas es tan antiguo como el propio fenómeno humano. La profundidad del cielo estrellado es estremecedora y su cambio circular estacional invita al misterio sobrecogedor y a sentir la presencia de fuerzas sobrenaturales. No sorprende que surgieran los astrólogos y que de sus observaciones en largas noches de vigilia se buscaran relaciones fenomenológicas.
El ser humano se ha visto siempre enfrentado a ese gran misterio de sí mismo, y de su angustia se han aprovechado y se aprovechan ciertos "magos" recetando soluciones que van desde los credos religiosos a los consultorios de todo tipo. Todo sea bienvenido si con ello se consigue aliviar esa angustia vital de las personas, o de algunas al menos.
Pero los fantoches que vaticinan gratuitamente terribles desgracias a quienes les siguen si no realizan determinados actos de acatamiento de su voluntad, los miserables que juegan canallamente con lo que de supersticioso tenemos, ésos, son gentuza. Y los hay en todos los ámbitos. No es la primera vez que me ha llegado un mensaje en cadena pidiendo que rezara tal o cual jaculatoria a determinado Santo del santoral cristiano y que la hiciera circular bajo pena de terribles desgracias.
Somos seres leves y a menudo indefensos ante el devenir. Cae dentro de lo posible que mañana, o un día de estos, o dentro de unos años me acaezca una desgracia (¡ojalá que no!). Seguro que si el hideputa que ha confeccionado el amenzador horóscopo que recibí ayer se entera dirá a sus devotos: "¡Claro! Si ya se lo vaticiné yo...". Y se quedará tan ancho.
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