jueves, 24 de junio de 2010

Desde mi higuera (12)

Con el ruido de la crisis económica y del decreto de medidas económicas restrictivas para funcionarios, pensionistas y otros colectivos fácilmente controlables sumamente amortiguado por la euforia del Mundial de Fútbol (la vieja fórmula romana del “panem et circensis” que tan buenos resultados ha dado a lo largo de la Historia), ahora el revuelo lo ocasiona la prohibición de usar el velo con el que se cubren el rostro las mujeres de ciertos credos religiosos. Me parece algo triste que se haya tenido que llegar a esos extremos. Pero más triste es todavía ese empeño conservador en medio de una sociedad como la europea que publicita la lencería femenina y los calzoncillos en grandes pancartas bien visibles. “Donde fueres, haz lo que vieres” reza un viejo refrán, y no creo que haya ningún derecho personal, aun fundamentado sobre principios religiosos, que esté por encima de los usos y costumbres públicas de nuestra sociedad occidental. En el ámbito de lo privado, allá cada cual.

En los países mahometanos es frecuente que se obligue a los occidentales, sobre todo a las mujeres, a vestir a la usanza local cuando se quiere visitar alguna mezquita o lugar sagrado importante. En cierto modo es lo mismo pero al revés.

El problema, desde luego, es más profundo. Reconozco no conocer con la profundidad necesaria los preceptos de Mahoma pero me temo que, como sucede con el cristianismo, las castas sacerdotales han hecho las cosas de manera que el varón resulte el Rey de la Creación por designación divina. Son religiones fundamentalmente machistas, aunque algunas sectas cristianas (entre ellas la católica) están dando últimamente la de cal y la de arena forzadas por las circunstancias y por la pérdida de clientela. Quizás sea el momento de “modernizar” y actualizar también aquellas reglas que no atentan contra los preceptos fundamentales del Profeta. Es una cuestión de educación como la que hemos vivido los españoles desde el omnipotente y omnipresente Nacionalcatolicismo a la actualidad, pasando por el frustrado Concilio Vaticano II.

No creo que los mahometanos con chilaba y todo estén más salidos que los occidentales, pero he visto muchas veces en las ciudades turísticas de la morería cómo se les disparaba inconteniblemente la mano a algunos para tocarle las posaderas a la muchacha con vaqueros que pasaba por su lado. Todo un arte. Quizás los vestidos holgados, además de más cómodos en un clima cálido (lo sé por experiencia), sean un remedio contra la concupiscencia. La educación también lo es. Cada cual es muy libre de pensar lo que quiera, pero creer que ver el rostro de una mujer (a veces maltratado y comido por el salfumant de un marido con visos de cornudo) pueda resultar excitante y pecaminoso para los demás se me antoja una exageración. Por acá andamos ya curados de espanto y necesitamos emociones más fuertes para ponernos cachondos.Y si se trata de una cuestión de propiedad machista, es una ilegalidad flagrante en una sociedad con Ministerio de Igualdad.

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