Lo del cambio climático está de moda. A mediados de noviembre se reunirán en mi tierra, Valencia, los miembros de la oficina mundial sobre cambio climático de la ONU para discutir sobre el asunto, rizar el rizo y comerse buenas paellas mientras vocean para aterrarnos con que el clima va a cambiar algún día. ¡Menuda novedad! Pero no es eso lo que me ha movido a escribir esta entrada.
Soy poco adicto a la televisión, ya lo he dicho algunas veces. Pero en algunos ratos de desvarío en que uno conecta la caja tonta para escuchar la colección de horrores que son las noticias, me he encontrado últimamente con algunos anuncios publicitarios curiosos. Como veo tan poca televisión, los anuncios me llaman la atención casi más que los propios noticiarios. Son un par de anuncios de marcas de coches que ofertan "modelos ecológicos". En uno de ellos te dicen sibilinamente que tal modelo disminuye la emisión de gas carbónico en un determinado porcentaje. En otro (¿o es el mismo?) te dicen que van a plantar por ti unos cuantos árboles para que se coman el gas carbónico que genera tu coche.
Tal publicidad no podría ser rentable si el publicista y la marca no estuvieran convencidos de que el público es sensible al tema ecológico. De no ser así, seguirían adornando el producto con señoras provocativas porque los asuntos de bragueta, está demostrado, siempre han movido muchas voluntades. Digamos, pues, que, al menos en la clase media, ya hay formada una conciencia ecológica gracias a los años de bombardeo sistemático con la amenaza del cambio climático. Ha llegado el momento de la simbiosis, de aprovechar los frutos de esa paciente siembra.
Supongo que habrá quienes se crean lo que dice la publicidad si también se creyeron los horrores del cambio climático. Pero yo soy reticente y me ha dado por recordar lo que me enseñó mi profesor de química orgánica en mis años de bachillerato: que de la combustión perfecta de un hidrocarburo como la gasolina se obtiene agua y gas carbónico, curiosamente los dos gases que participan en el efecto invernadero, aunque el primero lo hace de un modo cuantitativa y cualitativamente muy superior al segundo. Pero la publicidad hace hincapié en el segundo, a pesar de que su efecto sea mínimo, porque decir que se reducen las emisiones de vapor de agua parece que no llama la atención, que no es serio.
En el estado actual de la tecnología de los motores de combustión interna (vulgo motor de un coche) la reacción de quemado del combustible no es perfecta pero se acerca bastante a la perfección. Así, pues, reducir la emisión de esos gases significa, básicamente, reducir el consumo de combustible, algo que todo conductor consciente y consecuente puede hacer con el coche que ya tiene sin más que aplicar las reglas archiconocidas de una conducción responsable.
Pero la industria del automóvil necesita vender más coches cada año, a sabiendas de que mayor parque móvil significa mayor polución y mayores riesgos de cambio climático según el cuento chino que cierto sector de los climatólogos intenta hacernos creer. Ante ese flagrante contrasentido que hasta Paco Maía, el tonto de mi pueblo, es capaz de percibir, la solución es vender también la idea de que el nuevo coche es "más ecológico". He aquí una curiosa simbiosis entre publicidad engañosa, intereses comerciales, industria y climatología, todos viviendo del mismo cuento.