Los recientes vendavales han dejado mi higuera sin una sola hoja. Tampoco hay hojarasca en el suelo, y bien que lo siento porque con la humedad de las noches de otoño, bajo las hojas secas había cientos de lombrices que me venían muy bien para cebar los anzuelos para pescar la anguila.
En cambio soy un hombre de suerte. Cada vez que entro en Internet a consultar cualquier página me salen varios anuncios diciendo que soy el visitante 1.000.000 y que me va a tocar un BMV, o 30.000 euros, o el oro y el moro. No sé dónde voy a poder guardar tanto coche ni cómo gastar tanto dinero como me prometen.
Sí, como era previsible, Internet ha sido tomada al asalto por los anuncios publicitarios, cuando no por timadores profesionales y gente de mal vivir. Ciertos servicios en principio altruistas, como Google, han cambiado de manos a buen precio y ahora, cada vez que haces una consulta, te asaetan con anuncios interactivos de lo más variados.
Luego están los correos electrónicos que llegan a diario anunciando medicamentos maravillosos cuya ingesta me proporcionará erecciones de veinteañero. ¡A buenas horas mangas verdes…! O los más criminales en los que te proponen negocios redondos, del tipo “timo de la estampita” en versión cibernética, a cambio de que les descubras los secretos de tu cuenta bancaria. Para “limpiártela”, claro.
Desde hace varios meses me llegan correos amenazadores con los logos de MSN anunciándome los siete males (entre ellos la anulación de mi cuenta que me cuesta buenos euros al año pagados por anticipado). En el último, recibido hace unos días, si no les daba mi número secreto me la anulaban en 24 horas. Como si la verdadera compañía MSN no lo conociera de sobra cada vez que accedo a diario a sus servicios.
Internet, cuya gigantesca estructura hemos hecho los cibernautas siguiendo, como los borricos la zanahoria, los cebos que nos han ido poniendo en la pantalla, ya es un negocio redondo por los cuatro costados. En cierto modo nos tiene cogidos por los huevos porque, si desapareciera de pronto, habría millones de usuarios que se quedarían sin sus dioses cotidianos, dueños de un tiempo y una soledad con los que no sabrían qué hacer. Porque, en gran medida, Internet acaba convirtiéndose en un vicio solitario, en una especie de onanismo irreprimible para quienes no encuentran otras alternativas de inversión para su tiempo libre.
Las numerosas redes sociales que han ido surgiendo como las setas son, en cierto modo, paliativas de ese aislamiento facilitando contactos a distancia entre personas en principio conocidas, con distintos grados de conexión. Son una consecuencia directa del éxito internacional de los blogs personales, a través de los cuales se llegan a establecer relaciones interpersonales en ocasiones muy intensas. El aburrimiento que producen al poco tiempo tales redes se trata de corregir con incentivos creativos tales como los juegos participativos, grupos de actividades, etc. para mantener el interés de los miembros y que sigan enganchados. Nada comparable, desde luego, a una partida de truc o de dominó en el bar de mi pueblo, en las que la interacción es real y consecuencia de relaciones humanas cristalizadas a través de múltiples lazos de convivencia.
Pero el rédito del acceso masivo a Internet es, inevitablemente, la comercialización desaforada, enmascarada bajo presupuestos todavía altruistas.
jueves, 11 de noviembre de 2010
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